En septiembre de 2015, mientras la Secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, exigen justicia en El Cairo, Egipto para ocho turistas nacionales asesinados por el ejército de ese país, 13 madres y dos padres de familia viajan por las carreteras de Veracruz. Se mueven por caminos brumosos con las manos sudorosas por la angustia, pero con la esperanza de hacer por sus hijos lo que las autoridades no han podido: encontrarlos. “Las fotografías que voy a mostrar”, advierte el médico forense José Luis Ronzón, “pueden darles pesadillas”.
Por Oscar Balderas
Ciudad de México/Xalapa, 4 de abril (SinEmbargo/VICE).- Las fotografías que voy a mostrar, advierte el médico forense José Luis Ronzón, pueden darles pesadillas. Les recomiendo que cuando estén frente a mi computadora, no me pidan ver todas las imágenes. Sólo observen la primera foto que yo les enseñe, porque en esa se apreciará mejor el rostro del cadáver. Si creen que ese cuerpo que están viendo es su hija o hijo, entonces pídanme abrir más archivos para que revisemos los detalles del cuerpo y busquemos marcas de nacimiento, cicatrices, tatuajes o lunares y, si todo coincide con su familiar, puedan reclamar el cuerpo y llevarlo a donde ustedes quieran.
Si los restos no parecen coincidir, cerraré la carpeta y abriremos otra para seguir buscando en los archivos. No tiene sentido que observen todas las fotografías que yo tengo. Las muecas de dolor con las que los muertos fueron retratados se quedarán con ustedes y les perseguirán varias noches durante el sueño. Son retratos de hombres a los que quisieron desaparecer con ácido o que fueron hallados meses después de enterrarlos en una fosa clandestina; mujeres a quienes asesinaron después de violarlas o que las encontraron con tiros de gracia; niños insoportablemente lastimados; personas a las cuales ni siquiera nosotros, los empleados del Servicio Médico Forense de Xalapa, Veracruz, podemos determinar su género porque tienen los genitales mutilados.
“Son imágenes muy fuertes, pueden afectarlas ¿están seguras?”
En algunos casos, buscar en mis archivos es una tarea inútil: en varias carpetas hay cuerpos tan descompuestos que su identidad es indistinguible. Sólo huesos, cráneos o coxis rotos que podrían pertenecer a quien sea. Si quieren ver esas fotografías, adelante. Pero les advierto: no podrán reconocerles. Entonces, cerraré la carpeta y seguiré hasta donde haya un muerto que sí puedan identificar.
No hay forma de suavizar la crudeza de esas imágenes y de esas palabras. Este álbum es la radiografía de la violencia de los cárteles. Es real, y los padres y madres necesitan examinar esto para buscar a sus familiares.
Deseo que no encuentren a sus seres queridos aquí, dice el forense, porque significa que podrían estar con vida. O si los encuentran, ojalá puedan descansar de esta angustia. Nunca sé qué decir en estas circunstancias. Sólo pido que resulte lo mejor para ustedes.
La búsqueda tomará cinco horas.
EL ITINERARIO NACIONAL DE LOS SEMEFOS
El 16 de septiembre de 2015, mientras la canciller del gobierno mexicano Claudia Ruiz Massieu exige justicia en El Cairo, Egipto, para ocho turistas nacionales asesinados por el ejército de Egipto, 13 madres y dos padres de familia viajan por las carreteras del país. Se mueven por caminos brumosos con las manos sudorosas por la angustia, pero con la esperanza de hacer por sus hijos, lo que las autoridades no han podido.
El grupo deja la Ciudad de México y toma camino rumbo al oriente del país, a Xalapa, capital de Veracruz, para una cita que anhelan y temen al mismo tiempo: después de tres meses de gestiones, por fin tienen los permisos para iniciar un itinerario histórico en el país, cuyo objetivo es encontrar a sus hijos y a una fracción de los más de 27 mil desaparecidos, entre cientos de cadáveres no reclamados bajo el resguardo del gobierno.
Con el nombre de Red de Madres Buscando a sus Hijos, el grupo será la primera organización no gubernamental, que con permisos federales y estatales, entrará a cada uno de los anfiteatros más importantes, tendrá acceso a sus archivos y cotejará los cadáveres con los expedientes de desapariciones que ellos guardan.
Su primera parada no es casualidad: han elegido Veracruz porque el grupo cree que sus 71 mil kilómetros cuadrados son un narcocementerio, donde la siembra de cuerpos parece tan común como la cosecha de café. La presencia dominante del cártel de Los Zetas y sus rivales, como Los Caballeros Templarios y el Cártel Jalisco Nueva Generación, han provocado el asesinato de cientos o miles de personas, cuyos cuerpos han sido escondidos en, al menos, 144 fosas ilegales contabilizadas por la Procuraduría General de la República (PGR) entre 2006 y 2013. A ese cifra se suman los hallazgos en panteones del crimen hallados a partir del 2014, como los 31 restos calcinados en el rancho El Diamante, Tres Valles; 15 cadáveres con huellas de tortura en La Poma Rosa, Acayucan; los siete cráneos con orificios de bala en la playa La Cava, Alvarado; y muchos más, todos ellos documentados en la prensa nacional.
Seguramente hay más narcofosas, pero los reporteros tienen miedo de investigar. Es lógico: aquí, 15 periodistas han sido asesinados y tres han desaparecido desde 2010, cuando inició la administración del gobernador priista Javier Duarte, según el más reciente reporte de la ONG Artículo 19. Ser el lugar más peligroso en México no es poca cosa: el país es ubicado por la Federación Internacional de Periodistas como el tercero más mortal en el mundo para hacer periodismo.
“Mire doctor, nosotros de todos modos ya estamos muy mal… hay que empezar ya para que todas podamos ver las fotografías”.
Pero este panorama no detiene al grupo. Avanzan con ritmo sostenido por la autopista bajo el liderazgo de Leticia Mora, una exprofesora que en el 2011 se retiró de los salones de clases para dedicarse a buscar a su hija Georgina Ivonne, de entonces 21 años, raptada en el Estado de México. Ella sabe de la importancia de rastrear en los anfiteatros: por dos años buscó afanosamente a su primogénita hasta encontrar sus restos en el Servicio Médico Forense de Pachuca, Hidalgo, a 100 kilómetros de donde fue raptada. El cuerpo había llegado ahí apenas dos días después del secuestro, pero la mala identificación hizo que Leticia viviera más de 700 días de angustia e incertidumbre. Fue durante esa búsqueda que la profesora prometió que si encontraba a su hija, viva o no, dedicaría su vida a ayudar a quienes pasan por ese tormento.
Y es ella quien lleva al grupo hasta la ciudad destino. Luego de cuatro horas de viaje, Lety pide al conductor que pare en el hotel Mirador de Xalapa, de dos estrellas, que el gobierno federal les ha pagado para que duerman y se puedan preparar al día siguiente para la búsqueda.
El grupo cena sin hambre y duerme sin sueño ansiando el amanecer. Cuando el sol se asoma, saben que llegó el día en el que, quizá, podrán encontrar a sus hijos.
¿ESOS RESTOS SON DE MI HIJO?
El olor que flota en el Servicio Médico Forense de Xalapa pica en la nariz. Es un hedor ácido, a tlapalería vieja y a hierro en la sangre, que se ondula hasta las fosas nasales e impide percibir cualquier otro olor. Si alguien bosteza, ese aroma se empuja hasta la garganta y deja en la lengua el mismo sabor que provoca una moneda en la boca.
Esta mañana, dicen los empleados, el olor es tolerable. Basta untarse una pomada mentolada entre la nariz y la boca para soportarlo y frenar el empellón del vómito. Pero hay días que la peste es inaguantable y llega hasta las cocinas de las casas aledañas, como pasó el 19 de junio de 2014, cuando los 31 cadáveres encontrados en el rancho El Diamante fueron llevados al edificio gubernamental para que familiares de desaparecidos hicieran fila y reconocieran si ese hueso era de sus hijos o sus padres.
“Ya no aguanto más doctor… ¿hay algún niño en sus archivos?, ¿alguien de la edad actual de mi chiquito?”
El grupo subirá a la oficina del médico forense José Luis Ronzón, quien les advierte sobre las fotografías de los cadáveres que va a mostrar en su computadora. La dinámica, explica la fiscal especializada en personas desaparecidas, Ivonne Plata, es hacer tres grupos y pasar por turnos: primero, los familiares que buscan a hombres desaparecidos desde 2007; segundo, los que quieren encontrar a mujeres extraviadas a partir de 2012; y finalmente, quienes esperan a jovencitas desde hace seis años.
El primer grupo busca a Eduardo Meza, Alfredo Ortiz, Gustavo de la Cruz y los demás varones de otras madres ausentes. Las madres y un padre pasan a un cubículo estrecho y eligen sus asientos alrededor de la pantalla. Ronzón advierte que abrirá sus carpetas, mostrará los restos de decenas de personas y si alguno es plenamente reconocido podrán iniciarse los trámites para darle nombre, apellido y entierro en donde la familia decida.
“Son imágenes muy fuertes, pueden afectarlas ¿están seguras?”, insiste el forense y todas las mamás asienten. Tragan saliva e hincan la mirada en la pantalla. “Mire, doctor, nosotros de todos modos ya estamos muy mal”, responde Concepción Osorio, madre de Alfredo, desaparecido desde 2012 en Monterrey. “Hay que empezar ya para que todas podamos ver las fotografías”.
Entonces, las imágenes se muestran como cartas de una baraja. Una va detrás de la otra esperando que alguien conozca al retratado. Pero la mayoría de las veces el reconocimiento varía entre difícil e imposible por el mal estado de los cuerpos.
“Ya no aguanto más, doctor”, interrumpe María Alicia Guillén, madre de Eduardo Meza, desaparecido en 2012 a los 6 años, “¿hay algún niño en sus archivos? ¿alguien de la edad actual de mi chiquito?”
“¿Cuántos años tenía… digo, tiene… su hijo ahora?”, responde el médico. “Hoy, TIENE nueve años”, ataja la mamá. “No, nadie de esa edad en mis archivos”, acaba Ronzón.
En cuanto María Alicia escucha eso, levanta las manos hacia el techo, lleva sus palmas a su pecho y su rostro descompuesto se transforma en un gesto de alivio que contrasta con el sombrío ambiente.
“¡Gracias, Dios mío, gracias! ¡Yo lo sabía, yo lo sabía! ¡Mi niño no está aquí!”, grita María Alicia. “Está vivo, yo siento aquí — se toca en el corazón — que lo voy a encontrar vivo. Está vivo, ¿verdad?”
“Por favor… si llega alguien con estas características, llámeme y tomo el primer camión. Ya estoy más preparada para encontrarla, como sea”.
El primer grupo sale del Área de Identificación Humana sin resultados. Entra el segundo grupo y salen igual. Hay quienes se alegran si se marchan con las manos vacías y el alma esperanzada, pero otras madres lo conciben como una derrota frente al tiempo. Una de ellas es Carolina Manzano, mamá de Érika de la Piedra, raptada en la Ciudad de México en 2012. Cuando abandona el área, deja en la mesa del forense una fotografía de su hija.
“Por favor… si llega alguien con estas características, llámeme y tomo el primer camión. Ya estoy más preparada para encontrarla, como sea”, pide la mamá de Érika.
“A mi también, llámame”, secunda Cecilia González, madre de Amairani Roblero, plagiada también en la capital hace cuatro años. “Porque, la verdad, está difícil buscar así, casi imposible, ¿cómo le hacemos cuando son puros huesos?”
El tercer y último grupo es la oportunidad final para ubicar, al menos, un desaparecido en la morgue. Saben que encontrar algo es tan difícil como conocer de memoria la forma, color y tamaño de los dientes de alguien que hace años que no han visto. Pero lo intentan durante cinco horas… hasta que se acaban las imágenes.
Nadie es identificado.
Y las madres dan vuelta, se despiden, dan las gracias — aunque algunas lo hagan a regañadientes — y salen del Semefo de Xalapa sin saber si ha sido un buen o mal día. Sin saber si hallar algo o nada les hubiera dado tranquilidad o más desasosiego,
Vuelven con una duda en la cabeza: ¿es posible que esos huesos sí sean los de mi hija o hijo, pero no pude identificarlos?
¿Habré estado cerca de mi familiar, pero no había forma de saberlo?
RECORRER EL PAÍS BUSCÁNDOLES
Además de Xalapa, la Red de Madres Buscando a sus Hijos ha entrado desde el año pasado a las morgues de Toluca, Estado de México; Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; y Pachuca, Hidalgo.
Hasta el momento, los saldos de la búsqueda son decenas o cientos de cuerpos revisados y un cuerpo, que se cree, es hijo de una integrante de la organización, pero esa hipótesis se corroborará o desechará hasta que tengan los resultados de un estudio de ADN.
Jaime Rochín, presidente de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), dependiente de la Secretaría de Gobernación, asegura que ellos cargarán con el costo del itinerario por el país y colaborarán con las familias en los casos que prevé la Ley General de Víctimas.
“La Dirección General Jurídica brinda atención en coordinación con la señora Lety Mora. A su grupo, las madres y padres, se les apoya con traslados a los distintos estados para que en los Semefos hagan una revisión de las carpetas fotográficas. También con alimentos y hospedaje para las diligencias ministeriales y la representación jurídica. Y la CEAV es la que concreta las citas con los directores de Semefos y les acompaña.
“En México, existe el derecho a la verdad. Es un derecho fundamental de las víctimas indirectas de desaparición forzada: saber cuál es el paradero de su familia. Si de alguna manera con este apoyo podemos lograr que alguien encuentre a sus seres queridos, aunque estén fallecidos, podemos dar un descanso reparador”.
“Mientras estemos vivas, vamos a ir a cada rincón del país que la vida nos permita. Las madres y padres en esta situación tenemos más amor que cansancio”.
Empezar en Veracruz era importante: aquí, entre 2011 y 2015, 24 policías han sido consignados por el delito de desaparición forzada y 509 por el delito federal de delincuencia organizada, según la Procuraduría General de la República. Aquí, creen las madres, están las pistas para arrancar un rastreo por toda la nación.
“En Veracruz, afortunadamente, nos abrieron las puertas más rápido que en otros estados y para nosotras era muy importante venir aquí”, dice Lety Mora. “Estamos confiados en que saldrá algo: dejamos nuestras carpetas con fotos de los desaparecidos y las autoridades se comprometieron a que, si ven los restos de alguien que pueden coincidir, les harán exámenes de ADN.
“Mientras estemos vivas, vamos a ir a cada rincón del país que la vida nos permita. Las madres y padres en esta situación tenemos más amor que cansancio”.
Por lo pronto, el grupo ya tiene en la vista otros Semefos a los que quieren entrar con permisos federales y estatales: al de Cuernavaca, Morelos; al de Monterrey, Nuevo León; y pisar Quintana Roo para seguir una pista que les acercaría al hijo de una de ellas.
Y cada vez que puedan volverán a Veracruz, porque parece que ahí la siembra de cuerpos es tan común como la cosecha de café.