Sandra Lorenzano
04/07/2021 - 5:00 am
Hamacas y sueños
Amaranta Gómez Regalado se bautizó a sí misma con el nombre de la mujer enamorada que retratara García Márquez en Cien años de soledad. El libro se lo había regalado su padre cuando llegó de uno de sus tantos viajes a la ciudad. Ella era apenas una adolescente, pero ya tenía la certeza de quién quería ser.
Amaranta Gómez Regalado se bautizó a sí misma con el nombre de la mujer enamorada que retratara García Márquez en Cien años de soledad. El libro se lo había regalado su padre cuando llegó de uno de sus tantos viajes a la ciudad. Ella era apenas una adolescente, pero ya tenía la certeza de quién quería ser.
Escucharla es siempre una lección de vida, de compromiso, de ética. Su voz pausada y cálida, la claridad con la que expresa sus opiniones, su búsqueda de caminos para lograr transformaciones profundas en la sociedad mexicana, la hacen un personaje especial dentro de nuestro panorama político y de la lucha por los derechos humanos.
Llega con su traje de gala juchiteco, con sus tocados maravillosos y con todo el poder de seducción de una muxhe segura de su identidad, de sus orígenes y de su pertenencia. En un país como México en el que “esperanza” de vida de las personas trans es de 35 años, con su presencia Amaranta nos deja atisbar otra realidad posible, una realidad de respeto y de inclusión.
“Soy una muxhe indígena zapoteca del istmo de Tehuantepec, soy antropóloga y activista social. Creo que en estas fechas de celebración de las identidades de género y de las preferencias sexuales en el mundo, América Latina es una región en la que hay que celebrar que a pesar de algunas situaciones hostiles que vivimos, tenemos una representación y una visibilidad importantes.”
Si ella lo dice, siendo parte de uno de los grupos más expuestos a los prejuicios y a la violencia, podemos empezar a creer que no todo está perdido.
Amaranta, quien nació en Juchitán de Zaragoza en 1977, supo muy pronto que su cuerpo y su identidad de género no iban por el mismo camino, y decidió, cuando tenía alrededor de doce años, asumirse como mujer.
A los trece, una hermana de su madre, la tía Delia, la ayudó a ponerse por primera vez un vestido para una celebración familiar. En el Istmo de Tehuantepec, donde la identidad muxhe ha desafiado históricamente el binarismo occidental, la familia y el entorno reciben y protegen a la nueva niña. El proceso de aceptación de una persona muxhe pasa por lo colectivo. A la madre, amada y cercana, le preocupaban los peligros que rodearían a su cachorra. Fue entonces el padre el primero en darle el respaldo público que necesitaba. La vio entrar a la casa, con el “vestidito blanco”, y la invitó a sentarse en sus piernas. De ese modo, la presentó ante los hombres que lo acompañaban “autorizando” su identidad.
“Solamente te pido una cosa: no me importa lo que quieras ser, lo único que no te voy a permitir es que alguien venga a decirme que estás tirada debajo de la mesa de una cantina. Eso no te lo acepto. Todo lo demás, hazlo; tienes toda la libertad.”
Amaranta ha usado esa libertad para comprometerse con la lucha por los Derechos Humanos de los más vulnerables. Hizo su debut en política, de la mano del partido “México posible”, uno de los hermosos proyectos de Patricia Mercado y su grupo más cercano.
Pocos meses antes de ganar un escaño como diputada federal, con 25 años, tuvo un accidente automovilístico que la llevó a perder un brazo. “Eso reconfiguró mi vida, en la forma de pensar, de percibir mi cuerpo y mi propia sexualidad”. Nunca quiso ponerse una prótesis porque “no quería simular algo que no era. No más”.
Con la sonrisa deliciosa que la acompaña, dice en tono burlón: “yo sola representaba muchas minorías -soy indígena, transexual y además con una discapacidad-, le salía muy barata al partido”.
Ha construido desde entonces un liderazgo generoso en la defensa de los derechos de las personas con VIH Sida, así como de las diversidades sexo-genéricas, trabajando en diversos movimientos y organizaciones a nivel nacional, latinoamericano e internacional como el Fondo Internacional Trans del cual fuera su primera co-presidenta. Hoy además es profesora en el Título de Expertos Indígenas de la Universidad Carlos III de Madrid, asambleísta en el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, y quien encabeza la construcción de una Etnocartografía Global de las Identidades de Género Indígena: cuáles son, cómo se denominan, cómo han resistido. Se llena de emoción cuando habla de los encuentros con Omeguid de Panamá, con Tow spirit de Canadá, con Quewas de Bolivia, con Epu pillan de Argentina, con Machi weye de Chile, con Fa afafine de Samoa.
Por eso cuestiona la “sopa de letras” LGBTTIQ+: “¿Por qué no ponemos también un signo + antes de la L? Sería el modo de realizar un reconocimiento histórico de estas identidades que son muy anteriores a la propuesta occidental de las letras que conocemos. Es importante que sepamos qué sucede con ellas en términos de salud, de sexualidad, de derechos humanos.”
“Es necesario buscar acuerdos mínimos: luchar contra la violencia, luchar para que haya un acceso temprano a la educación, a la justicia, al trabajo. Estos son los espacios comunes que hay que defender. Pero también es preciso preservar los espacios diferenciados que posibiliten que las diversidades no sean forzadas a acomodarse en las letras ya existentes.”
Sabe que ante la violencia colonizadora, cuyos embates aún sufrimos, el nombrar para visibilizar es también una responsabilidad ética. Por ello valora tanto aquel saludo del Subcomandante Marcos al celebrarse la 21 Marcha del Orgullo en 1999, o la cercanía del movimiento feminista, o la fundamental labor de inclusión de los dos representantes más importantes de la teología de la liberación en Chiapas, Don Samuel Ruiz, y Arturo Lona Reyes, obispo emérito de Tehuantepec.
“Junto a los avances nos vienen pisando los talones los fundamentalismos”, comenta. “Hay que seguir pensando cómo blindarnos y seguir construyendo de manera transgeneracional. Emociona ver a las nuevas generaciones.”
En una entrevista que le hace la argentina Ana Cacopardo, la Amaranta de hoy dialoga con la fotografía de una Amaranta veintitantos años más joven detrás de las cual se ve una hamaca, “el lugar de los sueños”.
“Gracias por tu atrevimiento”, dice la joven. “Gracias por la nostalgia”, le responde la mayor. Ambas saben que para conquistar el mundo que deseamos hacen falta disciplina, constancia, compromiso pero, sobre todo, sueños.
Guendanabani’, Amaranta. Viva la vida como la vives tú: con generosidad, con valentía, con la mirada y el corazón puestos siempre en lxs demás.
Diushi pe lii. Gracias por seguir soñando.[1]
[1] Las citas textuales están tomadas de comunicaciones personales así como de las entrevistas realizadas por Ana Cacopardo para el Canal Encuentro (Argentina) y por Ricardo Raphael en su programa “No hay lugar común”.
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