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María Rivera

04/07/2024 - 12:01 am

Las opiniones

“En verdad, querido lector, el problema de esos análisis es que no eran análisis sino una forma de crítica interesada, incapaz de mirar más allá de sus filias y fobias”.

“Y es curioso, querido lector, que quienes lo sugieren no noten que lo único que les interesa es ocupar los espacios de poder, replicar una práctica lesiva, más que democratizar la vida nacional”. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

Para seguir con el hilo de la semana pasada, querido lector, donde le contaba de mis expectativas y deseos tras las elecciones, ahora le cuento algunas de mis preocupaciones. Una en específico, es la que he estado pensando estos días y se refiere a la comentocracia “tradicional”, vamos a llamarla así, sobre los columnistas de diarios y de televisión. Intelectuales y analistas que durante la transición democrática tuvieron gran relevancia pero que, desde la llegada de López Obrador al poder perdieron la brújula para hacer una crítica certera.

Animados más por sus fobias y sus deseos, fueron incapaces de leer el momento histórico. Yerro tras yerro, sus análisis parecían prescindir de lo que ocurría fuera de sus cabezas, es decir, en la realidad. Un divorcio que no es nuevo, para nada, pero que en estas elecciones terminó por exhibirlos de una manera tremenda. Su odio persistente por el presidente López Obrador, cultivado desde el año 2006 les impidió ver qué ocurría en la población mexicana. Azorados, no entendían las razones por las cuales los mexicanos aprobaban el desempeño del gobierno, ni las razones por las cuales las encuestas le daban a la candidata oficialista una mayoría gigantesca. Incrédulos, comenzaron a esparcir la especie de que en realidad las encuestas estaban equivocadas: el pueblo de México no podía tener tal predilección por el lopezobradorismo, se decían, si todos los marcadores “de la realidad” indicaban un sexenio catastrófico. Sus especialistas invitados corroboraban sus visiones tremendistas, el país se estaba cayendo a pedazos antes del 2 de junio. No había nada bueno, ni salvable y era menester sacar a Morena del Gobierno. Decían que, a diferencia del 2018, el lopezobradorismo había perdido fuerza entre las clases medias y que podrían ganar, pero por un margen estrecho. Nada de eso ocurrió, como sabemos.

En verdad, querido lector, el problema de esos análisis es que no eran análisis sino una forma de crítica interesada, incapaz de mirar más allá de sus filias y fobias. Una crítica interesada en que ganara la oposición y que hacia el final de las campañas se descubrió el rostro abiertamente, sin pena. Su opción, unánime, era votar por la oposición, por el prianrd. Se organizaron y firmaron desplegados: nada de neutralidad e imparcialidad, a la que jugaron durante décadas, cuando podían estar con el gobierno y presentarse como críticos imparciales. No lo eran ciertamente. Pero su papel es mucho más complejo, porque formaron parte del sistema político que los utilizó para legitimarse y también, hay que decirlo, para corregirse. El sistema les prodigaba numerosas ventajas y privilegios, mientras ellos realizaban críticas que no fueran desleales al sistema. Los verdaderos críticos de esos años fueron otros, marginados de los grandes medios de comunicación, salvo por algunas excepciones de escritores de izquierda que fueron falleciendo en esos años, como Carlos Monsiváis o Carlos Montemayor, por mencionar solo a algunos.

Hoy, esa clase de analistas luce terriblemente degradada tras el resultado electoral. Todos sus análisis resultaron insuficientes cuando no francamente equivocados. Sus opiniones la noche de la elección, su rabiosa respuesta y su azoro los días posteriores los exhibieron como jugadores más que como observadores del partido. A nadie le queda duda ya de que responden a intereses particulares y que sus análisis no se basan en la observación crítica. Son parte de la derecha partidista y desde allí se cuentan la realidad nacional, huérfanos del poder que alguna vez tuvieron. Marchantes y promotores de la “marea rosa”, de la candidatura inventada de Xóchitl Gálvez, al final de las campañas ya habían rodado por el zócalo las máscaras “ciudadanas”. Después, ante el fracaso rotundo de su intención de crear una realidad alterna a la social, y la imposición, muy amarga, de la realidad que se negaron a reconocer, se fueron de vacaciones.

Mucho se ha señalado que esa clase de analistas y comentaristas ya no deberían llevar la voz cantante en los medios, una vez que la hegemonía política cambió en México. Hay quien señala, incluso, que deberían retirarse por no haber sabido entender y explicar lo que ocurría, par dar paso a analistas de izquierda o abiertamente oficialistas. Yo no estoy de acuerdo, querido lector. Precisamente porque significaría replicar exactamente el mismo fenómeno de donde provienen. Nada podría dañar más a la libertad de prensa que la nueva hegemonía morenista ocupara los espacios de opinión en los medios, repitiendo la misma práctica que tanto criticamos. No se puede servir a dios y al diablo, o a dios y al César, es decir, hacer crítica y análisis político mientras se hace propaganda gubernamental. Basta con ver lo que ocurrió con los canales públicos este sexenio, convertidos en propagandistas desvergonzados del presidente y su gobierno, para corroborarlo.

Y es curioso, querido lector, que quienes lo sugieren no noten que lo único que les interesa es ocupar los espacios de poder, replicar una práctica lesiva, más que democratizar la vida nacional. Y es que valdría la pena hacer el apunte de que México es un país plural, no una sucursal de un partido político, así cuente con el apoyo mayoritario en las elecciones.

Al contrario, yo opino que los medios deberían sí, abrirse a tener analistas de todas las filiaciones siempre y cuando no sean militantes de partidos. Muchísimo menos, funcionarios o propagandistas oficialistas, ciegos antes la crítica. Precisamente porque ya tienen mucho poder es que se necesita una crítica libre y vigilante de su desempeño. Digo, está muy bien que Morena haya arrasado en las elecciones; que hayan ganado gubernaturas, el Congreso y la presidencia, pero la vida democrática de los medios no se rige por las hegemonías político partidistas, o no debería, precisamente para preservar su autonomía y dar cabida tanto al periodismo serio como a las opiniones libres: justamente lo que no sucedía antes de que Morena llegara al poder. Mal harían en congraciarse con el poder, nuevamente, como algunos sugieren sin la menor vergüenza, en lugar de aprovechar la oportunidad para convertirse en medios críticos y libres, lo que nos beneficiaría a todos, incluido el nuevo gobierno.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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