Desde el primer día de 2024, las cosas se pusieron difíciles en el Santuario; perdimos a varios habitantes y amigos que amábamos mucho, afortunadamente, todos fallecieron por vejez. Sin embargo, estas pérdidas hicieron más difícil sobrellevar la noticia que recibiríamos pocos días después.
Nuestro arrendador necesitaba que entregáramos su terreno. Por suerte, nos ayudó a encontrar un lugar rápidamente y teníamos seis meses para mudarnos. Aunque parecía mucho tiempo, el suceso coincidió con el abandono físico y económico de los demás fundadores del Santuario, dejando sólo a tres personas para hacer absolutamente todo: preparar el nuevo terreno y seguir pagando y atendiendo el actual. No teníamos suficiente dinero para comprar material nuevo, así que durante meses trabajamos arduamente para juntar dinero y planear esta difícil tarea sin desfallecer. El estrés comenzó a reflejarse en nuestra salud física y emocional.
Entonces nos apoyaron amigos que se preocupaban por los animales y siempre habían estado para ellos. Aunque ninguno de nosotros tenía dinero de sobra, con tres personas más todo fue más llevadero. Comenzamos a reciclar todo el material posible y a deshacernos de lo que no servía. Estudiamos la fauna peligrosa del nuevo lugar y, sobre esa base, empezamos a planear la ubicación de los refugios. Resolvíamos todo sobre la marcha, entre el calor extremo que a veces superaba los 40 grados y la llegada del ciclón, se hacía todo más difícil y agotador. Nuestra energía se agotaba poniendo seguros a los habitantes.
Hubo momentos en que pensamos que no sería posible lograrlo; necesitábamos demasiado dinero y no teníamos mucho tiempo. Sin embargo, la gente y los amigos nos ayudaron con donaciones y ahorramos gran cantidad haciendo las cosas nosotros mismos, haciendo tratos e intercambiando trabajo. Así logramos llegar al final. Escribo esto en la casa ahora vacía donde vivíamos. Sólo quedamos Sally, Petunia y los humanos, preparándonos para irnos y no volver más.
Nos tomó un día entero llevar a los habitantes a su nuevo hogar, asegurándoles comodidad y seguridad en el camino; con un sólo remolque, nos tomó cuatro vueltas llevarlos. Nos espera la difícil misión de lograr meter a las cerditas de 300 kilos cada una al remolque.
Durante estos meses, los decesos no cesaron, pero teníamos que obligarnos a no hundirnos en la tristeza. No podíamos rendirnos ni abandonar a estos animales a quienes prometimos cuidar el resto de sus vidas. Simplemente no teníamos el valor de no continuar.
Hubo quien nos sugería re ubicar a los animales en otros santuarios u hogares, y generalmente la gente no entiende que se siente como regalar a un hijo, no planeábamos deshacernos de absolutamente nadie, nos iríamos todos juntos a como diera lugar, porque somos una familia.
A pesar del abandono de algunos, siento un profundo agradecimiento como nunca antes. Pedimos ayuda y la recibimos de distintas maneras. Ahora sólo queda recuperarnos económicamente y continuar con el compromiso que hicimos hace 12 años al fundar el Santuario Libres al Fin: salvar y proteger a los animales.
Muchas gracias a nuestros amigos Carlos, Celia y Gil por ayudarnos a sacar adelante al Santuario y a sus habitantes. Nunca terminaré de agradecerles.
“Por un día de libertad, vale la pena luchar toda una vida”, Gustavo Olvera.