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Fabrizio Mejía Madrid

04/09/2024 - 12:05 am

Humanismo mexicano

“El humanismo mexicano en esta contención de lo peor del neoliberalismo, su avaricia, egoísmo, y destrucción, es una cuarta etapa histórica donde se tiene la oportunidad desde la izquierda de fundar un arriago republicano que sustituya al nacionalismo revolucionario”.

En una escena al pie de la tumba de Pakal en Palenque, el antropólogo Diego Prieto y el Presidente de la República conversan sobre ética y moral. Es una escena del primer capítulo del Tren Maya, Mar adentro, de Epigmenio Ibarra. En esa charla, Prieto enlista los valores acopiados y guardados por las comunidades indígenas mexicanas: la reciprocidad, “lo que se recibe, se tiene que devolver”; la comunalidad, “vivimos en comunidad y, por tanto, el interés colectivo prevalece por sobre el interés personal”; el trabajo colectivo y colaborativo, “el tequio, la mano vuelta, la faena, donde ahora vamos a hacer tu casa y, luego venimos, y me ayudas a hacer la mía”; el honrar la palabra, “ya no es cómo engaño al otro”; la economía del prestigio y no de la acumulación, “el que tiene mucho, lo ofrece a los demás, a través de las mayordomías, de las fiestas o a través de esta clase de estas obras que no son suntuarias, sino identitarias y de prestigio, “quiere decir que yo tengo la confianza, la credibilidad de mi pueblo, de mi comunidad”. Reciprocidad, interés general, colaboración, la verdad entre lo que se dice y se hace, y la economía del gasto son para Diego Prieto los valores que permiten que pongamos en cuestión lo que nos impusieron los neoliberales y su cultura de la auto-ayuda: egoísmo, avaricia, engaño, y soledad.

Unos días después de estrenado el primer capítulo del Tren Maya, Andrés Manuel López Obrador rindió su último informe de gobierno en el Zócalo de la capital. Ahí dijo: “Somos herederos de un pasado grandioso y de una historia excepcional y fecunda. Ello explica en buena medida por qué no nos tomó mucho tiempo revertir la decadencia que se produjo con la política neoliberal o neoporfirista, y cómo pudimos, relativamente pronto fincar las bases para iniciar una etapa nueva que ya se conoce e identifica como la Cuarta Transformación de la vida pública de México”. Más adelante, gritó: “¡Y ya basta de complejos, porque no nos vamos a acomplejar, ni vamos a permitir que nos sigan acomplejando!”. El nuevo arraigo republicano que va sustituyendo al nacionalismo revolucionario está hecho de esa renovación del humanismo mexicano cuyos valores permiten emprender una política de protección a los vulnerables con una reivindicación del orgullo ante la insistencia por avergonzarnos de lo que somos. De ese trata esta columna, del humanismo mexicano.

Una de las primeras críticas que aparecieron en la prensa contra el humanismo mexicano, provino, como siempre que hablamos de la oposición, del desprecio. Un columnista aseguró que el humanismo venía de la Europa renacentista, que se recitaba en latín, y que no podía ser mexicano porque el humanismo es universal. Dejaba ver lo poco preparado que estaba para escribir su columna. Andrés Manuel no inventó el humanismo mexicano. Es un término que se ha usado desde los años cuarentas del siglo pasado para designar un movimiento que es político y cultural, es decir, ético. Lo podemos resumir en la frase del profesor de la Universidad Veracruzana, Ramón López: “El humanismo mexicano está centrado en el esfuerzo por comprender al otro y el valor que tiene como otro. De igual modo, tiene características sociales que miran al respeto por los demás, la ayuda solidaria hacia el que más lo necesita, así como el fin práctico por liberarlo de las condiciones de opresión”. Podemos agregar que es político porque se trata de mover la conciencia y el sentimiento del arriago a la patria hacia los excluidos, los plebeyos. Ellos son principalmente lo que llamamos “mexicano”. Ese movimiento es tan viejo como el de Bartolomé de Las Casas, Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga alegando la igualdad humana de los indígenas recién esclavizados por los españoles. Está en las escuelas de Michoacán y de Tlatelolco sostenidas en utopías sociales de igualdad. En el siglo XVII los humanistas mexicanos, como Francisco Xavier Clavijero y Toribio de Benavente, al que los indios apodaban Motolinía, valoran la cultura indígena publicando en castellano las exhortaciones que los padres hacían a sus hijos antes de la llegada del invasor español. Es un texto muy bello que educa en el prudencia y el respeto por los demás. No puedo evitar compartirles algunas frases de lo que le decían los papás nahuas a sus hijos. Dice: ““Hijo mío, has salido de tu madre, como el pollo del huevo, y creciendo como él, te preparas a volar por el mundo sin que nos sea dado saber por cuánto tiempo nos concederá el cielo el goce de la piedra preciosa que en ti poseemos, pero sea lo que fuere, procura tú, vivir rectamente. Reverencia y saluda a tus mayores y nunca les des señales de desprecio.

No estés mudo para con los pobres y atribulados, antes bien date prisa a consolarlos con buenas palabras.

No te burles hijo mío, de los ancianos y de los que tienen alguna imperfección en su cuerpo. No te mofes del que veas cometer alguna culpa o flaqueza. No se la eches en cara; confúndete al contrario y teme que te suceda lo mismo que te ofende en los otros. Si oyes hablar a alguno desacertadamente, y no te toca corregirlo, calla. Si te toca, considera antes lo que vayas a decirle, y no le hables con arrogancia, a fin de que sea más agradecida tu corrección. Si a la hora de comer viene alguno, comparte con él lo que tienes. Cuando te den alguna cosa, acéptala con demostración de gratitud. Si es grande no te envanezcas; si es pequeña, no la desprecies, no te indignes, ni ocasiones disgusto a  quien te favorece. Si te enriqueces no te insolentes con los pobres ni con los humildes, pues los Dioses que negaron a otros las riquezas para dártelas a ti, disgustados de tu orgullo, pueden quitártelas para darla a otros. Vive del fruto de tu trabajo, porque así te será más agradable el sustento.

Yo, hijo mío, te he sustentado hasta ahora con mis sudores y en nada he faltado contigo a las obligaciones de padre; te he dado lo necesario sin quitárselo a otros, haz tú lo mismo.

No mientas jamás. Cuando refieras a alguno lo que otro te ha contado, di la verdad pura sin añadir nada, No hables mal de nadie.

No te entretengas en el mercado más del tiempo necesario; pues en estos sitios abundan las ocasiones de cometer excesos.

No hurtes ni te des al robo. Si eres bueno, tu ejemplo confundirá a los malos”.

Esa es una de las exhortaciones a los hijos recuperadas por los humanistas mexicanos del Siglo XVII, pero inaugura un reconocimiento al otro que proviene justo del otro. Me explico. Los españoles se encuentran con otro, los indígenas, para quienes el otro es el sentido último de su propia identidad. No hay sino una ética comunitaria en la que la libertad individual no es el fin de nuestras acciones, sino sólo su comienzo. El humanismo de los pueblos nahuas o mayas no ve al Otro como lo ve Occidente: algo exterior que puede ser sometido por el uso de la fuerza y el poder para que deje de ser un obstáculo a mis deseos. Lo que los españoles encuentran, además de los valores que enlista Diego Prieto, es una idea distinta en que sólo se es yo cuando se es tú. Es la identidad como cuidado del otro, no como exclusión. El objetivo de la existencia no sería, entonces, uno mismo, sino los demás. Eso resuena en la mentalidad católica de los frailes que ven en ello la constatación de que estos indios esclavizados por la Corona Española tienen, curiosamente, alma. Ese es el primer humanismo mexicano que viene de las fuerzas nunca totalmente sometidas de la cultura comunitaria. Como escribió Emmanuel Levinas: “Nadie puede quedarse en sí mismo: la humanidad del hombre, la subjetividad, es una responsabilidad por los otros, una vulnerabilidad extrema”. Tienes, por lo tanto, un pensamiento y una forma de actuar que no está centrada en saber quién eres o qué haces con tu vida, sino en una ética, es decir, qué le debes a los demás porque son vulnerables como tú. Es también una política porque es un movimiento para arropar a ese otro que sufre, que es más grande que tu pequeña identidad personal. Es una ética de la diferencia opuesta a un sentimiento de la indiferencia. En ese primer momento del humanismo mexicano, podemos ver ese choque entre dos heroísmos. El de los conquistadores y el de las comunidades. El del español es como las cartas de relación que Cortés le manda al rey: en su largo viaje por las tierras desconocidas se aprovechará astutamente de todo lo que pueda apropiarse, saldrá victorioso de infinidad de peligros que no lograrán alterar su identidad de tomar posesión de lo desconocido. Los conquistadores van hacia el otro para someterlo y así demostrar su poder y su superioridad. Emprenden una aventura hacia sí mismos. Sus acciones regresan a sí mismos para engrandecerlos. En cambio, en las comunidades indígenas se sigue una ruta opuesta al egoísmo y es hacerse cargo del otro, del vulnerable, no como una extensión del yo individual, sino como una responsabilidad ineludible para ayudarlo. El contenido de lo que entendemos por libertad cambia y se hace compromiso social. En el prójimo está el sentido de la existencia. Incluso en la ingratitud del otro estará el sentido de abrirse sin llegar nunca a la tierra prometida.

Pero ese humanismo mexicano seguirá en los siguientes siglos. Los de la vida independiente. El liberalismo radical de Juárez no puede ser entendido sino como una apertura a los descartados, a los excluidos. Aunque, en efecto, el liberalismo estará en contra de la propiedad comunal tanto como contra la de la Iglesia Católica, seguirá siendo un despojo nunca logrado en lo simbólico. Resurge en el zapatismo de la Revolución mexicana y continuará en la Constitución de 1917, con los derechos sociales para campesinos y obreros, con la construcción de un Estado que existe para cuidar a los vulnerables a través de la defensa de la soberanía nacional. Se hará vigente con Lázaro Cárdenas y se recuperará en los seis años del obradorismo en el poder. Toda esa es la historia de un movimiento de apertura hacia los más pobres, los vulneables, y los excluídos. Es un movimiento político desde la ética y la cultura. No es, como se le ocurrió al columnista del periódico, algo que había inventado López Obrador y que tenía que ver con los pintores en Florencia escribiendo poemas en latín. Es la recuperación, en primera instancia, de la cultura prehispánica como si fuera el periodo clásico de los eurpeos, pero con la salvedad de que no está enterrada por el catolicismo, sino que está presente en el dolor de los otros. Es una responsabilidad que define a un “yo” que existe no sólo porque piensa, sino que se abre con la intención de ayudar.

Por eso se ha dicho que el humanismo mexicano en esta contención de lo peor del neoliberalismo, su avaricia, egoísmo, y destrucción, es una cuarta etapa histórica donde se tiene la oportunidad desde la izquierda de fundar un arriago republicano que sustituya al nacionalismo revolucionario. Lo trascendente es una relación social, no una relación consigo mismo o con la riqueza acumulada. Pero también hablar de responsabilidad colectiva es hacerlo del cuidado del medio ambiente, del Planeta, y de su continuidad en el tiempo.

Pero, por ahora, sirva este breve recuento para empezar a pensar una nueva etapa del humanismo mexicano. Los dejo con las palabras de Levinas cuando habla de abrirse al otro y tratar de establecer una relación con él. Lo hace a partir de percibir su rostro pero no de mirarlo como se sontempla un objeto o se toca una posesión. No. Habla de empatizar con él. Escribe Levinas: “El acceso al rostro es una entrada ética. Cuando usted ve una nariz, unos ojos, una frente, un mentón, y puede describirlos, entonces usted se vuelve hacia el otro como un objeto. Pero la mejor manera de encontrar al otro es la de ni siquiera darse cuenta del color de sus ojos”. El encuentro con el otro es, en sí mismo, una forma de la ética.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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