María Rivera
04/01/2023 - 12:02 am
El inicio
“Este año sabremos qué rumbo tomará la pandemia y si está o no cerca el final de este tiempo anómalo en el que hemos vivido los últimos tres años”.
Pues ya estamos en 2023, querido lector ¿será este año mejor para todos o peor, en este mundo pandémico? En realidad, se antoja muy difícil que sea peor, desde que llegaron las vacunas del covid. Tendría que aparecer una variante del virus capaz de evadir la inmunidad totalmente, para “regresarnos” al fatídico 2020 o por lo menos, que causara enfermedad severa y fallecimientos capaces de colapsar los sistemas de salud. Es una buena noticia, sin duda. Sin embargo, sin que esto ocurriera está aún por verse qué pasará en poblaciones que no están recibiendo los refuerzos bivalentes, como México, irresponsablemente. El virus original ya no circula (para el que fueron desarrolladas las vacunas) y las variantes que circulan han cambiado lo suficiente como para que las vacunas necesiten adaptarse para ser eficaces.
Esta información no parece importarle al gobierno mexicano que tiene la fantasía de que el covid se convirtió en un resfriado sin consecuencias o que las vacunas aplicadas generarán una inmunidad duradera a pesar de todas las evidencias que señalan que ésta se pierde muy rápidamente, en cuestión de meses. A esto se debe que las personas se estén contagiando múltiples veces, poniendo en riesgo su salud. Este año sabremos qué rumbo tomará la pandemia y si está o no cerca el final de este tiempo anómalo en el que hemos vivido los últimos tres años. Claro, nuestra vida, aunque queramos que fuera normal, como antes, dista mucho de serlo. Las olas de covid seguirán llegando y con ellas personas seguirán enfermando, desarrollando secuelas o falleciendo.
Sí, querido lector, podemos vivir en la fantasía de que la pandemia ya acabó, o que el virus es benigno (a pesar de las múltiples evidencias científicas de que el covid es un virus muy peligroso para la salud humana a largo plazo) hasta que su rayo caiga sobre nosotros, o podemos asumir la realidad frustrante de que aún seguimos en ella.
Estas fiestas he comprobado, con frustración, que los seres humanos no resisten lidiar con la verdad por mucho tiempo, o que su naturaleza gregaria domina su comportamiento. Muchos viven en esa fantasía total de que el virus existe, pero muy lejos de ellos. Si alguien se enferma, inmediatamente asumen que es un resfriado ¡en pleno aumento de casos! (porque, claro, el covid no puede dar de esa manera ni ser asintomático) o cualquier otra cosa. Por eso mismo, les parece aceptable convivir sin cubrebocas con los otros. Y aunque hayan perdido a familiares por el virus, sus cerebros son incapaces de relacionar una cosa con la otra. A eso, hay que sumarle los falsos negativos de las pruebas que parecen tener menos sensibilidad a las nuevas variantes, la enfermedad menos severa que produce el covid en vacunados, la variedad de síntomas, fuera de los respiratorios. Un desastre total, querido lector, si nos ponemos estrictos.
Por primera vez en la pandemia, la gente ya se niega a usar cubrebocas, lo ha sacado de su vida definitivamente. El otro día platicaba con una persona que me decía que ya no lo usa para nada: ni en taxis, ni en súperes, ni en aviones, ni en ningún lado. Me lo contaba en una tarde nublada y fría en un restaurante al aire libre donde comimos, poco antes de navidad. El argumento: “a todos nos ha dado y no nos ha pasado nada”, “te va a dar, tarde o temprano”. Yo estaba con el ojo cuadrado, tratando de explicarle que ese “no ha pasado nada” es una falsedad para miles de personas que no han logrado recuperar su salud tras el contagio, que viven en un infierno sin esperanza o para personas vulnerables que, a pesar de estar vacunadas, fallecieron. En esa comida, muy extraña, parecía que quienes usábamos cubrebocas, todavía manteníamos medidas de protección básicas, éramos unos inadaptados incapaces de rendirse ante la nueva locura colectiva de aceptar contagiarse de un virus letal en su fase aguda o crónica. Y es que la gente no experimenta ni aprende en cabeza ajena y mucho menos es capaz de pensar en el otro como vulnerable hasta que la enfermedad lo toca. Es pues, una mezcla de ignorancia y egoísmo lo que anima a las personas a no cuidarse y no cuidar a los otros.
Una triste conclusión de estos años en los que además de haber aprendido poco, lo que aprendimos estamos dispuestos a olvidarlo muy rápidamente. La selección natural da paso a los peores comportamientos humanos, una vez instaurada su lógica. Crueles tiempos, la verdad.
Y es que aún hoy estamos descubriendo lo que el covid hace en el cuerpo, querido lector. La persistencia viral es una realidad, así como los daños al sistema cardiovascular, nervioso, e inmunológico, entre otros, pero los gobiernos han dejado de informar a la población sobre las consecuencias de contagiarse, ya no digamos tras las infecciones recurrentes, que apenas se están estudiando. El caso de China es por eso todavía más dramático. Un gobierno que se empeñó durante tres años en cuidar a su población, a través de la política “cero covid”, renunció a ella dejando a millones de ciudadanos inermes frente al virus, abandonados a su suerte y colapsando los servicios médicos. Un crimen sin nombre, la verdad. Pero un crimen que los gobiernos occidentales fueron llevando a cabo lenta y subrepticiamente y que obligó a los demás países a rendirse ante la evidencia de que no hay manera de evitar el contagio si no se hace de manera conjunta. Los chinos por lo menos lo intentaron aunque su cambio radical sea totalmente trágico.
Así, el mundo se sume en esa política criminal de permitir que el virus siga evolucionando y matando personas en todo el mundo. Un costo que la economía exige y que los gobiernos están dispuestos a pagar, como hemos visto, en menor o mayor medida y a costa de la vida de millones. Es, quizás, el mayor fracaso al que la humanidad se ha enfrentado, junto con el calentamiento global. Creamos una pandemia en unas semanas por la naturaleza de nuestros vínculos, la vida moderna capaz de conectarnos en unas horas entre hemisferios, sin tener ni la más remota idea de cómo parar a un virus microscópico al que terminamos por darle la bienvenida aunque sea capaz de matarnos.
Deseemos pues que ante el fracaso, este año la humanidad pueda hallar un tratamiento efectivo y masivo contra el virus o desarrollar vacunas esterilizantes o, al menos, crear políticas de ventilación y purificación de aire que no se han implementado, para salvar vidas. Mientras, sígase cuidando, querido lector, no le hará ningún daño y sí puede evitar que dañe su salud a largo plazo. Algún día, estoy segura, terminará esta pandemia, ya lo verá.
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