Es un cuestionamiento incómodo que parece fácil de responder: la mayoría de la gente que conozco se considera amante de los animales. Si preguntas en la calle, es probable que encuentres a personas que rechazan la crueldad hacia los animales y desaprueban la industria de la carne. Entonces, ¿por qué seguimos consumiendo carne, huevos y lácteos, productos que vienen de estos mismos animales que decimos querer y respetar?
La realidad es que nos encontramos atrapados en una especie de “malabarismo ético” que nos permite navegar en la contradicción de amar a los animales y, al mismo tiempo, financiar su sufrimiento. Este dilema no es únicamente una elección individual; es el resultado de una industria cárnica multimillonaria que sabe exactamente cómo manipular nuestra percepción de los animales.
EL AMOR POR LOS ANIMALES EMPIEZA EN LA INFANCIA
Muchas de nosotras crecimos rodeadas de juguetes y libros con animales como protagonistas. Desde pequeños, aprendemos a valorar la compañía y el cariño de los animales, ya sea a través de los animales de compañía o de las historias de otros animales.
Un estudio reciente en el Reino Unido reveló que las infancias suelen ver a los animales de granja como iguales a sus animales de compañía y creen que merecen el mismo respeto y cuidado. Sin embargo, a medida que crecemos, algo cambia. Aprendemos a separar a los animales de granja de los demás y asumimos que está bien amarlos y consumirlos a la vez. ¿Cómo ocurre este cambio? La respuesta se encuentra en las estrategias de marketing y los mensajes cuidadosamente diseñados por la industria cárnica, que opera en silencio para debilitar nuestros sentimientos de empatía y compasión hacia los animales.
LA INDUSTRIA CÁRNICA Y SUS ESTRATEGIAS PARA BORRAR A LOS ANIMALES
Según el profesor Arran Stibbe, experto en Lingüística Ecológica, la industria utiliza tres técnicas clave: el vacío, el rastro y la máscara.
El vacío es la omisión deliberada de los animales en el discurso sobre la carne. Nos venden el producto como algo apetitoso y de alta calidad, pero no se menciona de dónde viene, quién era el animal o las condiciones en las que vivió. Es como si los animales nunca hubieran existido.
El rastro nos muestra apenas un eco de los animales, tal vez en forma de una imagen borrosa o una referencia indirecta. Es una manera sutil de evocar su presencia sin confrontarnos con la realidad de sus vidas.
La máscara convierte a los animales en caricaturas o personajes antropomorfizados, como la “Vaca Lola” o el “Pollito Pío”. Así, se deshumaniza su experiencia real y se nos anima a verlos como seres divertidos y sin emociones reales.
LA ILUSIÓN DE LA “COMPASIÓN”
Aún para quienes nunca dejan de preocuparse por los animales, la industria ofrece un último recurso: la “compasión a la medida”. Nos muestra anuncios de vacas con nombres propios en “campos felices” o videos de granjas que afirman altos estándares de bienestar animal. La compañía mexicana Alpura, por ejemplo, ha lanzado una campaña donde afirma que “ama” a sus vacas y les pone nombres, en un intento de suavizar su imagen. Sin embargo, investigaciones independientes nos muestran otra realidad: los animales siguen viviendo en condiciones de explotación y sufrimiento.
La industria cárnica trabaja para contrarrestar nuestros instintos naturales de empatía y justicia. Nos enseña a ver a los animales como inferiores, como objetos que existen para nuestro beneficio pero al hacernos cómplices de esta narrativa, nos alejamos de nuestra propia humanidad. Al final, el sacrificio de nuestros valores nos afecta tanto a nosotros como a los animales.
Es hora de cuestionar estos mensajes y de sintonizar con nuestra verdadera compasión. Los animales merecen ser vistos y respetados, no borrados, ridiculizados o reducidos a meros productos. Al honrar ese sentido de justicia y amor que todos teníamos en la infancia, podremos construir un mundo más justo, no solo para los animales, sino también para nosotros mismos.