Carlos A. Pérez Ricart
03/08/2023 - 12:04 am
Los cárteles según la DEA: el discurso y la mentira
"¿Cómo llegó la agencia al número de 44 mil 800 personas involucradas en las actividades de ambos grupos criminales?"
La semana pasada, Anne Milgram, directora de la DEA (Drug Enforcement Administration) acudió al Congreso de Estados Unidos para hablar de los esfuerzos realizados por su agencia en el combate al narcotráfico en México. Como suele ocurrir, la prensa en nuestro país buscó las declaraciones más contundentes de Milgram y les dio mucha publicidad. Además, como también suele suceder, los medios de comunicación estimaron a Milgram y a la DEA como una fuente confiable de información y no como un actor con intereses políticos manifiestos.
Los datos que reveló Milgram no son menores. Dijo, por ejemplo, que el Cartel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) y el Cartel de Sinaloa (CS) están presentes en más de 100 países del mundo y en 50 estados de la Unión Americana. Afirmó, también, que ambas organizaciones “controlan la mayor parte de la cadena global de suministro y producción de fentanilo”. Ni más ni menos.
La nota que más llamó la atención entre los periodistas mexicanos está relacionada con el número de personas afiliadas a cada grupo criminal. Del CS señaló que está conformado por 26 mil “miembros, asociados, facilitadores y agentes” presentes en 19 de los 32 estados mexicanos. Del CJNG contabilizó 18 mil 800 personas operando en 21 estados de la República. Entre ambos “cárteles” 44,800 personas. Un ejército.
Reforma y La Jornada llevaron el número a sus primeras planas. El resto de los periódicos otorgaron a las “revelaciones” de Milgram grandes espacios. En radio y televisión se repitieron las palabras de la directora de la DEA. Ningún medio, sin embargo, se molestó en cuestionar de manera crítica las bases de las cifras.
¿Cómo llegó la agencia al número de 44 mil 800 personas involucradas en las actividades de ambos grupos criminales? ¿Cuál es la diferencia entre un “miembro”, un “asociado” y un “facilitador”? ¿Cuenta lo mismo un muchacho de quince años que trabaja como “halcón” del Cartel de Sinaloa que uno de sus sicarios más feroces? ¿Bajo qué simulación matemática se sostienen los datos? ¿Cuál es la teoría y método que antecede al modelo utilizado? Nadie preguntó nada. Y, sin embargo, toda la prensa creyó lo dicho por Milgram.
En mi libro Cien años de Espías y Drogas (Debate 2022) documento cómo la historia de la DEA es, también, la historia de un proyecto de creación de una narrativa que sostenga el paradigma de la “guerra contra las drogas”. No existe agencia federal en Estados Unidos que haya mentido más sobre la representación del crimen organizado en México e influido más en la manera en la que observamos y definimos el “problema” de las drogas en México. El lenguaje crea y construye realidades; define y distorsiona imaginarios.
Basta ir a lo más básico. La propia idea de “Cartel” presenta una imagen errona del funcionamiento de los grupos criminales en México. Me explico: a diferencia de lo que se suele pensar, los grupos criminales funcionan de manera más bien descentralizada.[1] Por lo general, sus estructuras no están verticalmente integradas; esto es, los mandos no suelen controlar la cadena completa de suministro, transporte y distribución de drogas. Son organizaciones caracterizadas por su extrema plasticidad y volatibilidad. Sus fronteras son porosas y las relaciones entre sus miembros siempre transitorias. Para entenderlas hay que pensar más en clave de red y menos en clave de un arreglo fijo fácil de contabilizar.
Así, el señalamiento de que el llamado Cartel de Sinaloa y CJNG tienen un ejército de 44 mil personas a su disposición es no solamente una simplificación del fenómeno, es también un atrevimiento irresponsable. A la prensa mexicana, en cambio, le pareció normal.
Que no se malentienda: no subestimo ni trivializo el reto criminal que suponen las organizaciones criminales en México. Tampoco dejo de admitir el alto grado de jerarquización y centralización que tienen grupos como el llamado CJNG. Sin embargo, aceptar su complejidad no está peleado con señalar el “relato abstracto, estereotipado, reiterativo e imposible de verificar” que genera la DEA del crimen organizado en México.[2]
Apariciones como la de Milgram apuntillan la narrativa de la securitización de la guerra contra las drogas en América Latina. Perfilan la existencia de rivales omnipresentes y todo poderosos a los cuales solo puede enfrentarse de la misma manera. Esto es, a partir de una lógica de guerra e intervención, hoy bastante popular entre el Partido Republicano. Las cifras de Milgram son la base para justificar cuantiosos presupuestos y generar narrativas que habiliten una operación territorial más activa de sus agentes en México. Serán insumos para utilizar en la campaña electoral en México y Estados Unidos. Que no nos quepa duda.
En 2017, Alejandro Hope, uno de los mayores expertos en seguridad, fallecido este año, concluyó uno de sus (siempre brillantes) artículos semanales en El Universal con esta reflexión sobre los números de la DEA: “no podemos tomar como verdad revelada todo lo que dice la DEA. Ellos tienen incentivos, uno de ellos obvio: mostrar la amenaza de las drogas tan grande y tan externa como sea posible. En esa clave, hay que leer sus números”.
No se equivocaba Hope entonces. No nos equivoquemos ahora: a la DEA hay que leerla como un actor político, no como proveedora de información confiable. Si no entendemos sus motivaciones y hacemos una lectura crítica de sus informes, seguiremos haciéndole el juego sucio a la peor de las burocracias de Estados Unidos.
[1] Para una revisión teórica: Michael Kenney, “The Architecture of Drug Trafficking: Network Forms of Organisation in the Colombian Cocaine Trade”, Global Crime, 8,3, 2007.
[2] Fernando Escalante Gonzalbo, Crimen organizado: La dimensión imaginaria, Nexos, octubre de 2012. Disponible en https://www.nexos.com.mx/?p=15008
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