No sé en qué momento México pasó de ser un país de larga tradición religiosa, sólidos valores morales (que ahora tendrían que ponerse entre comillas) y una irrebatible riqueza cultural y racial a un país barbarizado por una violencia que no parece tener límites y que ha cometido tantos y tan terribles crímenes que, al día de hoy, se han convertido en una parte inmanente de nuestras vidas.
¿Desde cuándo ese México que nadie creímos que pudiera ser posible se nos impuso, de súbito, a golpes de sangre y de artera violencia, sin darnos cuenta de las reales proporciones del horror que conllevaba?
Sin duda la corrupción de los gobiernos y de la clase política, que no ha propiciado igualdad social ni promovido equidad, ha llevado a que un gran sector de mexicanos no tengan más remedio que reclutarse en las peores actividades ilícitas para sobrevivir a un estado incapaz de crear el mínimo de bienestar social para la población, pero aun así sigue causando espanto presenciar los niveles de barbarie a los que hemos llegado: mutilaciones, desmembramientos, descuartizamientos, crímenes contra niños y mujeres inocentes, asesinatos de periodistas, desapariciones, despellejamientos, fieras formas de torturas, calcinaciones, etcétera.
Si bien siente uno horror de salir a la calle por ese simple riesgo de convertirse en una más de las víctimas de la violencia, el miedo no es menor incluso guareciéndose en casa, pues hasta en ella uno se siente vulnerable e inseguro, de ahí que se pongan más protecciones, se levanten muros más altos, se instalen cercas electrificadas, se compren chapas y cerrojos más seguros, duerma uno intranquilo.
Si a toda esta violencia que generan, principalmente, los políticos y el crimen organizado (en conciliábulo o no), aunamos los altos niveles de violencia provenientes de la televisión, la radio, la generada en las calles por los automovilistas, la propiciada por los vecinos o los centros de trabajo, la generada incluso en las familias, el largo camino hacia la paz se advierte imposible, sobre todo porque no se atisba ni en el corto ni en el largo plazo una clase política ni partidista que piense más allá de sus intereses personales ni un Estado de Derecho que esté por encima de cualquier tipo de poder político (presidencial, estatal y municipal).
¿Qué o quién podría entonces revertir esta avanzada hacia la destrucción total de nuestro tejido social si vemos, igualmente con horror, que las nuevas generaciones de políticos (si recordamos nuestro presidente Peña Nieto se decía parte de una de ellas) y de narcotraficantes resultaron más corruptas y más criminales que sus antecesoras?
Si el Estado es fallido, sin duda es porque la sociedad (que lo alimenta) también lo ha venido siendo, pero es, paradójicamente, desde la sociedad organizada como tenemos urgentemente que detener este pavor cotidiano (y cotidianizado) en el que viven millones de mexicanos, más de la mitad de ellos sin lo mínimo indispensable para gozar de una vida digna.
@rogelioguedea