El combate se hizo el 8 de marzo de 1971 y el Madison se llenó de gente vestida al último grito de la moda, que por entonces reclamaba abrigos de piel largos, pantalones de terciopelo y sombreros con plumas.
Por Tim Dahlberg
Estados Unidos, 4 de marzo (AP).- La bolsa era enorme para su época —2.5 millones de dólares para cada uno— y el escenario también para Muhammad Ali y Joe Frazier. Su primera pelea fue tan épica que se la llamó la Pelea del Siglo. Y 50 años después, ninguna le hace sombra.
Frazier era el campeón peso pesado invicto, un fajador con un gancho de izquierda capaz de noquear a sus rivales. Alí era... Alí, por más de que Frazier insistiese en llamarlo (Cassius) Clay y trataba de recuperar su nivel tras ser marginado del boxeo por más de tres años por negarse a ir a pelear a Vietnam.
El combate se hizo el 8 de marzo de 1971 y el Madison se llenó de gente vestida al último grito de la moda, que por entonces reclamaba abrigos de piel largos, pantalones de terciopelo y sombreros con plumas. Y estamos hablando solo de los hombres. También había numerosas mujeres en minifaldas o vestidos largos. La gente era un espectáculo aparte.
Cerca del cuadrilátero, Frank Sinatra llevaba una cámara en sus manos y tomó fotos para la revista Life. Estaban los Kennedy en el edificio, junto con celebridades como Diana Ross y Woody Allen. También se hicieron presentes los astronautas de la Apolo 14, que habían alunizado. Todavía lucían las barbas que se dejaron crecer en el espacio.
“Todo el que era alguien estaba allí”, comentó Gene Kilroy, quien administró el dinero de Alí por mucho tiempo. “Si no estabas allí, es porque no eras nadie”.
Frazier era un fajador implacable que resentía a un rival que lo denigraba. Alí estaba recién entrando en forma. Era su tercera pelea desde su regreso al ring. Pero ya era The Greatest, el más grande de todos los tiempos, y sus admiradores no concebían que pudiese sufrir su primera derrota. Y menos ante Frazier.
Los insultos que se dijeron antes de la pelea fueron más allá de las tradicionales bravuconadas publicitarias y en ese terreno Alí ganó fácilmente, como de costumbre.
“Joe Frazier será una punching bag (bolsa de boxeo)”, pronosticó. “Ni parece un campeón peso pesado. Es demasiado bajo”.
Frazier era levemente favorito, 6-5, en una pelea que cautivó al mundo y que se esperaba generase de 20 a 30 millones de dólares, cifras astronómicas para la época.
Se transmitió en vivo por circuito cerrado a 370 sitios, incluido el estadio de béisbol Three Rivers de Pittsburgh, donde la gente soportó temperaturas de menos ocho grados centígrados (17 Fahrenheit) para ver una imagen muy mala en una pantalla instalada en el infield. En un anfiteatro de Chicago la policía tuvo que usar chorros de agua para aplacar a unos 1.000 aficionados revoltosos.
Los asientos pegados al ring costaban 150 dólares y los de las tribunas más altas 20. Se decía que los revendedores llegaron a cobrar 700 dólares por un ticket.
Fue algo más que una pelea por el trasfondo político y sociológico. Alí era adorado por muchos y también despreciado por muchos por charlatán, por su negativa a ser reclutado por el ejército y por ser musulmán. Frazier era un obrero del boxeo a quien Alí llamó “Tío Tom” porque decía que los blancos de Estados Unidos lo apoyaban a él.
Diez soldados estadounidenses morían a diario en Vietnam. Al mes siguiente, unas 200.000 personas marcharon pacíficamente hacia el Congreso en Washington para protestar por una guerra que parecía inacabable. Y de vez en cuando estallaban disturbios raciales a lo largo y ancho de un país muy dividido.
“Fue algo que rebasó el boxeo”, comentó Ed Schuyler Jr., periodista de la Associated Press que cubrió la pelea junto al cuadrilátero. “Había una mezcla de religión, patriotismo y, desde ya, racismo. Todo eso incidió”.
La pelea duró 15 intensos rounds. Frazier avanzaba agazapado, tirando sus ganchos de izquierda, y Alí lo recibía con veloces jabs y derechazos. Las piernas de Alí, sin embargo, no eran las de antes y a menudo tuvo que plantarse y fajarse, renunciando a la que había sido su mejor arma, su movilidad, el “toco y me voy”.
Se dijeron de todo mientras intercambiaban golpes. En determinado momento el árbitro Arthur Mercante les advirtió que dejasen de hablar tanto, pero ninguno lo escuchó.
Alí sumó puntos en los primeros rounds, con jabs y derechazos que sacudían la cabeza de Frazier. Eran golpes duros a pesar de que ya no llevaban tanta velocidad, y no tenía problemas haciendo blanco en un rival más pequeño que él. Pero Frazier seguía presionando y su gancho izquierdo empezó a llegar con más frecuencia, sobre todo en el 11mo round, en que Alí recibió una paliza.
Alí, de todos modos, ganó el 14to y parecía estar llevando la mejor parte cuando Frazier soltó su mejor gancho de la noche. Repentinamente, Alí estaba en el piso. Logró pararse y terminar la pelea. Pero su suerte estaba echada.
Frazier ganó en fallo unánime más que nada porque se negó a perder.
“Nadie le hubiera ganado a Joe Frazier esa noche”, dijo Kilroy. “Joe estaba enchufado. Decía ‘estoy cansado de él, mis hijos van a la escuela y les dicen que su padre es un gorila’. Alí decía, ‘Joe sabe que lo hago para promocionar la pelea’. Yo le decía a Alí que ‘no, que él se lo toma en serio’. En el fondo, Joe odiaba a Alí”.
”¿Quién es el campeón? ¿Quién es el campeón? ¿Quién es el campeón?, gritó Frazier después del combate, aunque nadie lo hubiera pensado al verle la cara. Si bien el mentón de Alí estaba muy hinchado y se tuvo que hacer rayos x en un hospital, las lesiones de Frazier fueron más severas y requirieron una hospitalización.
Frazier dejó el ring como el campeón indiscutido de los pesos pesados. Pero Alí también salió ganando. Hizo una gran pelea y perdió dignamente.
“Querían una crucifixión, pero si piensan que eso es lo que se llevaron, no son buenos jueces del género”, escribió Hugh McIlvanney al día siguiente en el Guardian. “El grande era más grande todavía” después del combate.
Al día siguiente Alí habló con la prensa, recostado en su cama en el Hotel New Yorker.
“Perder es una buena sensanción”, expresó. “La gente que te sigue también va a perder. Hay que mostrarles cómo se pierde. Así veo yo esto de perder. Dentro de una semana será historia antigua. Los aviones se estrellan, un presidente es asesinado, un líder de los derechos civiles es asesinado. La gente se olvida de todo en dos semanas. Historia antigua”.
Al terminar la conferencia, Alí y Kilroy se subieron a una casa rodante que acababa de comprar y se fueron a la casa de Alí en Cherry Hill, Nueva Jersey. Los vecinos lo alentaron y Alí los invitó a su casa.
Alí ganaría el cetro pesado otras dos veces, una de ellas noqueando al formidable George Foreman tres años después en otra memorable pelea en Zaire que también fue catalogada como la mejor de la historia. Y se midió con Frazier otras dos veces, ganando en ambas oportunidades. La tercera fue una batalla campal en Manila —Alí dijo que nunca se había sentido tan cerca de la muerte—, de la que ninguno de los dos se recuperó plenamente.
“La leyenda de Alí es mucho más que la pelea del Madison. Después vino Manila, Zaire, recuperar el título de (Leon) Spinks y todo eso agrandó la leyenda”, expresó Schuyler. “Para Joe, eso fue todo. Le hubiera convenido retirarse después de esa pelea. Lo noqueó dos veces Foreman, perdió dos veces con Alí. Incluso cuando ganó, siguió a la sombra de Muhammad Alí. No había nada que pudiera hacer al respecto”.
Frazier murió en el 2011, a los 67 años, amargado todavía por el trato que le dio Alí.
Alí, por su parte, pasó sus últimos años casi sin poder hablar por el mal de Parkinson. Falleció en el 2016.
Medio siglo después, su épica batalla del Madison sigue siendo recordada.