Samuel, de 58 años, originario del Ejido El Venado, municipio de Madero, en la región del arsénico, vive con diabetes y una malformación congénita en su pierna derecha, que lo mantienen atado a una silla de ruedas en el portal de su casa de Salvador.
Los estudios más recientes realizados por la la Universidad Juárez del Estado de Durango, en coordinación con la Universidad Autónoma de Coahuila, revelan que la ingesta de agua con elevadas concentraciones de arsénico, puede ocasionar infertilidad e incluso trastornos como la obesidad.
Por Jesús Peña
Coahuila, 5 de enero (Vanguardia).– A las 3:00 de una tarde húmeda en “La Manada”, el pequeño rancho jaspeado de espesos pinabetes y nopaleras frondosas, un enjambre de moscas gordas, atraído por el hedor a muerto, a carne podrida, revolotea ávido en derredor de la mano gangrenada, destrozada, de don Santos Martínez.
La mano izquierda de don Santos: apenas un amasijo de carne sanguinolento, pestilente, donde no hace mucho hubo una mano.
La mano de don Santos.
De vez en vez Santos se espanta las moscas, tercas, hambrientas, con su otra mano regordeta y tostada por el sol, que de un tiempo a la fecha ha empezado también a picarse.
“Mire lo que tengo ái. Mire, esto, esto… Me resultaron todos estos cuerillos en las dos manos. Es por el agua, por el arsénico del agua…”, masculla Santos.
Se lo dijo un doctor de Madero: que es por el agua que desde crío tomó Santos de los pozos contaminados con arsénico en el Ejido 18 de Marzo, municipio de Francisco I. Madero, en la Comarca Lagunera de Coahuila.
De Francisco I. Madero, conocido como “el corazón de la Laguna”, un corazón cuyas arterias están corroídas por el arsénico.
Santos había migrado de su natal San Luis Potosí, con una hermana suya, a esta feroz región de soles y tolvaneras, hace unos 60 años, cuando él tenía 13.
Desde entonces, como el resto de los pobladores del 18 y de toda esta ruta, la ruta del arsénico, bebió y bebió el agua de los pozos infestados con veneno.
Cuenta Santos, 73 años, bajito, menudo, el rostro morocho y curtido por el trabajo en las pizcas de algodón.
Mientras, el parloteo de una radio hiere el silencio de la finca, con sus cuartos de tierra y sus cercos de espinos, que es la casa de don Santos Martínez, enclavada en los límites de la estepa, a orillas de una angosta y larga carretera que lleva y trae a otras rancherías por cuyos veneros corren historias con sabor a arsénico, como la de Santos.
Santos había entregado el alma en el riego y las pizcas, en las tierras de los ranchos y pequeñas propiedades de la región.
Hoy vive pobre y enfermo.
Y casi, se mantiene con la ayuda de dos mil pesos que cada dos meses le pasa el Gobierno.
En el 18 de Marzo, la gente habla del anciano que vive solo en la última casucha que hay a unos 100 metros de la salida, en los márgenes de la vereda, y que está “malo” de las manos.
Santos machetea con una mano, su mano buena y sana, una rama de mezquite, y el golpeteo seco del machete que cercena, destaza, corta, mutila, el palo, hace eco, como un grito, al otro lado de la leprosa, y a ratos desolada, autovía: el camino del arsénico y acaso de la muerte.
“Me dicen que aquí murieron dos, de esto… Había otro señor que también estaba ansina. Tiene poquito que murió…”, dice Santos.
Aquí, en los pueblos de la Laguna, cuyos bajos fondos son la morada del demonio del arsénico, ha habido muertos.
No hay números.
Nadie sabe cuántos.
Pero aquí, en los solares de estas rancherías se cuentan en voz alta las historias de personas que han fallecido por tomar agua con arsénico; y de otras que viven con cáncer de piel o mutilaciones de manos o piernas por haber bebido y bebido de las norias contaminadas con este metaloide.
Lo de don Santos empezó hace 10 años.
“Yo estaba sano, nomás de buenas a primeras me resultó esta enfermedad. Yo andaba bien, bien”, cuenta.
Primero fue ese extraño adormecimiento en las manos, luego las llagas y después la infección que le carcomió, como un ácido letal, el pulgar de la mano izquierda y de a poco la mano completa.
“El arsénico se aloja en las extremidades: en los dedos de las manos, en los dedos de los pies, en las piernas…”, dice Jesús Burciaga, médico general que por más de 30 años ha estudiado el impacto del hidroarsenicismo en la salud humana.
Santos se espanta las moscas que vuelan, que se le pegan obstinadas a la herida en carne viva, de la que mana a distancia un penetrante y viscoso olor a cadáver.
Aquí ya huele a muerto.
“Hicimos unas entrevistas allá para Tlahualilo, Durango, a mucha gente amputada, con pie negro… Había un señor abandonado con 100 millones de moscas a su alrededor… Son casos patéticos que se conocen y nadie hace nada. No hay un programa de salud para atender a toda esa gente. Hay un abandono total…", dice Jesús Burciaga.
Sólo ver la mano de don Santos desgarrada, descarnada, por el arsénico, es inevitable el vahído, la náusea.
“Fui con el doctor y me recetó medicina, pero no me hizo”, platica Santos.
El médico le dijo que para lo de él, para su enfermedad, ya no hay tratamiento.
“Le dije ‘mire doctor, deme un medicamento que sea güeno pa la infección’, dice ‘no señor, no hay, ya no hay…’”.
El único remedio que puede salvarle la vida, le advirtió el galeno, es que le amputen la mano izquierda, que a Santos le mochen la mano.
Pero Santos, tiene miedo y no lo disimula.
“Pos yo tengo miedo, tengo miedo, tengo miedo que me la mochen”.
Repite Santos y sus palabras, como torbellinos, se pierden en la inmensidad del páramo.
Santos camina despacio por su finca solitaria, dice que cada día que pasa le cuesta más trabajo mover sus manos, su cuerpo.
“Toy todo inválido…”, dice sin gota de resignación.
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“Las personas que ustedes conocieron, que salieron en sus portadas, en sus entrevistas, ya no están, ya fallecieron…”, dice Matilde Suárez Rivera, la auxiliar de salud del Ejido Finisterre, en Madero.
Ya están muertos, dice Matilde, y sus casas en ruinas.
Matilde evoca el caso de don J. Manuel Donato Mejía, un anciano con el cuerpo lacerado por las llagas negras del cáncer de piel, el mismo que en 2010 documentó SEMANARIO.
“Ya falleció”, dice Matilde.
Es la 1:00 de la tarde en el solar de la casa con portal amarillo de Matilde poblado de tupidos árboles, pero ni eso ahuyenta los más de 40 grados de calor que a esta hora castigan a la sombra.
“Dicen que (el hidroarsenicismo)ya no es tanto, pero yo no creo…”, suelta Matilde, se vuelve de espalda, se alza la blusa celeste y muestra las manchas parduzcas que hace no mucho le aparecieron a la altura de los omóplatos.
“Me dice la doctora que puede ser a raíz del agua que consumíamos”.
Y como si fuera un obituario Matilde recita uno por uno los nombres de los lugareños de Finisterre que ya se han ido de este mundo por culpa del hidroarsenicismo:
María Sandoval Casillas, “en paz descanse”, Julia Rodríguez Nery, Telésforo López y Manuel Donato.
Eran los tiempos en que todavía los ojos del orbe estaban puestos en Finisterre.
“El doctor Luis Maeda Villalobos, un oncólogo muy importante en esta región, fue el que determinó, por primera vez, la incidencia de hidroarsenicismo en problemas de deformaciones y de cánceres, allá en el municipio de Francisco I. Madero, por la zona de Finisterre. Él hizo los primeros estudios”, comenta Fernando Ulises Adame de León, doctor en biología molecular.
Jesús Burciaga, médico general que por más de 30 años ha estudiado el impacto del hidroarsenicismo en la salud humana, dice que en la Laguna existen antecedentes, desde 1958, sobre los efectos del consumo de metales como el arsénico, el plomo y el cadnio, en el hombre.
“Ya desde 1958 hay antecedentes de cáncer de vejiga, de pulmón, de hígado, de colón; píe negro, de la frecuencia con la que se presenta el cáncer. Para 1960 se dieron 260 casos clínicos de enfermos que se quejaban del crecimiento del hígado…”.
De Japón vinieron a Finisterre médicos y periodistas para ver lo qué pasaba con el arsénico.
“Anduvieron buscando a esas personas que le acabo de mencionar que ya fallecieron. Yo los llevé con ellas, así como a ustedes”, dice Matilde.
Matilde llegó de Tamaulipas, a este pueblo de chozas de adobe y calles sin asfaltar, en 1982.
“Nomas hágale…”, suelta.
37 años ya de aplacarse la sed, bañarse, lavar la ropa, con el agua arsenicada que rezuma bajo la piel, por las venas abiertas de la Comarca Lagunera.
“En aquellos años hubo una persona, un vecino, joven, él murió de 42 años, todo su problema vino por el hidroarsenicismo. Tenía cáncer en la vejiga… Usted sabe que en estas comunidades rurales a veces no contamos con los recursos necesarios para ir a un doctor…”, dice Matilde.
Fernando Ulises Adame de León, doctor en biología molecular, explica cómo es que el arsénico, una vez alojado en el cuerpo, desencadena el cáncer y otros males:
“Los metales pesados interactúan directamente con el DNA y el DNA es el motor que controla todos los procesos celulares. A nivel molecular hay una interacción de los metales eh. Hay activación de algunos mecanismos que generan enfermedades serias. El problema está en la interacción a nivel molecular y el metal pesado llega hasta el centro de las moléculas que controlan la vida. El cáncer es uno de los problemas más frecuentes porque el arsénico activa y multiplica los oncogenes”.
Jorge Antonio Espinosa Fematt, médico cirujano con doctorado en medicina molecular y catedrático de la Universidad Juárez del Estado de Durango, explica así el daño que el arsénico puede causar en el ADN:
“Genera radicales de oxígeno, que esas son moléculas que oxidan otras moléculas, en este caso el DNA. Cuando se oxida el DNA puede degenerar en muerte celular o cáncer, que ésta es una de las principales preocupaciones…”.
Matilde cuenta que en aquella época pasó vista, notificó, de todos esos casos a las autoridades sanitarias de Madero, pero nada ocurrió.
Ahora está preocupada porque, dice, a últimas fechas en Finisterre se han presentado casos nuevos de lesiones causadas por el consumo prolongado de agua con altas concentraciones de arsénico.
“Sí, puede ser, pero se tendrían que valorar las lesiones porque no son exclusivas del arsénico. De hecho, la exposición al sol provoca algunas de esas lesiones o muy parecidas. Se pueden asociar al arsénico, si la persona está expuesta al arsénico o vivido en una región con arsénico…”, dice Gonzalo García Vargas, doctor en toxicología y maestro investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango.
Uno de esos casos es el de don Eusebio López Bernal, oriundo de Sombrerete, Zacatecas, 72 años, 30 de vivir en este pueblo, 30 años de tomar agua con arsénico
Jorge Antonio Espinosa Fematt, médico cirujano con doctorado en medicina molecular, asegura que el problema del hodroarcenismo ya se ha incrementado por la cada vez mayor sobreexplotación de los mantos acuíferos en la Laguna.
“Estamos haciendo pozos más profundos, situación que provoca que ese arsénico, que siempre ha estado ahí, ahora lo estemos consumiendo en mayores concentraciones y eso genera más problemas en la población”.
“En aquellos años, – dice don Eusebio-, la gente tomaba agua de esa y de ái se nos acumuló el arsénico. Yo tengo mucha mancha. Wache bien…”,
Eusebio deja ver debajo de su camiseta unos lunares cafés que motean sobre su espalda, cuello, pecho y el nacimiento de sus axilas.
“El arsénico es malo, el arsénico es malo y ni modo, Mire wáchele estas manchas…Eso es del arsénico”, repite Eusebio.
“Y el Gobierno dice que el agua ya está limpia…”, lo secunda Matilde.
“No, no cuál limpia. Esto viene del cabrón arsénico que trae el agua. Esa agua del arsénico, la de las norias, es como la que nos echan de la tubería. Trae arsénico toda esa agua. Que nos alivianen mejor con un medicamento pa eso de las manchas”, revira don Eusebio.
Eusebio dice que desde hace algunos años viene de Madero, dos veces por la semana, un camión que surte a la gente de garrafones con 20 litros de agua purificada, a cambio de 15 pesos.
Pero son más los años que Eusebio, Matilde y los pobladores de esta comunidad, han tomado agua mezclada con veneno.
Matilde dice que extraña aquella época en la que cada 15 días venía a Finisterre una unidad móvil de salud.
Ya va para cinco años que en este pueblo no tienen clínica, farmacia ni médico de planta.
“Los habitantes de esta comunidad que es Finisterre, con una pastillita que a lo mejor nos calmará un poco, pero… sabiendo que tal vez podemos tener un problema ya de años atrás, relacionado con el hidroarsenicismo... Tenemos grande necesidad de una clínica rural”.
Paradójicamente en la mayoría de las comunidades de la región del arsénico en Madero, Coahuila, escasea el agua de la red municipal y los naturales tienen que ir hasta las norias contaminadas y acarrear el líquido hasta sus casas para bañarse y realiza sus labores domésticas.
“Lo que está sucediendo es que en los poblados no hay suficiente presión de agua. Sus norias tienen 400, 500, 600 microgramos de arsénico por litro. El agua que les llega de la red tiene alrededor de 50. Pero a veces tienen agua, a veces no tiene agua, cuando no tienen agua deben que ir a las norias cercanas, que esas tienen 400 microgramos de arsénico por litro, entonces siguen exponiéndose”, dice Gonzalo García Vargas, doctor en toxicología y maestro investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango
“Ahorita, - dice Matilde-, la necesidad más grande es el vital líquido, limpio y sano, que no nos acarree enfermedades, que no nos deje secuelas ni al final… la muerte…”.
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Lo primero es el tanque elevado amarrillo chillante, con unas letras redondas y azules que dicen “Bienvenidos al Ejido El Salvador”.
Es la noria con arsénico de la que por mucho tiempo, unos dicen que 20, otros que 30 años, se abastecieron los nativos de esta ranchería perdida en el horizonte de Madero, justo donde acaba la ruta del arsénico.
Mediodía bajo del cobertizo de la casa de María de la Luz Herrera Rodríguez, en el pueblo de San Salvador de Arriba, Madero.
Luz está sentada en una silla de ruedas viendo girar el mundo por las calles del pueblo con sus casas pastel, su gritería de chiquillos y sus perros echados al sol.
Las calles que un día Luz caminó, hasta que tuvieron que amputarle su pierna derecha, a consecuencia de la diabetes que padece.
“Pos, ¿qué quiere que le platique?, nada más que me amputaron el pie por la diabetes”, dice Luz.
Que era hereditaria, le dijo el médico a Luz, el día que le anunció que tenía diabetes.
Lo que el doctor omitió decirle es que, según las investigaciones que durante años ha realizado la Universidad Juárez del Estado de Durango, en coordinación con la Universidad Autónoma de Coahuila, el arsénico es precursor de la diabetes porque bloquea la producción de insulina y con ello aumenta el riesgo de padecer azúcar en la sangre.
A la sazón Luz era una muchacha de 20 años.
Hoy tiene 46 y es paciente de hemodiálisis.
“Tengo insuficiencia renal”, dice con pesar.
Luz es originaria de Salvador y bebió agua de arsénico desde que estaba en el vientre de su madre, que también nació aquí.
Luz dice que el recuerdo más vívido que guarda de su abuelita, son esas manchas, como lunares rojos en la piel, que se le abrían…
“Decían que era por el arsénico. Ella ya tiene 29 años que murió de eso, de cáncer en la piel”.
“El problema ya no es tanto como antes del 86, pero sigue habiendo exposición al arsénico y entonces sigue habiendo problemas de cáncer, problemas vasculares, pulmonares. Las lesiones cutáneas sí aparecen en aquellos lugares, pero ya no son tan frecuentes ni tan aparatosas como las que había antes que sí, algunas eran monstruosas”, dice Gonzalo García Vargas, doctor en toxicología y maestro investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango.
Fernando Ulises Adame de León, doctor en biología molecular, dice que la Laguna es un referente mundial de la presencia de cáncer y otras enfermedades, asociadas con el consumo de metales pesados.
“No solamente es el arsénico, son otros metales: cadmio, flúor, boro; y no solamente es cáncer, es otro tipo de enfermedades: problemas de deformaciones óseas, que son muy frecuentes en esas regiones, problemas de dientes…”.
Hace ya siete meses que a don Samuel Maciel le cortaron uno de los dedos de su pie izquierdo y la herida no cierra.
Samuel, 58 años, originario del Ejido El Venado, municipio de Madero, en la región del arsénico, vive con diabetes y una malformación congénita en su pierna derecha, que lo mantienen atado a una silla de ruedas en el portal de su casa de Salvador.
“Yo le voy a hablar la verdad: donde quiera tomé agua. Ayudaba a los vaqueros que ‘cuídame las vacas’, me daba sed por allá en el monte y allá tomaba agua, donde fuera”.
-¿De las norias?
-Sí, de las norias, del tajo y de donde fuera. Ái donde estaban las vacas miándose, donde tomaban los burros y las chivas...
Desde nene Samuel escuchaba a los viejos del pueblo averiguar de una cosa que tenía el agua.
Cuando se hizo mayor y supo de lo que hablaban sintió miedo.
Sí, se oía del arsénico, que por eso estábamos todos… y teníamos esto y lo otro. Antes donde más se oía era en Finisterre, que estaban todos cancerosos porque había mucho arsénico y que sabe qué”.
-¿Y qué piensa?
-Que antes, Dios lo ayudó a uno. Tanto mugrero que uno toma…
Durante los 20 años que lleva de enfermera en Salvador, Santa Rocha ha visto desfilar rumbo a la muerte a muchos pacientes con manchas en la piel y otros tipos de cáncer, como el pulmonar.
“Ellos ya fallecieron”, dice Santa.
Nunca se supo con certeza si esos males habían tenido que ver con la ingesta de agua envenenada de los pozos.
“Puede ser que sí, pero no se hizo un estudio muy claro que dijéramos, ‘sí, es por el arsénico…’, que se fueran más a fondo”.
Santa dice que en los últimos años los casos de hidroarsenicismo han bajado debido a que la gente dejó de beber el líquido de la noria y ahora compra botellones de agua purificada.
“¿Ahorita?, ¿gente machada?, no. Aquí ahorita… la diabetes, la hipertensión…”, dice Santa.
“Yo tengo manchas, sí. Ái me empezaron a salir, sabe de qué serán”, dice María del Carmen Morales. Y, se remanga la sudadera hasta los codos para descubrir sus brazos salpicados de lunares cafés.
-¿Ya le dieron medicamento?
-Pos no me dan nada, sí les he dicho, pero no me dan nada.
Habla Gonzalo García Vargas, doctor en toxicología y maestro investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango:
“No hay guías clínicas ni protocolos clínicos para atender a la gente que tiene problemas por arsénico. Hay guías para manejar la diabetes, para manejar la obesidad, el HIV. Hay guías para eso, pero en lo del arsénico no ¿Qué se tiene que hacer? La prevención primaria es disminuir el arsénico en el agua, pero hay gente que ya se expuso por muchos años. Hay que detectar a la gente que tiene lesiones tempranas por arsénico, tanto en pie, como en pulmón, como a nivel de sus vasos; y una detección temprana de condiciones que pueden generar cáncer. Ya tuvieron las lesiones, ya están avanzando… Hay que hacer una prevención. Se hace la prevención secundaria. La prevención terciaria es evitar las complicaciones, trabajar para que a la gente no le vayan a amputar una pierna, no vaya a llegar a un cáncer que sea incurable, que llegué a tener una mayor complicación por diabetes…”.
A lo largo de sus 64 años Carmen, natural de Salvador, ha vivido ya un rosario de enfermedades.
Es diabética, tuvo cáncer de mama, herpes, recién fue diagnosticada con presión alta y ahora… esto de las manchas...
“Tengo como un año que me empezaron a salir”, dice.
-¿Que oía decir de niña en Salvador sobre el arsénico?
-Nada más decían que el agua tenía algo, pero no sabían qué. Hasta que ya investigaron y todo.
Itzel Tapia Pérez, es la pasante de medicina asignada a la clínica del IMSS en Salvador, desde hace cuatro meses.
“Tengo pacientes de control, adultos de más de 40, 50 años, que padecen de manchas en los dientes y manchas en la piel… Obviamente es el arsénico, más el trabajo que… ”.
Itzel dice que la mayoría de los hombres de esta ranchería labora en la pizca de algodón, de sorgo, de pepino, de cebolla, de melón, bajo el sol quemador de la Laguna.
“Presentan heridas en la piel, pero es complicado poder hablar… Hacer bien el diagnóstico… Falta… para saber bien cómo diferenciarlo… Pero que yo tenga una estadística de alguna enfermedad por metal pesado; arsénico, plomo y esas cosas, no”.
“Hay muchas muertes, - advierte Fernando Ulises Adame de León, doctor en biología molecular, - que se dan en las comunidades, en los ejidos donde solamente se murió y lo enterraron. Hay poca, muy poca información al respecto”.
“Las instituciones de salud, - afirme el médico Jesús Burciaga -, no te dicen, ‘este cáncer es por arsénico’, están fallando y los médicos contaminan el diagnóstico. En los setentas, ochentas, se dio la incidencia de cáncer de piel y de pie negro, amputaciones, y se concluyó que era el arsénico”.
Además, dice Itzel, el IMSS no cuenta con los reactivos, la prueba, para medir el arsénico en sangre.
Y mandar la muestra a un laboratorio particular sería costoso, platica Itzel en su consultorio – farmacia de Salvador.
Las dos pacientes que esperan turno detrás de la puerta, auguran una tarde tranquila.
Itzel dice que en Salvador hay gente de la tercera edad que todavía, por razones de economía o de cultura, consume agua de la llave, el agua de la red que manda el ayuntamiento de Madero y que, se sabe, contiene arsénico.
“El del agua nada más viene una vez a la semana. Si tienen para comprarla se compra, si no, así, de la llave. Yo tengo una cisterna, con esa agua me baño y me traigo mi bote de agua purificada de mi casa para los días que aquí me quedo…”.
Fernando Ulises Adame de León, doctor en biología molecular, sostiene que casi todos los pozos de la Laguna, casi todos, están en problemas.
“El nivel de toxicidad permitido, el nivel de concentración permitida por la Norma Mexicana es de .025 partes por millón.
Los expertos en la salud señalan que arriba de .017 hay problemas en la salud y nosotros tenemos arriba de .025”.
“Hay pozos, - dice Jorge Antonio Espinosa Fematt, médico cirujano con doctorado en medicina molecular -, que rebasan la norma como al triple, al cuádruple del nivel aceptado”.
“Lo que estamos demostrando, – dice Gonzalo García Vargas, doctor en toxicología y maestro investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango -, es que aun en concentraciones bajas, como las que hay en la ciudad, el arsénico está provocando alteraciones que pueden desencadenar, aumentar el riesgo de cáncer”.
Itzel comenta que la mayoría de sus pacientes, arriba de los 40 años, en Salvador, son diabéticos o hipertensos, sufren dislipidemias, colesterol, triglicéridos altos… y lógicamente sus consecuencias.
“Hay personas que ya han tenido infartos recurrentes…”.
Los estudios más recientes realizados por la la Universidad Juárez del Estado de Durango, en coordinación con la Universidad Autónoma de Coahuila, revelan que la ingesta de agua con elevadas concentraciones de arsénico, puede ocasionar infertilidad e incluso trastornos como la obesidad.
“Altera, aparentemente, el metabolismo de los lípidos y favorece la aparición de obesidad o aumenta el riesgo de ser obeso y de ser diabético porque se modifica el metabolismo de los lípidos y los carbohidratos”, expone Jorge Antonio Espinosa Fematt, médico cirujano con doctorado en medicina molecular y catedrático de la Universidad Juárez del Estado de Durango.
Así mismo, las últimas investigaciones han arrojado que el consumo de agua con arsénico en mujeres embarazadas puede derivar en deficiencias del desarrollo o afecciones neurológicas en el bebé.
Se ha visto que los niños expuestos al arsénico, durante el periodo intrauterino o en la infancia, en la edad adulta son más propensos a desarrollar cáncer.
“Es un efecto que puede ser a largo plazo. El niño puede nacer completamente bien, pero a la larga aumenta el riesgo de padecer ciertas enfermedades”, dice Espinosa Fematt.
Los trabajos han mostrado también que la presencia de arsénico en el organismo incrementa el riesgo de asma y de padecer problemas crónicos en pulmón.
Don Felipe Cárdenas Aguilar, es uno de los vecinos más antiguos de Salvador.
Ha visto pasar por aquí a cantidad de médicos de todas partes que vinieron para tomar muestras pelo y de sangre, pero que jamás volvieron con los resultados.
“Se llevaron todos esos datos, se fueron y ya no supimos”, cuenta Felipe.
-¿Usted tiene manchas?
-Sí, sí tengo una, en la espalda. Se me cae, pero no me supura…
Dice Felipe, se para de la mecedora donde suele contemplar los atardeceres en Salvador y se levanta el suéter para develar una úlcera parduzca como cráter de volcán en el espinazo que parece a punto de hacer erupción.
“¿Se fija?, es ésta. Se me cae y me vuelve a salir…”
A Felipe le tocó sufrir los peores años de pobreza en Salvador, los años en que los algunos críos todavía andaban con huaraches y los más descalzos.
Entonces en Salvador no había luz eléctrica, no había carretera, no había plaza, no había nada.
“Ora se las están comiendo todas maduras”, dice Felipe.
-¿Usted es de aquí?
-Soy nacido aquí, criado aquí y aquí me voy a quedar.
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Amanece en el Ejido Covadonga, municipio de Madero.
Elvira Gallegos Hernández, la asistente de salud, recorre los senderos polvorientos por donde pasaron sus ancestros.
“Poco a poco se nos van acabando”, dice.
-¿Por qué?
-Pos yo digo que más que nada es por… el arsénico.
Elvira, 59 años, platica que uno de los lastres que en el presente fustiga a los pobladores de esta aldea lagunera, es el llamado pie negro, causado por la mala circulación, causada por la diabetes, causada por el consumo prolongado de agua con altas concentraciones de arsénico.
“Yo también tengo esa mala circulación, mire…”, dice Ramona Chavarría López. 88 años, y se baja la calceta de un tirón para mostrar su tobillo izquierdo roído por el arsénico.
“Dicen que el arsénico y que el arsénico, pero pos no, solamente Dios uno no sabe esas cosas”, dice Ramona.
Y dice que en Covadonga conoció a personas que tenían manchas en la piel o el pie negro, pero ya murieron…
El arsénico se las llevó…
¿QUÉ RELACIÓN HAY ENTRE EL CÁNCER Y EL ARSÉNICO?
A nivel molecular hay una interacción de los metales. Hay activación de algunos mecanismos que generan enfermedades serias. El problema está en la interacción a nivel molecular y el metal pesado llega hasta el centro de las moléculas que controlan la vida. El cáncer es uno de los problemas más frecuentes. porque el arsénico activa y multiplica los oncogenes.