Jorge Alberto Gudiño Hernández
03/09/2023 - 12:01 am
Regalos de la desmemoria
“Es probable que ese diccionario de mi infancia haya sido como cualquier otro”.
Inició el ciclo escolar. Como cada año, fuimos a comprar lo que las listas de útiles pedían. También transitamos por varias casas de amigos de mis hijos. En una me topé con un librero y, como buen metiche que soy, me puse a ver qué libros me encontraba. Y ahí, perdido entre novelas y ejemplares diversos, vi un diccionario inglés-español muy parecido a uno que había en mi casa en mi infancia.
Mi recuerdo se disparó de pronto, al ver la edición de bolsillo. El de mi casa estaba forrado por una razón incomprensible, pues no me lo habían pedido a mí en la escuela. Era pequeño, con pasta suave y muchas páginas. Nada excepcional si pensamos en diccionarios de bolsillo. Cuando lo consultaba siendo niño, a veces más por aburrimiento que por verdadera necesidad, no estaba consciente de sus particularidades. Las hojas eran casi amarillas. De canto, del lado opuesto al lomo, las hojas estaban entintadas, dándole, ahora sí, un color muy amarillento. No era por el uso ni por la edad, sino porque alguien había decidido que así fuera. Además, las hojas eran muy delgadas sin alcanzar a ser de papel Biblia. Eran delgadas, pues, pero mucho más resistentes. ¿Satinadas acaso? Las recuerdo tersas, resbalosas incluso. Ya que estoy en el plano de las licencias de la memoria, hasta puedo decir que fue uno de los primeros libros que me atrajo por valores externos al contenido. Me gustaba hojearlo, pasar los dedos por sus páginas, soplarlas para ver cómo se movían en una cadencia diferente a la del resto de los libros que, hasta ese momento, había tenido en mis manos.
Un buen día, en alguna mudanza o depuración, el diccionario desapareció. Tal vez fui consciente cuando quise consultar alguna palabra y no lo encontré o, simple y sencillamente, me dirigí a otro diccionario acaso de mejor calidad. Confieso que no lo recuerdo. No sé cómo ni cuando desapareció.
Y no supe, hasta toparme de nuevo con ese mismo lomo estando de visita en una casa, cuando supe que lo extrañaba. Algo extraño en sí mismo. ¡Vamos!, si me hubiera intentado acordar de él habría fallado pues no recordaba ni siquiera su título. Los de los diccionarios de la infancia suelen confundirse. Más, cuando el interés por ellos es apenas testimonial.
Lo supe, sin embargo. Así que lo tomé. El peso no correspondía al de mis recuerdos, pero ya no soy el niño que fui y todas las percepciones suelen estar alteradas. No estaba forrado con ese plástico azulado que también asocio con mi infancia. La mayor decepción me llegó al hojearlo: el papel era diferente, tan común al del resto de muchos de mis libros. Sin ser hojas gruesas, no tenían la consistencia sedosa de antaño.
Lo devolví a su sitio casi con pudor. Un rapto me melancolía nubló mi ánimo el resto del día. Me sentía defraudado. No por el diccionario sino por mi recuerdo.
Fue hasta más tarde cuando me di cuenta de la maravilla. Es probable que ese diccionario de mi infancia haya sido como cualquier otro. Sin embargo, mi mente me había regalado un objeto diferente. Uno que, quizá, sólo exista en mi memoria… como tantas cosas, como tantos eventos. Entonces me puse de buenas: uno no suele estar consciente de que los habitantes de su pasado (ese lugar al que acudo cada tanto) son ficcionales y suelen ser parte del yo presente tanto como los reales. No está mal, supongo, siempre y cuando uno no deba enfrentarse al desencanto que significa toparse con un diccionario similar en un librero ajeno.
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