Jorge Alberto Gudiño Hernández
04/02/2024 - 12:01 am
Gracias, Goran
El lugar común en estos casos es sugerir que lean los libros del autor fallecido para conservarlo en este mundo a fuerza de recuerdos y memoria. Aunque el consejo, ahora, es similar, sugiero leerlo para darse el lujo de habitar su mundo.
Leí Atlas descrito por el cielo porque me lo mandaron de Sexto Piso. En esa época, Mayra González y yo conducíamos “La Tertulia” en Radio Red, así que llegaban muchos libros a nuestras manos. Los de Sexto Piso los recibíamos con alegría, pues la editorial apostaba a autores que era imposible conseguir en otros sellos.
No exagero si afirmo que esa primera lectura de una novela de Goran Petrovic me impactó. No por las razones habituales, pues no es una historia común ni llena de aventuras. Al contrario, tiene mucho de meditativo dentro de una diégesis con elementos fantásticos. Una combinación en la que yo acaso no había pensado antes de leerlo.
Después llegaron otros libros y me siguió fascinando la sensibilidad del escritor serbio. Tenía una forma de relacionarse con el mundo diferente, de acotarlo con su literatura. Leerlo era adentrarse en un espacio confortable donde, cada tanto, se desarrollaba la maravilla.
Hay momentos para quienes se dedican a la contemplación de las manifestaciones artísticas en las que uno se desprende de la temporalidad dado el estado de pasmo que le provoca la obra en turno. Me ha pasado algunas veces con pinturas, esculturas, edificios y, por supuesto, libros. Algunas veces, pero no muchas. Esos estados de éxtasis contemplativos son escasos y hay que atesorarlos. Me sucedió al leer La mano de la Buena Fortuna.
La anécdota me tocaba en las filias, pues Goran planteaba la posibilidad de que dos lectores que estuvieran leyendo el mismo libro pudieran encontrarse dentro de su lectura. Una metáfora prístina de la potencial relación idealizada que puede existir entre dos que conversan de libros. Claro está que hay mucho más, pues es una historia de amor que también juega con esa diégesis un tanto fantástica donde cabe un tono meditativo que no hace sino darle profundidad.
Mayra y yo lo entrevistamos hace varias FIL. Hablar con era un acontecimiento bivalente: por una parte, dependíamos de Dubravka Suznjevi, su extradordinaria traductora, pues él sólo hablaba en serbio. Por la otra, era común descubrirnos asintiendo mientras él contestaba algo que no entendíamos, pues no había sido traducido. Alguien dijo que era como un iluminado. Lo sigo creyendo.
En casa tenemos muchos libros dedicados por sus autores. Gajes del oficio. Algunos son de amigos escritores, pero la mayoría de autores a quienes entrevistamos alguna vez y con quienes, en gran parte de los casos, no teníamos relación alguna. Así fue con Goran: además de leerlo, apenas hablamos con él una media hora con la intermediación de Dubravka (no éramos, pues, amigos). No miento si digo que la suya, entre varios centenares de otras, es la dedicatoria más linda que nos han escrito a Mayra y a mí. De nuevo, y temo repetirme, producto de una sensibilidad que no alcanzo a comprender del todo.
Lo entrevistamos la última vez hace unos meses, cuando publicó Papel con sello de agua, un libro que, tristemente, formaba parte de un proyecto mucho más extenso. Tristemente porque Goran murió el 26 de enero.
El lugar común en estos casos es sugerir que lean los libros del autor fallecido para conservarlo en este mundo a fuerza de recuerdos y memoria. Aunque el consejo, ahora, es similar, sugiero leerlo para darse el lujo de habitar su mundo. Un mundo complejo y bellísimo por el que sólo queda agradecerle.
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