Desde los primeros días de la pandemia, Trump —según admitió él mismo posteriormente— restó importancia a la gravedad del virus. En repetidas ocasiones afirmó que “desaparecería” y durante un tiempo estuvo presionando para que la economía estadounidense se reabriera por completo durante la Semana Santa, sólo un mes después de que la pandemia envolviera completamente a la nación.
Por Jonathan Lemire
Washington, 3 de octubre (AP).— Rara vez se veían mascarillas en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Multitudes de personas se reunían hombro con hombro en el jardín sur de la Casa Blanca. El avión presidencial Air Force One cruzaba el cielo de un mitin de campaña masivo a otro.
Con fácil acceso a pruebas diagnósticas y las mejores mentes de salud pública a su disposición, el Presidente Donald Trump debería haber sido el estadounidense más seguro frente al COVID-19. En cambio, minimizó las pautas de su propio gobierno y ayudó a crear una falsa sensación de invulnerabilidad en la Casa Blanca, un enfoque que ahora le pasó factura, como el virus ya lo ha hecho en una nación donde han muerto más de 200 mil personas.
El helicóptero presidencial, el Marine One, transportó el viernes a Trump a un hospital militar, luego de despegar desde el mismo jardín de la Casa Blanca que menos de una semana antes fue el sitio donde nominó a la jueza Ammy Coney Barrett para el cargo de ministra de la Corte Suprema, mientras se enfocaba en las elecciones de noviembre.
Varias personas en ese evento, incluido un senador federal, han dado positivo por coronavirus. Trump está ahora recibiendo atención en el Centro Médico Walter Reed después de tener fiebre y sentirse fatigado. Apenas el viernes por la madrugada reveló que había dado positivo por el virus.
“Él decepcionó al país al ignorar a los CDC, al ignorar las pautas federales y actuar como si fuera Superman”, dijo el historiador presidencial Douglas Brinkley, al mencionar a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés). “No sólo restó importancia al virus, se paseó como un pavo real, burlándose de quienes se lo tomaban en serio”.
Desde los primeros días de la pandemia, Trump —según admitió él mismo posteriormente— restó importancia a la gravedad del virus. En repetidas ocasiones afirmó que “desaparecería” y durante un tiempo estuvo presionando para que la economía estadounidense se reabriera por completo durante la Semana Santa, sólo un mes después de que la pandemia envolviera completamente a la nación.
Muy pronto comenzó a resistirse a los consejos de los expertos en salud pública en su propio equipo de trabajo para el coronavirus, incluidos el doctor Anthony Fauci y la doctora Deborah Birx. Se enfrentó públicamente con los jefes de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) y los CDC, sobre todo tipo de aspectos, desde los riesgos asociados con la apertura de escuelas hasta el calendario para una posible vacuna para el COVID-19.
Muchos miembros del personal de la Casa Blanca no se atrevieron a contradecir al Presidente, que quería encarnar a una nación en el camino de vuelta a la normalidad, no un país obsesionado con las pautas de salud que a su parecer mantendrían a la gente nerviosa en lugar de persuadirla hacia el resurgimiento económico.
Los expertos instaban al uso generalizado de mascarillas, entre ellos el director de los CDC, Robert Redfield, quien testificó ante el Congreso el mes pasado que los cubrebocas podrían ser una salvaguardia más efectiva que una vacuna. En cambio, Trump evitaba usar mascarilla, diciéndoles a sus asistentes que no le gustaba cómo se veía y que eso le enviaba un mensaje a la ciudadanía de que él estaba preocupado por su salud.
El mandatario usó mascarillas sólo esporádicamente y politizó su uso, diciendo que no las necesitaba porque le hacían pruebas y porque la mayoría de las personas que veía se mantenían a dos metros de distancia. Se burló del demócrata Joe Biden por cubrirse la cara constantemente y muchos de los partidarios del Presidente siguieron su ejemplo, evitándolas incluso en eventos concurridos.
El uso de cubrebocas, aunque obligatorio técnicamente, tampoco se hacía cumplir en la Casa Blanca. La mayoría de los ayudantes de alto nivel rara vez usaban mascarillas, incluso en espacios reducidos en el Ala Oeste o en el Air Force One. Se extendió la creencia de que, debido a que quienes tenían contacto con el Presidente eran sometidos a pruebas rápidas de COVID-19 todos los días, estaban a salvo en su burbuja.
Pero las pruebas rápidas están lejos de ser infalibles, pues hubo veces en que dieron falsos negativos debido al largo período de incubación del virus. Varios miembros del personal de la Casa Blanca, incluido el asesor de seguridad nacional y el valet personal del Presidente, contrajeron el virus, mientras que una de las ayudantes más cercanas del Presidente, Hope Hicks, dio positivo unas horas antes que Trump y la primera dama Melania Trump.
Trump “se burló de los expertos médicos y de sus consejos. Se burló de todo, incluso durante el debate presidencial cuando estuvo en ese escenario”, dijo Michael Steele, exjefe del Partido Republicano. “Tenía a su alcance la mejor información posible y no la tomó”.