México
VANGUARDIA DE SALTILLO

Un antropólogo va a Patrocinio, panteón de Los Zetas, y halla los restos de quienes nadie reclamó

04/02/2020 - 6:57 pm

Después de excavar y realizar hallazgos culturales en Teotihuacán por más de 10 años, “vestigios arqueológicos que hablan de la vida cotidiana de Teotihuacán, pedazos de cerámica a los que llamamos tepalcates, en la jerga arqueológica, obsidiana, una pidiera negra que brilla y que muchas veces está tallada y son puntas de flecha, excéntricos, utensilios de la vida cotidiana, pero también de uso simbólico y ritual”, Miguel se descubrió, de un día para otro, en Patrocinio, municipio de San Pedro, Coahuila, el cementerio subrepticio más grande de Los Zetas, y del que Miguel, junto con el equipo de Identificación Humana de la Fiscalía, ha recuperado miles y miles de restos de fragmentos óseos, que en su mayoría no superan el tamaño de una uña.

Por Jesús Peña 

Coahuila, 4 de febrero (Vanguardia).- La foto, - dice Miguel -, es de una excavación en Teotihuacán, en una zona que le llaman Plaza de las Columnas, que no había sido explorada y en la que se encontró un contexto óseo, como un desecho de talla, fragmentos de huesos humanos que tienen evidencias de haber sido utilizados como herramientas.

-¿Huesos humanos?

-Sí.

-¿Por qué?

-En ese tiempo era así. Era normalizado eso de fabricar artefactos con huesos humanos…

Acá, Miguel está en Tetitla, un conjunto habitacional teotihuacano ligado a la élite de la llamada Ciudad donde nacen los Dioses, por la suntuosidad de sus pinturas murales, la planificación, la traza del conjunto, los materiales que se usaron.

Un conjunto residencial típico teotihuacano, sus casas…

Éste – cuenta Miguel - es el cráneo de un niño.

En Teotihuacán descubrieron un lugar, enfrente de la Pirámide de la Luna, donde, igual que aquí, en Coahuila, hay fosas.

En ese sitio los teotihuacanos cubrieron estelas, unas piedras talladas, y aparte realizaron un entierro de infantes que, al parecer, fueron sacrificados.

Aquí Miguel, en una excavación en el Palacio de Quetzalpapálot, (quetzal - mariposas), donde se descubrió pintura mural teotihuacana, que es suntuosa, con técnicas distintas, plasmada sobre cal al fresco y en la que se utilizaron varios colores para iluminar motivos de jaguares o felinos.

Una fosa vacía queda como una dolorosa cicatriz de los años más crudos de la violencia en México. Foto: Marco Medina/Omar Saucedo/Jesús Peña

Relata Miguel Ángel López Vargas, 32 años, arqueólogo, mientras despliega con la yema de sus dedos largos y delgados, dedos de arqueólogo, las fotos captadas con su celular en las profundidades de Teotihuacán.

Miguel está en la terraza, con mesita y sillas metálicas, de su departamento, en Torreón, terraza a la que se asciende por una escalera famélica que no se parece en nada a las escalinatas de las maravillosas pirámides del Sol y la Launa, en la Ciudad donde nacen los Dioses, el sitio sagrado en el hasta hace poco vivía Miguel.

En ese sitio los teotihuacanos cubrieron estelas, unas piedras talladas, y aparte realizaron un entierro de infantes que, al parecer, fueron sacrificados.

Aquí Miguel, en una excavación en el Palacio de Quetzalpapálot, (quetzal - mariposas), donde se descubrió pintura mural teotihuacana, que es suntuosa, con técnicas distintas, plasmada sobre cal al fresco y en la que se utilizaron varios colores para iluminar motivos de jaguares o felinos.

Relata Miguel Ángel López Vargas, 32 años, arqueólogo, mientras despliega con la yema de sus dedos largos y delgados, dedos de arqueólogo, las fotos captadas con su celular en las profundidades de Teotihuacán.

Miguel está en la terraza, con mesita y sillas metálicas, de su departamento, en Torreón, terraza a la que se asciende por una escalera famélica que no se parece en nada a las escalinatas de las maravillosas pirámides del Sol y la Launa, en la Ciudad donde nacen los Dioses, el sitio sagrado en el hasta hace poco vivía Miguel.

Pero eso ya pasó.

Mediodía canicular de finales de noviembre.

En el panteón municipal La Paz, carretera Saltillo–Torreón, el silencio es una nube que asfixia y enerva.

A lo lejos, delante de la cinta ambarina que dice con letras negras y redondas “CRIMINALÍSTICA P.G.R.”, se ve a un piquete de hombres vestidos de blanco que cargan una camilla.

Sobre la camilla va una bolsa gris y dentro de la bolsa gris los restos de un cadáver sin identificar que acaban de rescatar de una multitudinaria fosa común.

Evento catalogado por el gobierno como la más grande exhumación, una exhumación masiva, realizada en Coahuila en los últimos tiempos.

Esto, por la petición de una madre, Lorena Vallejo, quien durante largos ocho años exigió a las autoridades el rescate de su hijo, Cristhian Mundo, desaparecido en Piedras Negras, muerto en una balacera en Saltillo, diciembre de 2011, y enterrado en esta tumba colectiva,

Sin duda – dijeron las autoridades – una exhumación histórica, inédita, sin precedentes, que concluiría, después de tres semanas de trabajos, con la recuperación de 53 indicios: 44 hombres, cuatro mujeres; lo demás, partes de brazos y piernas, provenientes del Hospital Universitario de la ciudad.

Junto a aquellos hombres ataviados de pies a cabeza con esos trajes blancos que parecen como de astronauta, va Miguel.

Más allá, un grupo de familias, que ha venido a buscar entre los muertos a sus desaparecidos, se resguarda del sol y el viento del otoño bajo dos toldos que resaltan, como tensos globos, en medio de la macha de tumbas y cruces del cementerio.

Otro campo donde se han recuperado restos humanos. Foto: Marco Medina/Omar Saucedo/Jesús Peña

El viento brama y otras veces lanza alaridos como si en su alma cargara una grande pena.

Ya va para un mes que Miguel lleva metido, sumergido, con el resto de la cuadrilla de hombres, en la gran fosa de cuatro metros de hondo por cinco de ancho.

A casi un mes de permanecer en este panteón para rescatar los cuerpos de los muertos que nadie reclamó, que nadie lloró, y que ahora ¿descansan?, en este agujero que mandó cavar aquí el gobierno en 2011, el apogeo de la narcoguerra en la región.

O, como diría Alan García Campos, funcionario de la oficina del alto comisionado de las Naciones Unidas, en el marco de la ceremonia del 10 aniversario de Fuundec realizada en diciembre pasado.

“y de las víctimas, a nivel nacional, en medio de la violencia favorecida por una estrategia de seguridad fallida de corte militarizado, instaurada en 2006”.

De vez en vez se mira a los hombres de blanco, entre los que hay criminalistas, medios forenses, antropólogos, arqueólogos y panteoneros, entrar y salir del hoyo a través de las montañas y montañas de tierra de la excavación.

“En esta fosa lo que primero hacemos es la técnica de campo, el recorrido de superficie. Se hizo una cartografía del lugar, las alteraciones posibles que hubiera en el terreno para identificar las huellas… Eso fue lo que hicimos, se delimitó el área y se empezó a hacer la excavación, pero ya con un método arqueológico. Ya que el método arqueológico permite hacer una excavación sistemática, no arbitraria como se hace en otros lugares, que nada más es sacar por sacar. En este caso se aplicó en este panteón que a pesar de que es ya un lugar institucionalizado y bien planeado para la disposición de cuerpos en fosa común, se tiene que aplicar la técnica arqueológica. Somos los encargados de la excavación y decimos hacia dónde hay que ir”.

-¿Qué tipo de herramienta utilizan?

-Herramienta menor como la picoleta, la cucharilla, las brochas, herramienta de excavación detallada, que son las que les llaman de cirujano, de dentista, esas son para no dañar el hueso, no dañar el elemento biológico y para hacer una limpieza más detallada, pero también tenemos herramientas más grandes como el pico, la pala, herramienta común de excavación.

Durante alguno de sus escasos ratos de descanso, Miguel, perlina tez, facciones finas, ondulados cabellos, barba de candado, dice que hace menos de un año migró de su natal Iztapalapa, en la Ciudad de México, a esta provincia, para enrolarse como arqueólogo forense en el equipo de Identificación Humana, adscrito a la Fiscalía General de Coahuila.

Diez años atrás, siendo estudiante de la Escuela Nacional de Arqueología (ENA), Miguel, había comenzado a trabajar en diversos proyectos de rescate del patrimonio cultural en el Valle de Teotihuacán, pletórico de construcciones prehispánicas, piedras labradas, murales, cerámicas y miles de vestigios más que hicieron de la Ciudad donde nacen los Dioses la mayor entre las antiguas metrópolis de Mesoamérica.

“Todo el tiempo estuve enfocado a lo que era la parte monumental de las pirámides, Pirámide de la Luna, Pirámide del Sol, toda la zona, digamos, central de la ciudad prehispánica; el Quetzalpapálotl, un edificio suntuoso que está ligado al gobierno, el Palacio de Quetzalpapálotl, en Teotihuacán. Por muchos años se ha estado estudiado el lugar, se puede proponer que estuvo ligado a una élite gobernante, más que al gobierno, a una élite gobernante, pero aún siguen las investigaciones”.

Lugares estos que en nada se parece a la necrópolis de La Paz, con sus sepulcros de tierra, cemento y mármol, muchos de los cuales lucen solitarios, abandonados, aun en la víspera misma de la celebración del Día de Difuntos.

“De que están olvidados están olvidados.

Y sí, se siente feo que estén aquí abandonados, viene uno a veces a dar la vuelta para acá, los mira uno y no sabe uno ni qué eran esas personas ni a qué se dedicaban, qué haya sido de su vida”, dice Héctor Salazar Borjas, ayudante del panteón de San Ignacio, en Ramos Arizpe, panteón que tiene un área de fosas comunes donde yacen alrededor de 30 cuerpos no identificados.

Miguel cuenta cómo fue que se zambulló en el mundo de la arqueología forense.

“Empecé a conocer, a ingresar en todo este contexto forense y la problemática que hay en el país, la problemática tan grave de no identificación, de la falta de identificación de las personas”.

Un día Miguel se enteró por una convocatoria que la Fiscalía de Coahuila buscaba arqueólogos, enfocados en el campo forense que desearan trabajar en taras de identificación humana.

Entonces Miguel viajó a Saltillo, entregó su papelería y se presentó a las pruebas de control y confianza.

Al cabo de algunas semanas Miguel fue aceptado y asignado a la Región Lagunera de Coahuila.

De pronto, se vio embutido en un traje blanco, con capucha y cubreboca,

Uno de esos trajes delgaditos, como de polietileno, que usan los peritos de la policía cuando van a la escena del crimen o a algún accidente vial.

Miguel que se había encantado al contemplar el paraíso teotihuacano, conoció la realidad de los cementerios clandestinos que Los Zetas, uno de los grupos criminales más sanguinarios del país, habían establecido en lugares como Patrocinio, Estación Claudio, Santa Elena, San Antonio de Gurza, por citar sólo algunos de los 27 campos de exterminio descubiertos por el Grupo Vida en la Laguna.

Lugares en los cuales los zetas mataban a sus víctimas y luego las quemaban en tambos, a fin de borrarlas de la faz de la tierra.

Miguel empezó a participar también en la recuperación de algunos cuerpos de fosas comunes o entierros clandestinos en Monclova y Piedras Negras, cuando así lo solicitaban los colectivos de familias de desaparecidos.

“Aquí es reconocer en el terreno posibles alteraciones producto de la actividad humana criminal para poder identificar fosas. Contamos con conocimientos de antropología física muy básicos, pero al fin y al cabo nos sirven para poder saber el tiempo en el que un cadáver, un cuerpo se descompone, saber si ya está esqueletizado, cuestión que tiene mucho que ver con las condiciones del terreno, el tipo de tierra, el clima… A partir de ahí establecemos una directriz y la técnica arqueológica tiene que ser muy afinada”.

-¿Qué han encontrado en estas fosas clandestinas?

-Son básicamente entierros humanos completos, bien articulados. Algunos de los cuerpos están en proceso de putrefacción, otros ya en estado de esqueletización. Aquí se tiene que hacer una limpieza sistemática, detallada de los huesos, con brochas, con cucharillas, con estas picoletitas de cirujano…

Las fosas clandestinas de Piedras Negras, donde la gente desaparece así, de la nada, como si se la hubiera tragado la tierra.

Pero nunca de los nuncas Miguel había estado en una exhumación tan grande, como la del panteón La Paz.

Era su primera vez.

“Fue complicado por el número de cuerpos que nos señalaron que hay”.

-¿Pesado?

-Es pesado, sobre todo por la carga física. Como en toda excavación arqueológica la carga física es lo pesado.

De vuelta a la terraza de su departamento en Torreón con mesita y sillas metálicas, Miguel platica de cuando era un crío y le gustaban tanto los dinosaurios que soñaba despierto con, un día, llegar a ser paleontólogo.

Su padre, un modesto maestro de biología, y su madre, una secretaria empleada de la SEP, lo habían acercado, a través de la lectura, al mundo de los llamados lagartos terribles.

Más tarde los intereses intelectuales de Miguel viraron hacia todo lo que tenía que ver con el funcionamiento del cuerpo humano y sus diferentes sistemas y aparatos.

“Mis papás me inculcaron la lectura, el interés más por la ciencia, por la biología, todas estas cosas que tienen que ver con vida. Entonces siempre como que me interesó esta parte”.

Durante sus días de bachiller en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, a Miguel le gustaba visitar la biblioteca y devorar cuanto libro encontraba sobre arqueología.

“El Colegio tenía una buena biblioteca con muchos libros de arqueología. Recuerdo uno que me llamó mucho la atención: “Arqueología. Todas las piedras tienen dos mil años”, de un arqueólogo que se llama Jaime Litvat, muy interesante, fue el que más me apasionó”.

Y ese fue el meteorito que extinguió, sepulto, para siempre su sueño de convertirse en un paleontólogo.

En cambio, una vez que hubo terminado la preparatoria, se inscribió en la Escuela Nacional de, Arqueología (ENA).

Miguel estaba fascinado con las prácticas de campo y el aprendizaje de la teoría en el salón de clase.

Un semestre antes de concluir la carrera ya trabajaba en diferentes proyectos de excavación y rescate en la zona arqueológica de Teotihuacán, a donde con el tiempo se mudaría.

Miles de fragmentos e recuperan por semana. Foto: Marco Medina/Omar Saucedo/Jesús Peña

“En la escuela te ponían propuestas de proyectos a los que tú podías ingresar, insertarte para hacer tus prácticas, y estaba Teotihuacán y dije ‘me gusta Teotihuacán’. Adentro de la zona arqueológica hay un albergue. Ahí viven los arqueólogos, los trabajadores, los investigadores que laboran en distintos proyectos. Teotihuacán es una de las zonas arqueológicas que más arqueólogos tiene. Es uno de los centros de trabajo que más personal tiene. Hay varios investigadores asignados al INAH que son investigadores de tiempo completo y ellos son lo que organizan y planean los proyectos. Estos investigadores tienen su propio personal y se enfocan en distintas áreas en Teotihuacán. Unos trabajan en el Templo de Quetzalcóatl, otros en la Pirámide del Sol, otros en salvamento arqueológico. Hay muchas áreas de trabajo en la parte de restauración de los vestigios arqueológicos”.

Cuando era niño, Miguel había visitado muchas veces la Ciudad donde nacen los Dioses y se había deslumbrado ante majestuosidad de sus paisajes.

¿Quién iba a pensar que algún día hurgaría en sus entrañas de la ciudad sagrada para robar sus secretos?

“De niño era muy bonito estar ahí, pasear, pero uno nunca piensa trabajar en esos lugares, que iba a hacer vida allá o encontrar cosas…”.

Cuando alguien le pregunta a Miguel que por qué fue que cambió el esplendor de la Ciudad donde nacen los Dioses por el desierto de los campos de exterminio de la Laguna y las desiertas fosas clandestinas de la Región Norte de Coahuila, responde:

“Me apasiona. No es algo que tú lo hagas así como que ‘ay que feliz’, pero es material de trabajo y hay que verlo como tal. Siempre habrá este grado de incertidumbre por el tema de seguridad y todas estas cosas, pero uno trata de tomar su material como su objeto de trabajo y ser lo más objetivo posible, entre comillas. A mí me atrajo el aspecto forense en arqueología porque justamente en Teotihuacán conocí muchos colegas que estaban insertados en esto y ellos mencionaban que se necesitaba mucha gente todavía, porque la arqueología en México apenas se está insertando en este campo de lo forense, que se necesitaba mucha gente. que no se daban abasto. Es un nuevo campo de trabajo en México”.

Habla Dolores Soto, arqueóloga, integrante del Grupo Autónomo de Trabajo.

“Tristemente en México no hay una formación de arqueología forense. No puedo entender cómo es posible, dada la tragedia que estamos viviendo, 37 mil personas no identificadas, centenares de restos en campos de exterminio, y que no haya una formación de arqueólogo forense en México. En Europa, en los países donde hubo masacres, la ex Yugoslavia, la arqueología forense está muy desarrollada, es muy vieja ya la arqueología forense 25 a 30 años. Y aquí son contados los arqueólogos que están participando en el tema forense. es vital mayor participación de arqueólogos comprometidos, formados y capacitados en el tema forense”.

Silvia Ortiz, la dirigente del Grupo Vida dice que no solamente se necesitan arqueólogos, sino que urgen antropólogos y médicos forenses, para concluir los trabajos de recuperación y análisis de los restos de fragmentos óseos encontrado en los llamados campos de exterminio.

“Se necesita otro arqueólogo y otro antropólogo. Ahorita tenemos el antropólogo y a Miguel, el arqueólogo, y no se dan abasto, hijo, la vedad no se dan abasto. Los problemas más graves que tenemos acá son: el sol de la Comarca, que contribuye a que se pierda por completo el perfil de los restos; la erosión, porque acá se hacen grandes tolvaneras; los animales que caminan por la zona y escarban. Entonces eso está dañando enormemente todo. Tenemos que darnos prisa para terminar porque de por son restos carbonizados y calcinados, con esto otro que te digo se pierde por completo la posibilidad de identificar.

Cruz de olvido. El paso del tiempo ha dejado muchas tumbas abandonadas. Foto: Marco Medina/Omar Saucedo/Jesús Peña

“Tenemos un enorme rezago en dictámenes, como hemos estado recuperando y recuperando y recuperando, el antropólogo no se da abasto. Necesita el apoyo, cuando menos de un médico forense que pueda ayudar al antropólogo y así avanzar. Necesitamos más peritos, más antropólogos, más arqueólogos, más manos”.

Después de excavar y realizar hallazgos culturales en Teotihuacán por más de 10 años, “vestigios arqueológicos que hablan de la vida cotidiana de Teotihuacán, pedazos de cerámica a los que llamamos tepalcates, en la jerga arqueológica, obsidiana, una pidiera negra que brilla y que muchas veces está tallada y son puntas de flecha, excéntricos, utensilios de la vida cotidiana, pero también de uso simbólico y ritual”, Miguel se descubrió, de un día para otro, en Patrocinio, municipio de San Pedro, Coahuila, el comentario subrepticio más grande de los Zetas, y del que Miguel, junto con el equipo de Identificación Humana de la Fiscalía, ha recuperado miles y miles de restos de fragmentos óseos, que en su mayoría no superan el tamaño de una uña.

“Hay que tener un buen ojo para recuperar todos los fragmentos. Muchos están quemados, hay algunos que todavía están en buenas condiciones, completos, se puede….la genética. Tenemos que registrarlos y decir ‘miren, aquí se propone que es un individuo…’, porque al fin y al cabo son seres humanos… Es el respeto a la vida, se tiene que devolver la identidad y el respeto… Es un derecho humano.

“Y creo que la empatía es una parte fundamental del trabajo, obviamente las familias siempre van a querer resultados rápidos y tangibles, con el trabajo de uno. Si uno estuviera en esos problemas pues también iba a querer resultados, por eso uno trata de hacer el trabajo lo mejor posible”.

“Las personas que a lo mejor se dedicaban a, como dice Miguel, ‘yo andaba buscando reliquias, estaba haciendo otros trabajos de carácter muy académico’, tienen que trasladar sus esfuerzos a colaborar con algunas de las instituciones que estamos tratando de identificar esos restos, a esas personas, para podérselos entregar a sus familiares como una obligación del estado mexicano, pero también es un derecho de las víctimas. Quién se iba a imaginar hace 15 años que un arqueólogo iba a estar haciendo esto…”, dice Ricardo Martínez Loyola, titular de la Comisión de Búsqueda del Estado de Coahuila.

“Las personas desaparecidas no son del pasado, no son números, no son expedientes, son personas que tenían una vida antes de ser desaparecidas…”, dijo Guadalupe Pérez Rodríguez, de la organización Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, durante la celebración, en diciembre pasado, del décimo aniversario de Fuundec.

-¿Cómo ha sido el trabajo en estos lugares de exterminio?

Responde el arqueólogo Miguel Vargas:

-Colectando los fragmentos y no nada más es la colecta, nosotros como arqueólogos necesitamos ubicar, espacialmente, las fosas porque son fosas, a fin de cuentas. No serán como las fosas clandestinas ni como las fosas comunes, son fosas chiquitas que se hacen con la pala para depositar los fragmentos, pero al fin y al cabo son fosas.

¿Y en Teotihuacán?

También allá me tocó liberar muchos entierros, pero son distintos. Para empezar, son de miles de años los entierros Teotihuacanos, Mexicas, mosoamericanos, y son distintos, aunque al mismo tiempo tienen una similitud. Hay algunos que tienen evidencias de violencia, por ejemplo. En el caso de los mesoamericanos, de Teotihuacán, hay algunos que son entierros rituales, con sus ofrendas y todo.

De vuelta al campo santo de La Paz en Saltillo se ve al arqueólogo Miguel, junto al resto de la cuadrilla de hombres de blanco, delante de la cinta ambarina, a unos 20 metros de distancia, escarbado en la enorme fosa, cribando tierra, en busca de algún indicio.

“Muchas veces en el sistema penal antiguo una exhumación se hacía arbitrariamente, se podían dejar muchos indicios afuera y se perdía mucha información, porque la excavación no tenía una sistematización. Es por eso que se ha demandado mucho el arqueólogo, en este caso para aplicar la técnica arqueológica al contexto forense. Uno como arqueólogo tiene una idea de sistematicidad y la técnica de excavación. El método te permite recuperar y registrar todo lo que haya en el suelo y darle una posible interpretación”.

José Ángel Herrera Cepeda, fiscal de Desaparecidos en Coahuila, comenta que actualmente se ha realizado una reingeniería de los perfiles con los que debe contar esta dependencia.

De tal manera que hoy el Estado tiene dos equipos de identificación humana, que se dedican, uno, exclusivamente a la recuperación de restos forenses en campo, prácticamente en la zona de la Laguna.

Y otro, que trabaja en el tema de exhumaciones, para la recuperación de cadáveres sin identificar.

Ambos equipos de identificación humanan están compuestos por especialistas forenses que conforman un grupo multidisciplinario.

“En la zona de la Laguna está el arqueólogo, un antropólogo, un médico forense, un odontólogo forense y un criminalista de campo. Aquí en Saltillo es el mismo equipo, a excepción, del arqueólogo. Hace unos días tuvimos la invitación de la Comisión Nacional de Búsqueda y se planteó que uno de los grandes retos es que la mayoría de los estados no cuentan con arqueólogo forense, solamente con antropólogos.

Hay una gran necesidad, con esta crisis forense que a nivel nacional, de que cada estado cuente con esos equipos de identificación humana y por lo menos tener un arqueólogo”.

El problema, - dice Miguel -, es que en el país no hay muchos arqueólogos forenses y la mayoría de sus colegas están concentrados en el centro de México y dedicados a la arqueología tradicional, arqueología prehispánica, sitios arqueológicos...

“En este rubro todavía tenemos insuficiencia de personal y es importante que la arqueología sirva para otras cosas también, para resolver los problemas sociales actuales, en este caso de violencia y desaparición”.

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