Jaime García Chávez
04/03/2024 - 12:01 am
Morena: el síndrome Chihuahua
Las encuestas y las tómbolas son un remedo y un sofisma, porque no sustituyen la voluntad ciudadana militante y la verdad dista mucho de estar presente a la hora de tratar de encuadrar personalidades con historias, candidatos con su propio pasado.
En los últimos días, y con modestos medios y alcances, he tomado muestras de lo que sucede al interior de Morena en torno a la nominación de sus candidaturas, particularmente al Congreso de la Unión en sus dos cámaras. Frente a la disciplina que se presume y la obediencia ciega que se exige, es inocultable el malestar con los mecanismos de decisión, absolutamente verticales y centralizados.
De ninguna manera se puede sostener que las candidaturas hayan sido producto de la voluntad de los adherentes, simpatizantes o miembros activos y fundadores con plenos derechos de esa organización.
Las encuestas y las tómbolas son un remedo y un sofisma, porque no sustituyen la voluntad ciudadana militante y la verdad dista mucho de estar presente a la hora de tratar de encuadrar personalidades con historias, candidatos con su propio pasado. Se afirma que Morena está siguiendo los pasos del PRI durante su larga hegemonía. Pero eso realmente resultaría un elogio si contrastamos los procedimientos actuales de los que emergieron de no pocas candidaturas a lo largo y ancho del país.
En ese sentido es que me permito afirmar que el “síndrome Chihuahua” –puede tener otro nombre– se puede convertir en el veneno mortífero de una unidad que galvanizó López Obrador, pero que no garantiza refrendar su candidata Claudia Sheinbaum.
Desde el balcón chihuahuense vemos que de manera central se decidieron las candidaturas senatoriales en una plaza especialmente competida por la prevalencia del Partido Acción Nacional en el Gobierno. La fórmula encabezada por la actual Diputada Andrea Chávez es una concesión al aspirante perdedor, Augusto López Hernández, quienes ya, independientemente del resultado, tienen garantizados sus respectivos escaños en el Senado, donde navegarán con una influencia superlativa.
En segundo lugar quedó Juan Carlos Loera de la Rosa, en zona de riesgo y con un descrédito monumental en gran parte del territorio chihuahuense y en su propia plaza de Ciudad Juárez, donde ha generado motivos de discordia que alcanzan el nivel de una represión policiaca ordenada contra morenistas por el propio Alcalde, Cruz Pérez Cuéllar, expanista recibido en el partido guinda.
Eso por lo que se refiere al Senado. Pero las candidaturas a diputados federales que envió la vocería de Mario Delgado, contiene prácticamente una concesión a expolíticos prominentes del PRI: Distrito 1 Ciudad Juárez, Daniel Murguía; Distrito 8 Chihuahua, Marco Quezada; Distrito 5 Delicias, Miguel Rubio; Distrito 7 Cuauhtémoc, Jesús Roberto Corral Ordóñez. Y también, del PAN: Distrito 4 Ciudad Juárez, Alejandro Pérez Cuéllar (hermano de Cruz, Alcalde de Juárez, que jugará por la reelección).
Cinco distritos de nueve que componen la geografía electoral federal en Chihuahua tienen historia de compromisos previos, que permite colocarlos de manera distante de lo que podríamos llamar izquierda política.
Los restantes cuatro (Distrito 2 Ciudad Juárez; Mayte Vargas; Distrito 3 Ciudad Juárez; Lilia Aguilar; Distrito 6 Chihuahua; Adriana Beltrán) tienen poca significación política en la entidad, o provienen de concesiones al PT y al Verde, que carecen realmente de votos en el estado, o de figuras ligadas a los programas clientelares de la Cuatroté.
Todos tienen como común denominador que no pasaron por un proceso electivo de ninguna índole, lo que permite hablar de una desvinculación con las bases del partido o movimiento, y por tanto productor de un fenómeno de pragmatismo oportunista y de una disidencia en ciernes que habrá de valorarse en la etapa posterior al 2 de julio.
Este síndrome se hace más evidente si tomamos en cuenta que las candidaturas a las dos alcaldías más importantes del estado están encabezadas por sendos expanistas: Cruz Pérez Cuéllar y Miguel Latorre. Ambos municipios aglutinan alrededor del 65 por ciento del electorado.
A esto se suma, a la expresión más clara del síndrome Chihuahua, la incorporación del exgobernador panista, Javier Corral, y el premio que se le otorgó al ubicarlo en un lugar privilegiado en la lista plurinominal al Senado. Entre la opinión popular se le recrimina el acuerdo cupular para colocarlo en esa posición, advirtiendo que se trata de una traición, más si se contemplan dos aspectos o dos matices: su condición de traidor a la democracia, y que no le sumará votos a Morena en Chihuahua. Al contrario, se sostiene que entre más aparezca en público, más restas provocará.
Este síndrome, si se quiere local, ha provocado la pregunta de si Morena es realmente una organización de izquierda o una especie de logia en la que unos cuantos son los que mandan y deciden, y el resto obedece. Porque distan mucho esas candidaturas de las figuras de izquierda que son insignias en el estado; baste señalar estos nombres: Arturo Gámiz, Pablo Gómez Ramírez, Óscar González, Antonio Becerra, Roberto Vázquez Muñoz, Avelina Gallegos e Ignacio Rodríguez.
Con esos parámetros personales, los candidatos de hoy en Chihuahua no tan sólo son de la derecha, sino de la extrema derecha. Y mucha gente se pregunta, ¿así, cómo?
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