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Morir solo. Morir de COVID. Morir y ser devorados por tus gatos

03/06/2021 - 9:28 am

La semana pasada se dio a conocer en España el caso de una mujer colombiana de 79 años que fue hallada en su casa después de tres meses de haber perdido la vida. Las autoridades localizaron su cuerpo gracias al reporte de una vecina del edificio donde vivía.

Ciudad de México, 3 de junio (SinEmbargo).– “Aislados por la pandemia, cada muerte es muerte COVID. Incluso una muerte por cáncer como la de mi amiga está sujeta a una de las crueldades más brutales de la pandemia: estar separados”, escribió Lara N. Dotson-Renta, maestra de español y francés, en febrero pasado. Contó su historia en The New York Times.

“–Estoy muriendo. He estado muriendo durante el último año–”, escuché sus palabras hace unas semanas y supe que eran ciertas.

“En el verano de 2019, mi amiga Mel me dijo que los brutales dolores de cabeza que tenía eran un tumor cerebral y que comenzaría el tratamiento de inmediato. Sentí una sensación en el estómago, del tipo que tienes cuando tu cuerpo entiende instintivamente algo que tu mente no acepta. Me dijo que no buscara ‘glioblastoma’ en ‘Dr. Google’, pero no pude resistirme. Me quedé sin aliento”.

La amiga moriría sola, en un hospital. Pero no fue la peor muerte de la pandemia. En asilos de todo el mundo, ancianos murieron sin atención. En España encontraron adultos mayores muertos junto a los vivos.

Pero hubo quien murió en un hospital, solo. Con los familiares en la banqueta, lo suficientemente lejos como para sentirse abandonado.

Cada muerte en la pandemia es muerte COVID. Pero hay algunas muertes peores que otras.

LOS GATOS DE CLARA INÉS

Apenas la semana pasada, la Policía Nacional española encontró en el número 5 de la calle San Cugat del Vallés del distrito de Fuencarral de Madrid el cadáver putrefacto de Clara Inés Tobón. Era colombiana, de 79 años. Llevaba muerta al menos tres meses y tenía la parte superior del cuerpo devorada por sus siete gatos.

Los gatos también fueron muriendo. De hecho, cinco de ellos habían fallecido por inanición cuando los agentes entraron al departamento.

La mujer murió por causas naturales, se dijo al principio. Pero el antropólogo del Instituto de Medicina Legal con ayuda de los hepatólogos dijeron que enfermó de COVID. Se ordenó hacer una necropsia a varios de los felinos para confirmar que el cuerpo fue mordisqueado por sus mascotas.

“Clara Inés vivía sola en este piso del IVIMA desde 1996. No tenía hijos ni estaba casada. Su familia residía en Colombia y no tenía parientes en España. Sus mejores amigas eran las vecinas del inmueble”, explicó El Mundo, diario español.

Desde hacía varias semanas algunas de las inquilinas del edificio estaban muy preocupadas por Clara, ya que desde el año pasado estaba enferma y algunos vecinos sospechaban que se podría haber contagiado de la COVID. No la veían, pese a que a diario solía salir para dar de comer a gatos callejeros, y también era habitual verla los días de mercadillos recogiendo los restos de fruta y comida que los vendedores dejaban en las cajas de la basura, explicó el periódico.

“Las amigas llamaban al timbre de la puerta, pero la mujer no respondía. También su teléfono móvil figuraba apagado cuando llamaban a su número de la compañía Orange y las cartas ya no cabían en su buzón. Ante la falta de noticias de Clara, la vecina del primero pensó que podía estar ingresada en el cercano hospital de La Paz”, agrega El Mundo.

La enfermera Pilar Rodríguez inicia la visita a sus pacientes domiciliarios en la localidad de Sa Pobla, en la isla española de Mallorca, el 30 de abril de 2021. Rodríguez y sus colegas llevan las vacunas en neveras portátiles hasta la primera casa de su recorrido diario, donde preparan las inyecciones.
La enfermera Pilar Rodríguez inicia la visita a sus pacientes domiciliarios en la localidad de Sa Pobla, en la isla española de Mallorca, el 30 de abril de 2021. Rodríguez y sus colegas llevan las vacunas en neveras portátiles hasta la primera casa de su recorrido diario, donde preparan las inyecciones. Foto: Francisco Ubilla, AP

Un día fue a hacerse una prueba. Preguntaron por ella en recepción y les dijeron que allí no estaba ingresada. También los vecinos relatan que llamaron sin éxito a instituciones por si sabían algo de ella. Los inquilinos estallaron cuando el vecino del cuarto A comentó que salía un fuerte hedor de la casa y que empezaba a ver muchas moscas.

“A veces olía mal por los gatos y las cajas de comida que subía, pero estaba vez había una peste muy fuerte”, indicó un vecino a El Mundo.

El pasado lunes por la tarde, la vecina de abajo decidió llamar al 091 para advertirles de que igual Clara había fallecido dentro de la casa. Los agentes de la comisaría de Fuencarral acudieron al aviso y, por el olor de rellano de la escalera del cuarto piso, enseguida sospecharon que podría haber una persona muerta dentro. Los vecinos indicaron a la Policía en primer momento que podría llevar muerta un mes y que no tenía familia.

Al no poder abrir la puerta se avisó a los bomberos del Ayuntamiento de Madrid que desplegaron una autoescala para poder entrar por una de las ventanas de la casa, según Emergencias Madrid.

El diario español dice que en una de las habitaciones encontraron el cadáver de Clara en avanzado estado de descomposición y con parte del cuerpo mordido por los gatos. Clara podría sufrir el síndrome de Diógenes porque cuando abrieron los agentes se encontraron gran cantidad de basuras y excrementos felinos.

El Servicio Veterinario Municipal de Urgencias del Ayuntamiento descubrió en la casa cinco gatos muertos y dos vivos. Los dos que aún respiraban estaban en muy malas condiciones y fueron trasladados al Centro de Protección Animal, según explicó un portavoz municipal.

Una vecina señaló que uno de los agentes le dijo que la mujer fue comida cintura para arriba por los gatos. “Un policía nacional nos contó que era lo peor que había visto desde que trabajaba”, señaló.

MORIR SOLOS

“Las medidas de seguridad de salud pública tomadas en todo el mundo para detener el ascenso de contagios por SARS-CoV-2 ha despertado el interés por determinados aspectos de la ética asistencial. Se ha hablado ampliamente de las recomendaciones médicas para priorizar la atención sanitaria de pacientes críticos o la distribución equitativa de recursos bajo la amenaza de saturación de los servicios. No obstante, se ha prestado mínima atención a la soledad inevitable de los enfermos con COVID-19 al final de sus vidas”, escribieron Marta Consuegra-Fernández y Alejandra Fernández-Trujillo en su ensayo “La soledad de los pacientes con COVID-19 al final de sus vidas”.

Manuel Santamaría, de 76 años, recibe una inyección de la vacuna de Pfizer contra la COVID-19 en Pamplona, España, el viernes 7 de mayo de 2021.
Manuel Santamaría, de 76 años, recibe una inyección de la vacuna de Pfizer contra la COVID-19 en Pamplona, España, el viernes 7 de mayo de 2021. Foto: Alvaro Barrientos, AP

“Los procedimientos y normativas de seguridad sanitaria actuales exigen el aislamiento de las personas diagnosticados con COVID-19 o de aquellas bajo sospecha de contagio por falta de pruebas confirmatorias. Estas pautas de actuación conllevan una serie de condiciones que atentan los derechos del paciente, con especial relevancia al final de vida, como el derecho a una muerte digna y al acompañamiento, y que contribuyen a un elevado número de muertes en soledad”, agregaron.

“Si bien el aislamiento es una de las medidas de prevención de la infección más eficaces, [en el futuro] es necesario adaptar un protocolo para situaciones de final de vida que contemple flexibilizar el aislamiento de estos pacientes siempre que haya una voluntad expresa por su parte”, escribieron.

“La deshumanización de la muerte tiene un fuerte impacto emocional que puede derivar en duelos patológicos que perduran en las personas próximas al fallecido. Disponemos de recursos para no perpetuar una situación injusta y evitar más sufrimiento del causado por la propia emergencia sanitaria. La muerte digna es un éxito terapéutico y un derecho fundamental que merece ser protegido en condiciones normales y también en situación de crisis”, señalaron Marta Consuegra-Fernández y Alejandra Fernández-Trujillo.

Lara N. Dotson-Renta, académica y profesora de literatura española y francesa, concluye su texto en The New York Times:

“Lista o no, sabía que la fuga de Mel estaba cerca, que sería liberada del cuerpo que la había traicionado. Ahora soy yo quien agarra, escucha grabaciones y mira fotografías antiguas, tratando de encontrarla. Los que quedan atrás, cada uno de ellos, se lamentan solos hasta cierto punto; la textura y el contorno del dolor son únicos para cada uno de nosotros. Sin embargo, el nuestro es un momento de dolor y pérdida comunales, de asientos vacíos en demasiadas mesas”.

Cierra: “Lamento no estar físicamente presente en el final de Mel, pero aspiro a darme la gracia que ella buscaba también, por la bendición agridulce de poder ser testigo del desorden y la belleza de una vida, aunque sólo sea desde lejos”.

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