María Rivera
03/08/2023 - 12:01 am
Barbie
“La película, entonces, no es un juego de Barbie, monótono y aburrido, de una muñeca bonita, sino una puesta en escena de su fracaso (múltiple y multiplicado) y su vulnerabilidad en cuanto la mujer que representa a la muñeca”.
Finalmente la vi, querido lector. La película me gustó, para qué mentirle. Contrario a lo que algunas feministas piensan de la película, a mí me pareció que aún con sus debilidades, es un producto más que interesante y hasta novedoso. Una especie de autocrítica y autocelebración de la muñeca más famosa de la tierra ¿quién no tuvo o quiso tener una Barbie?
He leído varias críticas inteligentes que la señalan como un mero producto comercial auspiciado por la propia marca que fabrica la muñeca. La obviedad comercial del asunto, sin embargo, me parece que no la descalifica sino que la potencia. Precisamente porque es una cinta inteligente y hasta sagaz, diría yo, para lograr desactivar la crítica, al apropiársela y aplicársela ella misma. En boca de sus propios personajes Mattel hace suyas las críticas feministas a la muñeca Barbie, es decir, a su propio producto: que cosifica a las mujeres, que establece parámetros de belleza ficticios, que deformó el cuerpo de las mujeres, vamos, hasta de los pies que en la muñeca están convertidos en apéndice de los tacones como una forma de incorporar la incomodidad como una seña de identidad femenina.
La película, entonces, no es un juego de Barbie, monótono y aburrido, de una muñeca bonita, sino una puesta en escena de su fracaso (múltiple y multiplicado) y su vulnerabilidad en cuanto la mujer que representa a la muñeca cobra cuerpo a través de la mirada violenta de los otros (principalmente hombres que la convierten en un objeto sexual y la acosan en el espacio público) en un mundo que es violento con el sexo femenino, que es ocupado por hombres mayoritariamente en las posiciones de poder, como la propia estructura de la compañía de juguetes que diseña muñecas de mujeres para niñas. En este sentido, la marca lejos de intentar glorificarse, se incorpora como sujeto de la crítica no sin cinismo, aunque claro, al final de la película termina “recapacitando” para poder vender lo que los tiempos ideológicos soliciten: una muñeca que represente a una mujer “normal” (aunque dudo que le sume centímetros en la cadera y le aplane los pies, por supuesto). En este sentido, Mattel no busca presentarse como un “aliado feminista” no cae en esa hipocresía, sino como un mero vendedor de productos sujetos a la demanda, capitalismo puro y duro.
El éxito de la representación del patriarcado aparece además, acentuado por la perspectiva masculina del muñeco Ken que descubre, al convertirse en hombre, y de manera simultánea a Barbie, que el patriarcado es un espacio de privilegio para los nacidos hombres, y que él por serlo, haberse convertido por la mirada de los otros (en este caso una mujer que le pregunta la hora, para más ironías), es su beneficiario natural más allá de toda corrección política: no hay discursos sobre su superioridad, o privilegio: hay hechos, imágenes comunes en las calles de manera ubicua y la confesión masculina de que el patriarcado solo disimula haberse debilitado.
Digamos: la sagacidad de la película estriba en lograr presentar al patriarcado como algo muy común y cotidiano, pero desnaturalizándolo para que el espectador lo vea más allá de las múltiples proclamas de la cinta: la violencia sexual sobre una muñeca que es actuada por una mujer, no es un juego de muñecas, no puede serlo. Las escenas donde Barbie es acosada por hombres y hasta por policías, logra inquietar a la espectadora, para la que está dirigida la cinta, que conoce en carne propia ese espacio de la violencia que solo puede ser ocupado por ellas. Pero también exhibe esa violencia frente al espectador masculino.
Esta idea, dicha así, podría haber terminado como un monumental fracaso cinematográfico, un churro más, un producto ideológico, panfletario, sin más interés. Barbie, sin embargo, logra sortear el peligro asumiéndose, en parte, como panfletaria y, al mismo tiempo, estableciendo dos niveles de discurso que problematizan la proclama feminista como un discurso vacío, de moda, que convive con el patriarcado sin alterarlo, finalmente.
Este es, desde mi punto de vista, el mayor logro de la película: la representación del orden social violento, no como una mera idea, sino como una estructura básica y reconocible por quienes, incluso, no tienen ninguna educación feminista y consideran al patriarcado como un mero concepto sin asidero en lo real.
Con el paso de los minutos, la historia, que se plantea inicialmente como una rutina aburrida, digamos la estereotipada vida de Barbie, determinada por los propios escenarios del juguete, se despliega más allá de sus propios límites –Barbieland- trasgrede su espacio natural. Aunque la transgresión está planteada desde el inicio: una muñeca representada por una mujer, no a la inversa. Conforme transcurre la película, la transgresión cobra más sentido al trasponer las fronteras de la fantasía para incorporarse en el mundo “real” o al menos en la representación de él. La fuerza del mensaje no estriba en lugares comunes de la jerga feminista repetidos como un sermón y hasta como una retahíla por sus personajes, sino en la representación del patriarcado, como decía. Sin embargo, la segunda parte de la película, donde se plantea la resolución del conflicto, desde mi punto de vista, flaquea. Entretenida, se resuelve justamente como no se resuelve en la vida real: las muñecas retoman el matriarcado Mattel que les da sentido y los Ken se conforman e incorporan a su orden. Predecible y ahí sí, convertida en un panfleto, las muñecas logran vencer la esclavitud a las que los muñecos las tienen sometidas, por obra y gracias de proclamas feministas.
Aun así, la película logra dar un giro al final que vuelve sobre la línea argumental del principio –el de lo real- cuando Barbie decide convertirse en mujer, es decir, en cuerpo sexuado. Inesperada, la línea final de la película se convierte en un regocijo y un reconocimiento.
La verdad, querido lector, no está mal para ser una película de una muñeca y auspiciada por la marca del juguete. No es un logro menor haber logrado llevar a una gran audiencia en el mundo el tema del feminismo, así sea de manera esquemática y superficial y para mí, que me considero feminista desde los dieciocho años, es un pequeño placer ver en la pantalla grande, algunas reivindicaciones que hace treinta años jamás hubieran aparecido ni como gag de un churro. La volvería a ver, nomás por eso, y con gusto.
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