En el movimiento de mujeres hay un punto de inflexión claro y es uno conformado por las madres de las mujeres víctimas de feminicidio, violencia o de desaparición. Varias de ellas, no todas ni muchas, fueron hasta Chiapas al Encuentro de Mujeres que Luchan organizado por las zapatistas y ahí fueron el rostro de quien busca afrontar la muerte para empezar a buscar justicia.
Altamirano, Chiapas, 4 de enero (SinEmbargo).- Del Centro Histórico de la Ciudad de México partió uno de los camiones en los que viajaron familias de mujeres víctimas de feminicidio y desaparición rumbo al Segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, que tuvo como sede el semillero zapatista “Huellas del caminar de la Comandanta Ramona”.
Fue un viaje de 24 horas en camiones sin baño, con poco espacio entre unos y otros, sin aire acondicionado. Sin ningún tipo de comodidad.
Muchas de esas mujeres, madres, llevan ya años en mítines y marchas cargando un solo mensaje: el de la exigencia de justicia para sus hijas. ¿Por qué venir hasta este punto del país? La respuesta a esa pregunta que nadie hizo en el Encuentro la obtuvimos cerca de 50 mujeres que asistimos a la proyección de dos videos sobre Dianey, que lleva dos años desparecida, y de Diana Velázquez Florencia, víctima de feminicidio (ambos casos ocurridos en el Estado de México).
“Venimos a este punto para buscar consuelo y al mismo tiempo fuerza. En un país en donde cada fiscalía de justicia es un martirio. Yo le digo a mi hija, aquí, ‘no fue tu culpa’. Y les digo a ustedes que sé que gané muchas hijas, pero yo a cada mujer que veo ruego por ver en ella el rostro de mi hija, una vez más”. Esas fueron las palabras de la señora Lidia Florencio, mamá de Diana, que se consuela con ya saber dónde está su hija.
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Durante los tres días de Encuentro, es ya fácil advertir que las madres de las mujeres que ahora no están, son uno de los referentes de amor y fuerza para cualquiera que las rodee. La mamá de Lesvy, Araceli; la mamá de Mariana, Irinea; la mamá de Estefanía, Laura; la mamá de Dianey, Lourdes; la mamá de Diana, Lidia. Ellas representan a miles de madres, hijas, abuelas que hoy tienen en sus ojos una lágrima permanente y un gramo de esperanza que, dicen, les han dado las mujeres que las abrazan y reconocen a la menor oportunidad.
Ellas ven hijas, las otras ven a sus madres. Esta relación provocada por los altos y crecientes índices de violencia contra las mujeres la resume la frase que una joven dijo: “si algo me pasa no dejen sola a mi mamá”.
ELLAS TOMAN EL MICRÓFONO
En la dinámica para contar los dolores que se instauró desde el día de la inauguración del Encuentro, las madres estuvieron ahí. Entonces quien habló y quien escuchó compartieron lágrimas.
Sacristana, habitante de Ecatepec, Estado de México, fue la primera que habló. Ella es la mamá de Karen y Erick.
Contó el caso: como ella era la única responsable del hogar, tenía que trabajar todo el día; sus dos hijos se quedaban solos. Los encontró muertos el 4 de agosto.
“Ya no los pude ver despiertos, regresé y estaban muertos. No pude volver a escucharlos, a decir ‘mamá, te quiero’. Pero siguen vivos porque cuento su historia y ustedes escuchan”.
El asesino de Karen y Erick fue su primo que entonces tenía 16 años. Sacristana contó que él ultrajó el cuerpo de Karen durante todo un día, mató a Erick y al final le dieron 5 años de prisión.
Doña Irinea Buendía es ya un ícono dentro del movimiento de mujeres, desafortunadamente por la lucha que ha emprendido para obligar que las autoridades investiguen la muerte de su hija Mariana como feminicidio.
A Mariana la asesinó su marido –Julio César Hernández Ballinas, un policía judicial mexiquense–, que dijo que ella se había ahorcado. De acuerdo con doña Irinea, él la violentó “de toda forma posible durante 18 meses” e incluso le tatuó su apellido en la espalda.
Al final dijo que Mariana se había ahorcado con un cordón; doña Irinea camina con uno con las mismas características que aquel hombre dice que ocupó Mariana. Es imposible, dice ella.
El 24 de marzo de 201, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) otorgó un amparo para reabrir el caso, una sentencia que ha sido reconocida a nivel Latinoamérica como referente para exigir que las muertes violentas de mujeres se investiguen como feminicidio bajo una perspectiva de género.
Doña Irinea pidió a las asistentes dar difusión de la sentencia de la Corte, porque aunque se trata de un caso de su hija, es ya una herramienta para todas las mujeres.
Luego, la señora Areceli, mamá de Lesvy habló. No ahondó mucho en la narrativa del asesinato de su hija, sino de que no se siente sola, ni ella ni las otras madres.
“Decir que no les creemos a las autoridades, fue lo que permitió que el caso de mi hija no fuera un suicidio. Estos [el Encuentro] son espacios reparadores; estamos seguras y nos abrazamos. De aquí nos llevamos compromiso y luz”, dijo.
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“Y, como mujeres zapatistas, queremos mandar un abrazo especial a las familias y amistades de las mujeres desaparecidas y asesinadas. Un abrazo que les haga saber que no están solas, que, con nuestro modo y en nuestro lugar, acompañamos su demanda de verdad y justicia. Porque para eso nos reunimos, hermana y compañera, para gritar nuestro dolor y nuestra rabia, para acompañarnos y animarnos, para abrazarnos, para sabernos que no estamos solas, para buscar caminos de apoyo y ayuda”.
Esas palabras fueron el abrazo zapatista para ellas, aunque durante tres días, y durante cualquier evento, en cualquier lugar de México, reciben hoy ya abrazos de todas sus nuevas hijas.