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Antonio Salgado Borge

03/06/2016 - 12:03 am

Emmanuel, Mijares y los soldados de la discriminación

“Soldados de la discriminación”. Así tituló el periódico La Jornada Maya la fotografía que, en su primera plana, mostraba a Emmanuel y Mijares durante un concierto que estos veteranos cantantes ofrecieron juntos la semana pasada en Mérida.

“Soldados de la discriminación”. Foto: Cuartoscuro
“Soldados de la discriminación”. Foto: Cuartoscuro

“Soldados de la discriminación”. Así tituló el periódico La Jornada Maya la fotografía que, en su primera plana, mostraba a Emmanuel y Mijares durante un concierto que estos veteranos cantantes ofrecieron juntos la semana pasada en Mérida. Y no es para menos. Durante el espectáculo, Emmanuel aprovechó una pausa para hablar un poco de Dios y, acto seguido, advertir al público que la SEP pronto “va a obligar a los maestros a vestir a los niños de niñas y las niñas de niños”. No tardó en llegar a donde quería: “Nosotros no podemos permitir que acaben con nuestras familia; tenemos que luchar por nuestra familia, tenemos que luchar por nuestros niños”, exhortó.

Dado el contexto de todos conocido, es claro que un discurso de esta naturaleza sólo pude tener como objetivo abonar a la causa de quienes se oponen al matrimonio igualitario. Emmanuel ,y muy probablemente su silencioso cómplice Mijares, discrimina –la palabra no debe asustar- porque se opone a que la ley reconozca como iguales a seres humanos homosexuales y heterosexuales.

La discriminación, en cualquiera de sus manifestaciones, suele ser un enemigo resistente y difícil de vencer. Ésta cuenta con un gran ejército integrado por muchos soldados; personas que se lanzan convencidos a pelear “guerras” con el fin de proteger el estado de cosas presente de cambios que son percibidos como amenazas, o de atacar preventivamente a aquellos externos que son concebidos como peligrosos. Cuando el ejército estadounidense invadió Iraq, probablemente una buena parte de sus integrantes estaban convencidos de que encontrarían las armas de destrucción masiva que fueron a buscar y que, de acuerdo con sus líderes, representaban una seria amenaza para la seguridad de su país. Es bien sabido que no encontraron nada y que su presencia sólo sirvió a los intereses económicos que participaron en la “reconstrucción” de Iraq, que terminó recibiendo de vuelta su territorio convertido en un caos.

Los soldados de la discriminación disparan primero y pregunten después. No conocen la presunción de inocencia; todos los que no acaten las reglas que les rigen son presuntos culpables hasta que no demuestren su inocencia. En lugar de considerar que todas las libertades deben ser permitidas hasta que no se demuestre que dañan a terceros, los discriminadores prefieren partir de la base de que todo lo que salga de sus normas es malo hasta que no cambien las normas –entonces lo prohibido comienza a ser mágicamente permitido-, aunque en ello vaya la felicidad de otros seres humanos.

¿Cómo podría el matrimonio igualitario dañar a la familia tradicional? Algo no se destruye automáticamente por la existencia de otro algo, salvo que rivalicen en algún sentido, por lo que no tiene pies ni cabeza suponer que el matrimonio igualitario rivaliza con el matrimonio tradicional. Recordemos una mujer u hombre homosexual no aspira a unirse con un hombre o mujer heterosexual. Estamos hablando de individuos homosexuales que aspiran a contraer matrimonio con otros homosexuales y formar una familia. Es evidente que no hay forma en que el reconocimiento legal a un nuevo tipo de familia pueda dañar a las familias existentes. Es entendible que los soldados de la discriminación no expliquen cómo podría ocurrir este daño que tanto temen; no lo explican porque ni las explicaciones ni la validez de los argumentos suelen ser importantes para ellos, que trotan repitiendo, como mantras, los cantos militares que corresponden.

Que la melodía que acompaña los cantos de discriminación resulte tan pegajosa –como para algunos continúan siendo las rancias canciones de Emmanuel y Mijares- se debe a que, con más frecuencia que no, ésta consiste básicamente en un viejo sonsonete que ha sido reciclado por milenios, a saber, que hay un orden natural que debe ser respetado por todos los seres humanos y preservado a través de nuestras construcciones sociales. Pero la naturaleza suele ser terca y reservada; por algún motivo la muy canalla continúa rehusándose a dictarnos cómo vivir nuestras vidas. En el mejor de los casos lo único que podemos hacer es intentar leer, como los astrólogos en los cielos, supuestas pistas en la tierra. No es ninguna sorpresa que hayamos errado el rumbo en tantísimas ocasiones.

Aristóteles pensaba que la fuente de movilidad de los cuerpos estaba en su naturaleza. Los cuerpos tenían un lugar natural de acuerdo a su composición material. De esta forma, si un cuerpo conformado por el elemento tierra no encontraba obstáculos, Aristóteles creía que este cuerpo caería “buscando” su lugar natural, que era el centro del universo. Atribuyendo fines a los cuerpos este gran filósofo produjo una explicación de su comportamiento tomada como válida durante 2,000 años, pero que, a partir del triunfo de la física newtoniana, ha sido exhibida una y otra vez como errónea. Sin importar sus tropiezos, los soldados de la discriminación siguen pensando que la naturaleza “opera” movida por fines y, pretenciosos, se autoinvisten como los protectores de este orden. Cuando se les recuerda que siguiendo esta misma lógica los negros y las mujeres fueron durante siglos considerados inferiores a los hombres blancos, ellos responden que estas aberraciones son atribuibles a “errores” de épocas pasadas. Ya lo pasado, pasado. Borrón y cuenta nueva. ¡Qué más da! A fin de cuentas seguramente jamás nos volveremos a equivocar; y, además, los que sufrieron los horrores de nuestros errores ya están muertos y enterrados.

En este punto, me parece fundamental hacer un alto en el camino para subrayar que muchos soldados de la discriminación, al igual que varios de los soldados estadounidenses enviados a Iraq, probablemente actúen con las mejores intenciones y piensen que realmente están haciendo un servicio a la humanidad con sus acciones. En este caso, uno podría pensar que siendo tan endebles los cimientos de sus posiciones sería fácil hacerles entrar en razón. Pero no es así; una vez indoctrinado, un soldado de la discriminación difícilmente escuchará argumentos.

Los tiempos han cambiado y el ejército de la discriminación cada vez se encuentra con más personas que le exigen que sustente las causas por las que pelea. Para escapar de este tipo de enfrentamientos, sus solados suelen emplear diferentes tácticas. Una de ellas es acudir al derecho fundamental que todos tenemos de expresarnos libremente. Al menos en esto sí les asiste la razón: al igual que lo hacemos con las opiniones de sus opositores, debemos siempre defender el derecho de Emmanuel a poder decir lo que se le venga en gana; sin embargo, es un error suponer que el derecho que todos tenemos a hablar libremente hace automáticamente a todos los argumentos igual de válidos.

Supongamos que una persona afirma que, después de despertar en su invisible habitación supralunar en la que descansa después de cada jornada, el sol “sale” radiante todos los días para desempeñar su trabajo como luz de la tierra. Desde luego que no faltará quien rápidamente intente rebatir semejante despropósito acudiendo a una fundamentada explicación del movimiento de rotación terrestre. ¿Ambos individuos tienen derecho a expresar sus ideas? ¡Desde luego que sí! ¿Los dicen la verdad? Es evidente que no.

Pero ni los desacuerdos ni los juicios severos a las opiniones de terceros tendrían por qué asustarnos. Deliberación y juicio son dos facultades indispensables para todo tipo de progreso. Debemos, eso sí, distinguir entre un desacuerdo intrascendente, como el que se produce entre un aficionado del Barcelona y uno del Real Madrid sobre qué equipo debe ser considerado el mejor de la década, y un desacuerdo que pone en riesgo los derechos fundamentales de seres humanos. A diferencia de lo que ocurre con el fútbol, en este último caso tendríamos que cuidar la validez y solidez de lo que defendemos al momento de presentar nuestros argumentos.

Otra forma muy socorrida por lo soldados de la discriminación que se encuentran acorralados es calificar como discriminador a aquel que no comparte su punto de vista. De esta forma, Emmanuel puede rasgarse la chamarra de cuero y decirse discriminado por los que lo califican de homófobo. Sin embargo, este argumento tampoco se sostiene. Que Emmanuel sea juzgado como homófobo no le quita ningún derecho. Sin importar las críticas que reciban, este cantante, y todos los que lo suscriben sus comentarios, podrían seguir viviendo de acuerdo con sus convicciones; es decir, nunca se casarán con una persona de su mismo sexo y seguramente podrán encontrar formatos de matrimonio que les satisfagan en instituciones religiosas que no permitan este tipo de uniones.

Lo contrario ocurriría si Emmanuel viera cumplido su sueño de impedir que los matrimonios no heterosexuales lleguen a ser reconocidos por las instituciones del Estado –laico-; entonces sí que se estaría privando de un derecho a millones de seres humanos no heterosexuales que buscan legalizar su unión y formar una familia. Nadie pretende que Emmanuel pierda el derecho de acceder al formato de ceremonia que mejor le convenga, pero eso no implica que el formato que a Emmanuel le parezca óptimo sea el único al que puedan tener acceso aquellos que no comparten su visión del mundo.

Como todo buen ejército, los soldados de la discriminación suelen estar muy bien organizados. Prueba de ello es que en este momento se preparan para pelear con uñas y dientes con el fin de evitar que en nuestro país se reconozca a millones de personas su derecho a contraer matrimonio y formar familias.

Los solados de la discriminación pueden seguir viviendo del pasado repitiendo, como Emmanuel y Mijares, sus mismas melodías; pero los mexicanos más jóvenes, los que decidirán el rumbo del país en el futuro inmediato, no las cantarán a su lado. Si bien es cierto que en algunos sitios conservadores aún pueden ganar algunas batallas, en el mediano plazo sus guerras están condenadas a la derrota. Y es que, al igual que Emmanuel y Mijares, los soldados de la discriminación están condenados a terminar hablando a butacas vacías y a un puñado de personas buscan transportarse a otras épocas.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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