Tomás Calvillo Unna
04/09/2024 - 12:04 am
El olvido existencial
“Estamos preparados aunque no lo hemos advertido del todo”.
I
La casa siempre tiene una ventana abierta,
una rendija;
es el orden cósmico,
la mejor educación
que se hereda de nuestra calle.
Las almas, los espíritus,
hasta los fantasmas,
en un parpadeo atraviesan muros y puertas,
dominan los pasadizos del ser;
de las avenidas y callejones a los arroyos y ríos;
del campo a la ciudad,
del cedro al edificio, de las palmeras a las fuentes.
Sabiduría pura del movimiento sin tiempo:
no importa más la velocidad de la Luz
porque todo sucede antes:
este es el Tema;
ni las fórmulas matemáticas lo alcanzan;
solo la historia de reojo lo intuye.
II
Es el abismo
que nos separa,
desde hace siglos
se conoce su apuesta;
atravesarlo no está al alcance,
mientras sigamos respirando.
El inhalar y exhalar,
es nuestro más apreciado tesoro,
vale recordarlo.
III
La moneda todavía está en el aire,
recién salimos del túnel,
algunas cosas hemos aprendido en los últimos días.
El camino recién asfaltado no da certeza
ante los nubarrones que se avecinan.
Habrá que caminar de la mano,
y dejar de sentirnos
los llaneros solitarios de la infancia.
Estar atentos,
el entusiasmo tan vapuleado guarda silencio,
ahora habrá que esperar…
Su presencia despierta la audacia,
esa resortera de la infancia convertida en salto mortal.
IV
Cuando las nubes deciden emprender la peregrinación
¿qué nos queda?
Saber verlas escucharlas sentirlas
acompañarlas.
Retorna el líquido vibrante de la imaginación:
recuperar la frescura de la palabra, es el inicio:
amortajada, exprimida, cuarteada,
sin respeto alguno, se ausentó y solo fue hueco,
ruido; vales de dolor y ausencia.
V
Las advertencias de lo ocurrido
no alcanzan a detectar
esa fuerza subterránea de los ríos
que ya están adelante de nosotros
sin habernos percatado.
Estamos preparados
aunque no lo hemos advertido del todo:
esta vez elegimos caminar entrelazados
sin que nadie y nada pueda obstruirnos.
VI
Ese cordón umbilical de nubes,
proviene de la sagrada cueva;
delinea el horizonte,
presagia la madrugada,
y al mirarnos a los ojos,
al volver a mirarnos,
advierte que ya no estamos presos.
La esbeltez de la memoria;
el tejido de plata del espejo,
la secreta sonrisa del agua.
El portento del encuentro,
la cintura de las horas,
los brazos que se extienden,
esa alegría en las plantas de los pies…
Rendija.
En la distancia, ya no lejana, la ciudad que resiste desde hace más de cuatro siglos y avanza centímetro a centímetro cada segundo, pareciera buscar el pozo de la eternidad. La misma ciudad que pierde y se asfixia de día y de noche al olvidar su origen: el Cerro, el Mezquite, la Piedra, el Ojo de Agua, que le señalaron donde crecer y soñar.
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