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Sandra Lorenzano

03/11/2024 - 12:02 am

Capital de esperanza

“La poesía desafiaba la amenaza de los verdugos: les pemitía no volverse locas en medio del horror”.

En el artículo pasado me comprometí a seguir con el tema de la esperanza. Entre aquellas líneas y las que escribo hoy muchas cosas sucedieron, entre otras la entrega de los Premios Princesa de Asturias. Allí, la poeta rumana Ana Blandiana, Premio de las Letras, dijo:

¿Puede “ese algo liviano, alado y sagrado”, como definió Platón a la poesía, detener nuestra caída hacia la nada? De hecho, la pregunta, que no lanzo por primera vez, es: “¿Puede la poesía salvar al mundo?”, y mi modesta pero firme respuesta viene avalada por hechos asombrosos.

Habló entonces del “capital de esperanza” que la poesía representa, poniendo como como ejemplo la resistencia que la palabra poética significó en las cárceles de Ceaușescu.

A falta de lápiz y papel, que estaban prohibidos, todo poema necesitaba para su existencia de tres personas: la que lo componía, la que lo memorizaba y la que lo transmitía a través del alfabeto morse, y a pesar de estas precarias circunstancias se compusieron miles de poemas que consiguieron pasar de celda en celda y de prisión en prisión.

Esa posibilidad de salvación que las palabras representan, me recuerda a la poesía nacida entre los presos y presas de la dictadura argentina (1976-1983). La política de aniquilación de los individuos que se había propuesto el régimen militar, se expresaba en desapariciones, torturas y vejaciones constantes. Frases como “Van a salir de acá muertas o locas” o “Las van a sacar con la camisa de madera puesta”, que recuerdan las presas de la cárcel de Villa Devoto en Buenos Aires en su libro Nosotras, presas políticas,[1] buscaban quebrarlas, destruirlas física y psicológicamente.

También allí, el código Morse, o las “palomas” (una pequeña bola de papel atada con un hilo y que pasaba de piso a piso de la cárcel) o los “caramelos” (mensajes escritos en papel de cigarrillo, muy chiquitos, que salían gracias a la ayuda de los presos comunes) eran modos de intercambiar cartas, poemas, cuentos. Estamos hablando, para el caso argentino, de cárceles “legales”; mucho más difícil era, por supuesto, en los centros clandestinos de detención, verdaderos campos de concentración y exterminio. Y sin embargo, en todos estos espacios, el lenguaje poético se transformó en una herramienta de resistencia, allí donde recordar y recuperar la propia humanidad.

Poemas que se “escribían” mentalmente y se compartían en voz baja. Como éste creado por Patricia Machado en 1976 en la Unidad Penitenciaria 1 de la provincia de Córdoba: Yo sé que cada día / Y sé que cada noche / Cuando compruebas que tu cielo / Sigue siendo pequeño y fraccionado / Sonríes porque triunfas. / Y sé también que a veces / Cuando los muros y los techos te golpean la cara de pronto sientes frío. / Y pasan los fantasmas cadavéricos / y te vomitan en la cara. / Y tienes todos los gorriones / Y los amaneceres posteriores. /Aunque hoy el sol te duela.

La poesía desafiaba la amenaza de los verdugos: les pemitía no volverse locas en medio del horror.

O como lo dice Ana Blandiana: “Cuando en la poesía se escondían las últimas moléculas de libertad, la gente, asfixiada por la represión, las buscaba, las encontraba y las respiraba para sobrevivir”. En esa apuesta por la vida está la esperanza. Y se pregunta: “…lo que ayer nos salvó del miedo, del odio y de la locura, ¿no puede salvarnos hoy de la soledad, de la indiferencia, del vacío de fe, del exceso de materialismo y consumismo y de la falta de espiritualidad?”[2]

Recuperar la poesía es recuperar la sensibilidad, la empatía, la solidaridad y el humanismo. ¿Cómo podríamos sobrevivir sin ese “capital de esperanza” que la poesía representa? ¿Cómo podríamos beber aún la miel de la Eternidad?

 

Panales, Ana Blandiana

Tú no has nacido, / Sino que naces / A cada momento, / Y no intentas / Estar allí, cuando estás aquí, / O aquí cuando vas allí. / Tú eres la materia audazmente salvada / De una respiración en otra, / Sin la cual no existiríamos. / Y, en realidad, no somos / Más que restos, formas vacías / Panales de los que se ha escurrido / La miel de la Eternidad.

 


[1] VVAA, Nosotras, presas políticas (1976-1983), Buenos Aires, Nuestra América Editorial, 2006.

[2] Puede verse la ceremonia completa de la entrega de los Premios Princesa de Asturias en

https://www.youtube.com/live/jwi_5P2x8Oc?si=gljrB4uBBkyog72H

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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