María Rivera
04/08/2021 - 12:00 am
Locura
Todos están convencidos de que no pueden contagiarse y si lo hacen, les dará una gripita. Viven en una fantasía delirante, sin duda.
Pues así está la vida, querido lector. Enloquecida, en un país que está viviendo la tercera ola o pico de covid, la peor, desatada por la variante Delta, como si nada estuviera sucediendo. Hablo con mis familiares y me dicen “¿de verdad está ocurriendo eso?” y claro, escuchan las noticias, pero como todo está abierto, vivimos en un semáforo verde disfrazado de naranja que en realidad es rojo, pues no le dan ningún crédito a lo que escuchan. Mi madre va al doctor y cuando le consulta sobre el plan de vacacionar, el galeno muy orondo (e irresponsable) le dice que sí, que se vaya de vacaciones, “le va a sentar muy bien ver la playa y el mar”. La amiga de mi hija se junta con sus primos, el primo ya contagiado de covid, sin saberlo, contagia a todos cuando van a un gimnasio. Comienzan con síntomas, se hacen pruebas rápidas, salen negativos, no se aíslan, se van de vacaciones. La gripa no cede… La gente no entiende, se cansó y ya no le importa. Por ellos, que pase lo que tenga que pasar y se enferme quien tenga que enfermarse. Es increíble, porque lejos de haber mejorado, empeoramos, no entendimos nada. Vuelvo a ver fotos de amigos en bares y cantinas, sentados juntos y muy contentos, sin cubrebocas, disfrutando de lecturas y de tragos. El covid ya se murió para ellos que tienen una o dos dosis de la vacuna. Todos están convencidos de que no pueden contagiarse y si lo hacen, les dará una gripita. Viven en una fantasía delirante, sin duda. Pero una fantasía auspiciada por el gobierno que también ya se cansó, ya terminó de enloquecer. Ya no guardan las formas, todo ese show que montaron desde hace un año, con peroratas pseudocientíficas, tarde tras tarde. Ya no fingen, no. Ya, de plano, nos enseñaron la tramoya: el señor presidente decide, siempre lo hizo. Con ideas y prejuicios, muy alejados de la ciencia, en la completa ignorancia, las medidas que se han de tomar. Políticas equivocadas, demenciales. López Obrador ya enseñó la mano que siempre estuvo detrás de la estrategia y quién era el mandamás. Ya depuso a sus expertos, se ven, nítidamente, sus caprichos, su necesidad, absolutamente criminal, de no gastar en la salud y la vida de los mexicanos. Lo sospechamos desde febrero del año pasado, lo corroboramos hoy. No contuvieron al virus porque era muy caro, lo dejaron correr porque era lo más barato. El subsecretario López Gatell, su marioneta gustosa, dispuesto a mentir y decir cualquier barbaridad para adecuar la estrategia de salud a la voluntad presidencial. Delirante, abusivo, criminal. Que se muera quien tenga que morirse. Primero, los pobres, sí señor. No importa. Ahora, primero los adolescentes y los niños, a los que no se vacunarán porque para el presidente gastar en sus vacunas “es superfluo”, un “desperdicio”. Primero, la Guardia Nacional. Con esos miles de millones extras podría vacunarse a toda la población de adolescentes entre 12 y 18 años, con esquema completo. Y sobraría dinero. Pero el presidente prefiere que se edifiquen cuarteles, no quiere salvar la salud y la vida de niños y adolescentes. No le importa. Estamos frente a un déspota que puede decirlo abiertamente, sin que ocurra nada. “Desperdicio”, dijo y nada pasó, en este país. Puede mentir, inventar que no hay evidencias de seguridad de las vacunas para engañar a la gente, que le creerá sus mentiras. No pasa nada. Al déspota nadie le dice nada. La oposición se queda callada, es insignificante, no se entera de lo que el presidente hace. Viven, como él, en el país de su narrativa, están enfermos de su enfermedad, son otro muñeco del gran ventrílocuo que es el presidente.
Mientras, se escuchan sirenas de ambulancias, se vuelven a escuchar, aullando. Mientras, mi hija, mis sobrinos, los hijos de mis amigos, encerrados, viendo la vida pasar y sus esperanzas de recuperar algo de lo perdido, desvanecidas. Porque no, mijita, no hay vacunas para ustedes. El señor que nos gobierna, no quiere comprarlas, quiere que todos vayan a la escuela presencial como un experimento, un plato de Petri, un método de selección natural. Unos enfermarán severamente, verán su vida destruida por las secuelas, otros morirán, incluso, por falta de atención especializada. No le importa, es un criminal sin consciencia. No tiene dudas, no escucha, no se informa; tiene ideas, prejuicios, deseos, y lo peor: el poder. Tiene el poder para dejar indefensos a millones de mexicanos, para hacer que nuestra embarcación, donde vamos todos, por desgracia, naufrague. Y a nadie parece importarle, parece que también han enloquecido, han perdido la brújula moral: conversaciones impensables en otro tiempo “tú, ocúpate de salvar a tus hijos, lo demás no tiene remedio”, me dicen viejos amigos lopezobradoristas “oye, espérate, ¿y los demás, los pobres, los que no pueden viajar, que son casi todos?” les contesto azorada “¿no que primero los pobres?, ¿no votamos por eso, justamente?, ¿cómo puedes decirme eso?”. Me quedo rumiando, ¿es en serio? ¿no hacer nada? ¿sálvense los ricos? Me quedo deprimida, pensando, pensando, pensando ¿es realmente en serio? ¿lo van a dejar salirse con la suya? ¿dejarán inermes a niños y adolescentes sin que nadie haga ni diga nada? Respiro profundo, muy profundo, lo más profundo que puedo, pero algo adentro duele, me sigue doliendo. Siento el viento helado de la noche, escucho el rumor de la lluvia, mientras suenan ambulancias a lo lejos. Veo todo por lo que luchamos décadas, todas nuestras banderas enlodadas, chapoteando en el fango. Me pregunto, solitaria y amargamente, cómo haremos para sobrevivir a este naufragio mi familia, mis amigos, todos, cuántas vidas más se perderán, cuántas se verán vulneradas por la locura criminal de sacrificar la salud y la vida de niños y adolescentes por la decisión, enloquecida y obscena, del presidente López Obrador, de no gastar en ellos. Estamos solos, querido lector, en esta nave que naufraga.
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