La hora del show se acerca. Será transmitido en horario estelar, el domingo a las ocho de la noche. Los protagonistas se preparan. La agenda, por lo menos del puntero en las encuestas, luce cada vez más vacía conforme se acerca este seis de mayo. Debe prepararse; lo hace practicando en su cuarto de guerra, haciendo rounds de sombra.
Sabe que dos de sus competidores lo atacarán. No tienen alternativa, la diferencia en las preferencias electorales es considerable y el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido blindado: ni eventos no controlados ni debates que no sean más que los dos que organizará el Instituto Federal Electoral (IFE).
Se trata del sexto debate presidencial en la historia de México. Los participantes: Andrés Manuel López Obrador, candidato de la coalición Movimiento Progresista (PRD-PT-Movimiento Ciudadano); Enrique Peña Nieto, de la coalición Compromiso por México (PRI-Partido Verde); Gabriel Quadri, del Partido Nueva Alianza (Panal), y Josefina Vázquez Mota, del Partido Acción Nacional (PAN).
Como en cualquier espectáculo, se ha calculado todo. Los candidatos tendrán, durante el sábado, una hora de ensayo individual, para reconocer el terreno en el que se desenvolverán. Habrá una mesa para que los candidatos coloquen los documentos o materiales gráficos que pretendan mostrar; si en un principio se dijo no al uso del teleprompter, tampoco se podrán usar celulares, iPads o tabletas electrónicas a manera de “acordeones”.
Los priistas incluso propusieron cómo debían manejarse las cámaras: no tomar al candidato que esté siendo aludido por alguno de sus adversarios, para no afectar su imagen.
Las campañas electorales mexicanas se miden en spots de propaganda política, cuando se hayan transmitido 20 millones 174 mil 400 se habrán cumplido 90 días. Cada una de las 2 mil 335 estaciones de radio y televisión destina 48 minutos diarios en la emisión de 96 spots de 30 segundos.
BREVEDAD QUE SATURA
El próximo debate presidencial también puede medirse en spots: cada uno de los candidatos tendrá lo que duran tres para hacer una presentación inicial; cuatro spots, dos minutos, para responder una pregunta para cuya lectura están destinados 30 segundos, lo que dura un spot.
El evento se extenderá por dos horas. Los temas a tratar son vastos: economía y empleo, seguridad y justicia, desarrollo sustentable y desarrollo social; el formato, por su parte, privilegia lo sucinto y la dispersión.
“Los debates siempre son espectáculo, un espectáculo pensado para los medios”, asegura Raúl Trejo Delarbre, especialista en comunicación política. Explica que esto no demerita su capacidad para transmitir ideas o aclarar los dichos de los candidatos, aunque advierte: “Lo que pasa es que hay espectáculos grises y otros más coloridos. Hay espectáculos sosos y aburridos y otros más entusiasmantes. Me temo que el del seis de mayo no va a ser un espectáculo político precisamente animado.
“En ese debate no va a haber mucha oportunidad para réplica, no va a haber preguntas por parte de ciudadanos sino sólo a partir de los temas que se han sorteado por parte de los organizadores. La moderadora del debate no va a tener oportunidad para repreguntar o para pedir puntualizaciones a los candidatos, sino solamente para dar la palabra y medir el tiempo. Es un debate muy acotado, es un debate muy ceñido a formas muy tradicionales”, destaca.
Tanto en Estados Unidos como en Europa han venido ocurriendo debates más versátiles, más flexibles, con una mayor participación de los ciudadanos, a diferencia de lo que ocurre en México.
“Los debates en Estados Unidos en los 60, desde luego que todavía en los 80, eran más parecidos a los que tenemos hoy en México: varios señores que se parapetan detrás de un atril y que van respondiendo cuando es su turno ya sea las preguntas del moderador o las que son sorteadas de acuerdo con un temario preestablecido”, observa Trejo Delarbre.
-¿El formato que se acordó para el domingo beneficia a Peña Nieto
-Tiende a no perjudicarlo, yo lo pondría así. Cuando hay más discusión, cuando hay menos control sobre las reglas, cuando hay más apertura a circunstancias impredecibles es más natural que tiendan a perjudicarse los que van adelante. Por eso hace seis años López Obrador no aceptó ir al primer debate, que fue un enorme error porque no tenía tanta ventaja como se imaginaba.
La literatura académica reconoce tres modelos de debates: en el estadounidense, se privilegia la presencia de público y son normalmente periodistas quienes realizan las preguntas; en el francés, los debates se conciben menos como un espectáculo que como un programa informativo, con un moderador que propone sólo temas, no hace preguntas; en el alemán por lo general hay dos variantes, dependiendo de si son dos o más los candidatos participantes: con varios debatientes es un panel de periodistas el que hace las preguntas y hay espectadores en el estudio, cuando son sólo dos, el debate se desarrolla sin público y con un moderador.
Elementos de estos modelos han sido tomados para producir formatos híbridos, como en el caso español (Nilsa Téllez et al., “Función discursiva en los debates televisados”, en Palabra Clave, vol. 13, núm. 2, Bogotá, diciembre de 2010).
El mismo día que Televisión Azteca informara que el partido de futbol entre Tigres y Morelia se transmitiría a la misma hora que el debate y Ricardo Salinas Pliego, dueño de la televisora, escribiera en Twitter: “Si quieren debate véanlo por Televisa, si no, vean el fútbol por Azteca. Yo les paso los ratings al día siguiente”, la empresa encuestadora Parametría dio a conocer que a 55% de los mexicanos el debate presidencial les interesa poco o nada y que sólo 16% muy probablemente lo verá o escuchará.
El director asociado de Parametría, Francisco Abundis, afirma que los debates están sobrevaluados y que en realidad son muy poco influyentes.
“Los debates cambian muy poco las preferencias electorales, o por lo menos así ha sido históricamente, porque regularmente quien ve los debates es alguien que ya tiene definida su preferencia electoral”, explica.
En todo caso –considera– son los posdebates, cuando se discute quién ganó el encuentro, lo que acaba siendo más importante que el propio debate.
Especialista en estudios de opinión, Abundis considera que para que los debates tengan impacto deben cumplir tres condiciones: aportar información nueva, que esta información sea relevante y que ésta pueda llevar al elector a cambiar el sentido de su voto. Es decir, tienen que pasar cosas sorpresivas o inusuales.
“En México hemos tenido eventos de esa naturaleza. En el 94, cuando nadie conocía a Diego Fernández de Cevallos, lo cual fue información toda nueva desde el mismo personaje, y luego tenemos el 2000, donde probablemente lo que se dijo en el debate se reprodujo mucho como errores de uno de los candidatos a la Presidencia, Francisco Labastida, cuando replicó los mismos mensajes que el ex presidente Vicente Fox le había hecho sobre sus defectos personales”, señala.
“Puede ser relevante si alguien retoma algo que sucedió en el debate y lo reproduce a manera de spot, de ahí la relevancia. El evento en sí mismo realmente no es un evento que pueda impactar electoralmente, o alguien lo tiene que replicar o alguien tiene que decir que pasó algo en el debate, eso acaba siendo más poderoso”, añade Abundis.
-¿Qué tanto cambian las preferencias electorales después de un debate?
-Muy poco. En todo caso, los debates a veces reflejan cosas que van a pasar después, son síntomas, son indicadores. Pero pocas veces acaban siendo en sí mismos lo que mueve al electorado. Otra vez, a lo mejor acaba siendo lo que pasó en el debate, el evento que se reproduce en medios, lo que termina siendo más importante.
AVANCE LENTO
Es comúnmente aceptado que el primer debate presidencial en México ocurrió el 12 de mayo de 1994 –34 años después de que en Estados Unidos se transmitiera por primera vez un debate por televisión, el 26 de septiembre de 1960, protagonizado por John F. Kennedy y Richard Nixon–, en el que participaron Cuauhtémoc Cárdenas (PRD), Fernández de Cevallos (PAN) y Ernesto Zedillo (PRI).
Aunque en estricto sentido se trató del segundo, pues un día antes se llevó a cabo el llamado “debate de los chicos”, al que fueron convocados los seis partidos minoritarios que participaban en la elección: Partido del Trabajo (PT), Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), Partido Popular Socialista (PPS) y Partido Demócrata Mexicano (PDM). Únicamente asistieron tres candidatos al encuentro: Jorge González Torres del PVEM, el ex panista Pablo Emilio Madero del PDM y Rafael Aguilar Talamantes del PFCRN.
Los debates de mayo de 1994 no fueron los primeros que se transmitieron por televisión en México. Nueve meses después del encuentro Kennedy-Nixon, el 27 de junio de 1961, en el programa Mesa de Celebridades conducido por Agustín Barrios Gómez debatieron dos candidatos a diputados federales, el panista Tomás Carmona y el priista Antonio Vargas McDonald.
La falta de competitividad electoral hizo que los debates presidenciales se organizaran en el país hasta 1994. “Durante larguísimas décadas el partido hegemónico era el PRI y no había necesidad para el PRI de entablar debate con sus rivales. El más importante fue en 94, ya en las primeras elecciones con competencia más clara”, plantea Trejo Delarbre.
El segundo y tercer debates ocurrieron en la siguiente elección, la del 2000. El 25 de abril participaron los seis candidatos que competían: Labastida del PRI, Cárdenas de la Alianza por México, Fox de la Alianza por el Cambio, Gilberto Rincón Gallardo del Partido Democracia Social, Porfirio Muñoz Ledo del PARM y Manuel Camacho Solís del Partido de Centro Democrático.
Fue en este encuentro en el que Labastida se quejó de Fox: “En las últimas semanas me ha llamado chaparro, me ha llamado mariquita, me ha dicho La Vestida, me ha dicho mandilón, ha hecho señas obscenas en la televisión refiriéndose a mí”. El priista perdió el enfrentamiento y a la postre se convertiría en el primer candidato de su partido en perder una elección presidencial. Recientemente ha lamentado haber seguido las instrucciones de sus asesores durante el debate y no haberle hecho caso a sus instintos, emociones y sentimientos.
En el debate del 21 de mayo de 2000 sólo participaron Labastida, Fox y Cárdenas. Si el debate del próximo domingo será el primero en ser acompañado por las redes sociales, el tercer debate presidencial en la historia de México fue el primero en ser visto vía internet.
El 25 de abril de 2006 ocurrió el cuarto debate. Participaron Felipe Calderón del PAN, Roberto Madrazo de la Alianza por México, Patricia Mercado del Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina y Roberto Campa del Panal. López Obrador, de la Coalición por el Bien de Todos, decidió no asistir. En el siguiente debate, celebrado el 6 de junio, se presentaron los cinco candidatos.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Trejo Delarbre sostiene que desde 1994 a la fecha la evolución en materia de debates ha sido muy lenta, tanto que no existe en el país una auténtica cultura del debate.
“Siguen siendo acontecimientos extraordinarios, extraños a la realidad política consuetudinaria. Son tan poco frecuentes que por eso mismo son magnificados por muchos medios de comunicación y por algunos ciudadanos”, apunta.
“Aquí los vemos como el gran evento que habrá de resolver dudas o intenciones de voto, no es para tanto. Insisto en que son muy importantes, pero para ser realmente eficaces y ayudarnos a elegir y mostrarnos a los candidatos tendríamos que tener muchos debates y estar acostumbrados a ellos. Todavía no ocurre eso en el caso mexicano”, sentencia.
-¿Qué importancia tienen los debates presidenciales?
-Permiten que se expongan las razones de los candidatos, se vean sus maneras, sus ademanes, sus reflejos, su capacidad o incapacidad para replicar, su rapidez de respuesta, su retentiva de datos. Los debates, igual que cualquier evento, cualquier espectáculo, porque también se difunden en televisión, muestran de manera directa a los personajes sin las máscaras y el maquillaje que a veces imponen las entrevistas pactadas, las discusiones en donde no hay necesariamente ni contexto ni impugnaciones.
Son ejercicios de deliberación abierta, pero los debates no son la panacea de la democracia, hay muchos tipos de debates, hay formatos que propician más que otros la interlocución y la exigencia respecto de los candidatos. Los debates son espectáculos políticos que nutren a la democracia, no son los únicos insumos; sin embargo, de la información democrática en la sociedad contemporánea.
RIESGOS Y RETÓRICA
Abundis llama la atención sobre los riesgos que pueden tomarse durante un debate. Plantea que cuando se tiene una elección empatada o se quiere mover al electorado se toman riesgos muy altos porque hay muy poco tiempo, contrario a lo que ocurre cuando se busca aumentar la venta de algún producto, para lo cual pueden tenerse uno o dos años.
“Para uno que va en segundo lugar no tiene caso ser precavido, porque si va perdiendo más vale que mueva los números más que quedarse quieto, entonces toma riesgos muy altos y estos riesgos altos pueden hacer que incluso pierda más puntos de lo que pensaba. Siempre es una característica de los debates: se toman riesgos altos y a veces éstos son contraproducentes”, argumenta.
-¿Qué veremos el seis de mayo?
-Tal vez el que va a tomar más riesgos es Quadri, porque es el que tiene menos que perder, es el que tiene todo por ganar, pero también Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador van a jugar todas sus cartas en una sola noche. Ciertamente la estrategia dominante de Peña Nieto debería ser cubrirse, literalmente no tomar riesgos; para él el debate es un riesgo dada la posición que tiene hoy día electoralmente.
Trejo Delarbre explica que en materia de debates hay dos grandes estrategias. Una positiva o constructiva, mediante la cual se busca convencer con propuestas importantes u originales, y una que se basa en la descalificación y la ridiculización. Entre esos dos extremos hay muchas opciones, entre ellas la que, augura, dominará el domingo próximo: “una suerte de comportamiento gris, cuando hay contendientes con poca capacidad retórica, o con poca credibilidad entre los ciudadanos o con escaso bagaje conceptual”, por lo que pronostica un debate “poco vistoso, tanto como espectáculo político como en términos de lo que aporte a la cultura política mexicana”.
Para el académico, López Obrador es quien tiene mayor capacidad retórica y experiencia dado que está formado en la vieja cultura política mexicana, mientras que los otros candidatos se han formado en un ambiente dominado por intereses privados.
“Quien va a ser diferente es López Obrador, porque está más ceñido a la vieja retórica priista, pero no encuentro en ninguno de los cuatro un candidato con tablas para tener un desempeño brillante con información y originalidad para tener respuestas claras a la vez que contundentes. No son buenos discutidores, al menos hasta donde los hemos conocido”, afirma.
REDES SOCIALES
En la era de Facebook y Twitter, la televisión sigue siendo importante. Trejo Delarbre argumenta que mientras el debate puede ser observado por decenas de millones de ciudadanos a través de la televisión, sólo cuatro de diez mexicanos tienen acceso a Internet, además, de este 40% no todos se interesan por consultar y comentar en la red de redes asuntos políticos.
En México, Twitter cuenta con 10.5 millones de usuarios, Facebook con 31 millones. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), mientras que el 94.7% de los hogares mexicanos tiene televisión, sólo el 29.8% dispone de una computadora y apenas el 22.2% de conexión a Internet.
Trejo Delarbre, especialista en nuevas tecnologías de la información, considera que la televisión y las redes sociales comparten ciertos rasgos. “La discusión en Internet es tan simple, tan esquemática, tan esquematizadora al mismo tiempo como los spots en televisión o los pocos minutos que tiene un candidato en un debate para dar a conocer sus argumentos. Son ambos medios que obligan a los aspirantes políticos a acortar sus razonamientos, a abreviar sus parlamentos, a depender mucho más de la imagen, el gesto y las frases contundentes que de un razonamiento complejo. En los 140 caracteres de Twitter no se puede decir demasiado y lo mismo sucede en los pocos segundos que hay en un spot de televisión o en una intervención de un debate.
“Sin embargo, esta obligación para comprimir el contenido político es importante porque obliga a precisar ofertas, a resaltar las diferencias respecto de las propuestas de los candidatos rivales y a llamar la atención de los electores.
-¿Cómo llaman la atención los candidatos respecto a los electores?
-Algunos con parafernalia retórica y demagogia, algunos más, unos cuantos, los menos –en el caso mexicano yo no encuentro ninguno entre los candidatos presidenciales–, con ideas, con razones, con propuestas, como, para hablar de otra experiencia, hizo Barack Obama hace cuatro años en Estados Unidos”, enfatiza.