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Jorge Javier Romero Vadillo

04/01/2024 - 12:02 am

2024, el año de la paradoja electoral

“La paradoja electoral de 2024 radica en que en muchos casos las elecciones amenazan con debilitar o destruir la democracia”.

“El voto, método esencial de la democracia, se puede convertir en el mecanismo para aplastar la pluralidad y la tolerancia y lo que pareciera ser la manifestación de la voluntad mayoritaria se puede convertir en el mandato para la tiranía”. Foto: Venustiano Madero, Cuartoscuro.

Este año habrá elecciones en más de setenta países. Más de la mitad de la población mundial con derecho al voto está convocada a emitir sus sufragios en regímenes muy diversos: democracias plenas, otras más bien simuladas, comicios parlamentarios de los que emanaran gobiernos, elecciones presidenciales o para órganos, como el parlamento europeo, con gran relevancia en la vida de los ciudadanos, pero sin facultades claramente ejecutivas en el ámbito nacional.

A primera vista, el hecho de que se celebren elecciones en tantos lugares del mundo, donde habitan más de cuatro mil millones de personas, parece un signo de avance de la democracia como método para definir los gobiernos y los cuerpos legislativos, sobre todo si se considera que hace ocho décadas las democracias supervivientes eran apenas un puñado y el totalitarismo daba la batalla por sostenerse en una guerra brutal que afectaba a las naciones más ricas del planeta.

Solo después de la Segunda Guerra Mundial la democracia se ha ido abriendo paso, de manera gradual, con avances y retrocesos, hasta el grado en que las elecciones, aunque sean en muchos casos una mera representación, ya forman parte de la rutina política de buena parte del mundo. En oleadas sucesivas, desde la mitad del siglo pasado diversos países han dejado atrás sus autocracias para acceder a formas plenas de democracia y las regiones más prósperas del planeta, con los niveles más altos de calidad de vida, son democracias constitucionales consolidadas.

Sin embargo, las elecciones de 2024 encierran, en muchos casos, una paradoja, pues existe la posibilidad de que el voto mayoritario, en lugar de favorecer la profundización de la pluralidad y el consenso, acabe dando el triunfo a opciones que deterioren la calidad de las democracias de esos países o, de plano, sirvan para encumbrar autócratas. El voto, método esencial de la democracia, se puede convertir en el mecanismo para aplastar la pluralidad y la tolerancia y lo que pareciera ser la manifestación de la voluntad mayoritaria se puede convertir en el mandato para la tiranía.

El país más poblado del mundo es, también, la democracia más grande y compleja. La India, desde su independencia del Reino Unido en 1947, ha sido una democracia parlamentaria con elecciones regulares que, en medio de turbulencias y conflictos, han logrado procesar de manera relativamente pacífica la enorme complejidad social de un territorio pluri étnico, pluri lingüístico y pluri religioso. Durante décadas, la democracia india ha logrado procesar las enormes diferencias regionales, económicas y sociales de un país que es un continente en sí mismo.

Sin embargo, desde hace una década el gobierno está en manos de un partido nacionalista hindú, la etnia mayoritaria del país, que se ha empeñado en una campaña contra las minorías, sobre todo la musulmana, que comprende alrededor de 210 millones de personas en un país de más de 1400 millones de habitantes. El líder de ese partido, Narendra Modi, es extraordinariamente popular entre la mayoría de la población y es muy probable que en las elecciones que se desarrollarán entre abril y mayo –los comicios duran varias semanas por el tamaño de la población y por la complejidad geográfica del país– refrende su mandato con amplia mayoría, lo que, sin embargo, no es una buena noticia para la salud de la democracia, pues buena parte de su popularidad la ha construido azuzando el sentimiento anti musulmán y sus políticas tiene claros tintes racistas y discriminatorios. Un triunfo arrasador de Modi podría significar su encumbramiento autocrático y el surgimiento de un régimen autoritario con consecuencias terrible para la población no hindú.

En junio, justo una semana después de las elecciones en México, la ciudadanía de la Unión Europea, el singular ejemplo de unidad política pluriestatal que ha garantizado los derechos y la calidad de vida en 27 países de un continente que hasta hace menos de un siglo había estado envuelto en guerras intestinas recurrentes, pero que hoy garantiza educación, salud, seguridad, derechos plenos y calidad de vida a casi 450 millones de personas, elegirá al Parlamento del cual emana la Comisión Europea y buena parte de la institucionalidad común de la Unión. También en esas elecciones el giro puede ser negativo, pues en casi todos los países integrantes han avanzado en los últimos años partidos políticos ultranacionalistas, conservadores, adversarios de una mayor integración y de la ampliación de derechos que hasta ahora han impulsado las dos mayores corrientes políticas del entorno: la socialdemócrata y la de centro derecha, mezcla de democracia cristiana y liberalismo.

Las elecciones de junio pueden inclinar la balanza hacia la ultraderecha y pueden provocar que los partidos moderados de centro opten por formar coalición con los radicales, lo que implicaría un gran retroceso en temas que son cruciales para la consolidación de una Unión Europea progresista y para una mayor integración política y social. El tema de la inmigración se ha convertido en la bandera principal de la reacción nacionalista y xenófoba que crece por toda Europa y que ha echado raíces profundas en diversas naciones, sobre todo en Hungría, pero que ya ha logrado triunfos incluso en países tradicionalmente tolerantes y abierto como en el caso de los Países Bajos.

En los Estados Unidos el proceso electoral se llevará a cabo durante buena parte del año y ahí los signos son ominosos, pues Donald Trump amenaza de nuevo, incombustible a pesar de su descarado golpismo y su conducta delictiva. Pero sobre Trump se ha escrito tanto que no vale la pena abundar en el tema.

En el extremo contrario por el tamaño y la población del país, en El Salvador las elecciones pueden convertirse en una total reversión autoritaria ante la decisión del Presidente Bukele de buscar la reelección a pesar de la prohibición constitucional. La democracia salvadoreña, que tanta sangre costó construir, está a punto de sucumbir ante la andanada de un autócrata megalómano investido en salvador de la patria, pero con una enorme popularidad, precisamente por sus desplantes de fuerza.

La paradoja electoral de 2024 radica en que en muchos casos las elecciones amenazan con debilitar o destruir la democracia, entendida como un régimen constitucional con contrapesos que evitan la concentración de poder, aunque esta se haga en nombre de la mayoría. Las democracias más institucionalizadas tendrán más posibilidades de resistir, pero en los casos donde los arreglos pluralistas son incipientes, el riesgo es mayúsculo.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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