Un grupo de mujeres mexicanas inscribe con hilo y aguja las historias de otras mujeres que fueron asesinadas en un particular recuerdo artístico. Ya llevan confeccionadas más de 500 piezas que han viajado por el mundo, forman parte de exposiciones, son protagonistas de reportajes y documentales que tocan la llaga de la impunidad en los casos de feminicidios.
Ciudad de México, 4 de marzo (Infobae/SinEmbargo).- “Mi nombre es Alejandra Galeana Garavito, tenía 32 años y trabajaba en una farmacia. Me mató José Luis… Cuando lo encontraron, estaba cocinando mi brazo, mi perna estaba en el refrigerador, algunos de mis huesos en una caja de cereal y mi tronco en el clóset. 08-10-2007”, bordó Blanca.
Gracias a esta bordadora, el feminicidio de Alejandra no quedó enterrado en la enorme pila de expedientes que forman los asesinatos de mujeres en México. Su nombre quedó para la memoria en una tela blanca bordada con hilo rojo.
Esta labor la convoca el colectivo de mujeres Bordamos Feminicidios, que desde noviembre de 2012 comenzó a rescatar con hilo y aguja, en breves espacios de tela, los nombres y las historias de las víctimas.
Es un ejercicio de memoria y de protesta. También un diálogo íntimo entre la bordadora y la mujer que de manera lenta y pausada comienza a contar con cada puntada el trágico momento de su historia: cuando un hombre decidió cortarle la vida.
“Al bordar, le devuelves a la mujer un tiempo que a ella le quitaron y tú todavía tienes”, dice Minerva Valenzuela, activista, teatrera, cabaretera y el corazón de Bordamos Feminicidios.
Fue ella la que encendió en su casa las primeras fogatas. Un gesto de indignación que reunieron a las bordadoras de feminicidios, como parte del movimiento Bordando por la Paz, una iniciativa que en agosto de 2011 tomó asiento en la plaza de Coyoacán, en el sur de la Ciudad de México, para comenzar a bordar los nombres de los miles de muertos y desaparecidos que arrastró la ofensiva contra el narcotráfico del entonces presidente Felipe Calderón.
En hilo rojo comenzaron aparecer en las telas las historias breves de personas asesinadas y en hilo verde las de desaparecidos. Al cabo de seis años, aquel gobierno había dejado en el camino 120 mil muertos y 26 mil desaparecidos. Las telas bordadas con algunos nombres aparecieron colgadas por toda la Alameda central (ubicada a un costado de Bellas Artes, en el centro de la capital) el 1 de diciembre de 2012, el último día de gobierno de Calderón.
Para entonces, Minerva y otras mujeres ya bordaban feminicidios con hilos violeta, que también colgaron aquel día: apenas unos cuantos de los casi 4 mil asesinatos de mujeres reportados en aquel sexenio, en sólo 13 de las 32 entidades del país que los contabilizaban.
“Al bordar pasan muchas cosas”, dice Minerva. “Es una actividad muy parecida a la lectura porque no puedes hacer otra cosa a la vez, tienes que ir puntada por puntada, pensando, respirando. No sé por qué el bordado se conecta mucho con la respiración”. A veces incluso sollozando al reproducir en hilo detalles de una muerte violenta.
Así nace entre estas bordadoras y las mujeres asesinadas, que a veces ni siquiera tienen nombre ni rostro, una especie de intimidad y acompañamiento. “El bordado se convierte en parte de nuestra vida cotidiana porque bordamos en el camión, en el café, en la fila del banco, donde podemos”, dice Minerva.
“No sólo es un pedazo de paño terminado”, aclara. Es una manera de traerlas de vuelta al mundo y de honrar su memoria. De devolverles, dice, un espacio físico en la tela y el tendedero de donde colgarán las telas con sus casos para que los ojos de todos las lean, las conozcan y sepan por qué ya no están entre nosotras.
EL PRIMER PAÑUELO
El primer pañuelo que salió del aro de Bordando Feminicidios fue para Mariana Lima Buendía, hija de Irinea Buendía. A la hija la mató su esposo, un policía judicial, la tarde del 29 de junio de 2010. “Las autoridades dijeron que fue un suicidio y la madre tuvo que convertirse en activista para reclamar justicia”, recuerda Minerva.
Irinea fue la primera que vio a su hija Mariana muerta. Estaba golpeada y recién bañada, lo que llamó su atención. El marido había declarado que encontró a su esposa colgada, por lo que en esa posición intentó reanimarla, luego la acomodó en la cama, posteriormente “la besó” y finalmente le “dio masaje en los pies” para intentar resucitarla. Un día antes Mariana había denunciado a su esposo por violencia familiar.
Por eso, Irinea nunca aceptó la versión oficial y durante casi ocho años ha tratado de convencer a 20 ministerios públicos, tres fiscales y tres procuradores estatales de que la muerte de su hija no fue un suicidio.
A partir de este caso y durante casi seis años, Bordando Feminicidios ha recolectado en sus telas casi 500 casos de mujeres asesinadas. Desde entonces aparecieron bordadoras por todo el país, y aun del extranjero se han sumado otras a esta iniciativa con sus aros, sus hilos y sus agujas.
Minerva ahora tiene pendiente en una tela dedicada a una mujer que fue descuartizada y sus partes “regadas” por varios lugares. “Se me ocurrió comprar esas piececitas religiosas que se conocen como milagros (que casi siempre tienen la forma de corazón) y con ellas representar su cuerpo, reconstruírselo”. Esa mujer no tiene nombre, fue una víctima más sin identificar en los registros de feminicidios en México.
“Si alguien le pregunta ¿cuántos feminicidios hay en México?, la única respuesta honesta que usted puede dar es ‘no sé’. Nadie puede saberlo, ni usted, ni el gobernador de su estado, ni el secretario de Gobernación, ni el procurador general, ni nosotras. Nadie. No existe información suficiente para distinguir con certeza entre el homicidio de una mujer y un feminicidio”, escribieron en un artículo Carolina Torreblanca y José Merino, de Data Cívica, una organización civil que se ha dedicado a corregir el desorden de cifras oficiales en distintos temas con el buen uso de la estadística, las bases de datos y su procesamiento en grandes volúmenes.
Su cálculo nos dice que “al menos 8 mil 913 mujeres en México han sido asesinadas simplemente por ser mujeres entre 2004 y 2016; un promedio de 686 mujeres al año, 57 al mes, casi dos al día”.
BORDAR PARA LA RESISTENCIA
A veces reunidas en parques, otras en casas o solas, estas mujeres han contribuido a visibilizar y evidenciar el tamaño de la violencia contra mujeres en México.
Sus telas han viajado por el mundo; forman parte de exposiciones, son protagonistas de reportajes y documentales que tocan la llaga de la impunidad en los casos de feminicidios.
ADEMÁS
Minerva explica que el sentido de Bordando Feminicidios cambió a partir de que lograron el propósito de visibilizar a las víctimas. “La gente nos ve bordando y lo que espera es encontrar una florecita”, bromea Minerva. Pero cuando mira de qué se trata el impacto a veces engancha a la persona con el colectivo.
Así se multiplicaron y por eso ahora “lo más importante es la relación entre las vivas, entre las que seguimos vivas y estamos bordando, y nuestra relación con la mujer asesinada a la que bordamos”. Ahora además cada una hace de su bordado un acto personal que luego se comparte en colectivo, cada una a su tiempo, a su manera, con detalles personales de las víctimas, que encuentran en sus redes sociales.
“Es un cariñito”, dice Minerva. “Si encontramos que a una mujer le gustaban los gatos, pues le bordamos un gato, o tenía un tatuaje que decía tal cosa, se lo bordamos”.
También a veces sucede que la bordadora se identifica con su mujer asesinada, porque ella estudiaba lo mismo que alguna de nosotras, o tenía mi edad cuando la mataron. “Al final te das cuenta que te pareces a todas y que cualquiera de nosotras pudo haber sido fácilmente la víctima”.