No fueron los funerales de Mouriño o Blake, pero fueron funerales de Estado, al fin y al cabo

03/04/2012 - 12:00 am

Por Arturo Rodríguez García

MÉXICO, D.F. (apro).- Viejos camaradas, algunos de ellos aun encumbrados en su trinchera de oposición, la nomenclatura priista coincidió ayer con el gabinete panista de Felipe Calderón, al asistir a los funerales de Estado que éste último organizó para el expresidente Miguel de la Madrid Hurtado, quien murió el pasado domingo en esta ciudad.

El acto fue para “bien recordar”, como había anticipado Calderón en su comunicado de condolencias emitido ayer, a un hombre que enfrentó momentos difíciles y el discurso, sirvió al actual mandatario para referir el terremoto de 1985, la erupción del Chichonal, las explosiones de Sanjuanico, las crisis económicas…

“Durante su Presidencia tuvo que hacer frente a los efectos de una profundísima crisis económica. Ejerció su liderazgo en aquellos duros momentos para unificar los esfuerzos de la sociedad, a fin de poner nuevamente a flote a la economía nacional”, dijo Calderón.

En estos dos días no hubo crítica, nada sobre el autoritarismo del viejo régimen ni presunciones de haber hecho más que cualquiera de sus antecesores. Tampoco asomó la sombra de la elección de Chihuahua, ni la “caída del sistema” de 1988, ni el asesinato de periodistas. Calderón ni siquiera sacó a relucir su invectiva recurrente, esa que acusa a los gobiernos del pasado por haber dejado crecer la delincuencia.

“Miguel de la Madrid fue un hombre sereno y ecuánime, un hombre de familia; un hombre que amaba profundamente a nuestro México y, al que, estoy seguro, le entregó toda una vida de servicio”, recitó Calderón.

Aun más:

Fue “un gran estudioso de la historia y conocedor del derecho. Admiraba, como muchos de nosotros, a José María Morelos y Pavón, héroe que dio a la causa insurgente algunas de sus más importantes victorias, pero sobre todo, que delineó el país de leyes e instituciones que debía surgir después de nuestra independencia”, dijo Calderón que siguió encomiando a De la Madrid por su política exterior.

No son los funerales que Felipe Calderón le dispensó a sus amigos, los dos secretarios de Gobernación que murieron en accidentes aéreos, Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake, pero son funerales de Estado, al fin y al cabo.

Las calles aledañas al Zócalo capitalino fueron cerradas a la circulación vehicular, mientras turistas y transeúntes quedaron confinados a mitad de plaza, allá, donde apenas algunos curiosos se van apostando sin mayor euforia, ante el escrutinio cuidadoso de numerosos agentes de seguridad, policías, elementos del Estado Mayor, soldados…

Pero en Palacio Nacional, desde el Patio Mariano hasta el Patio de Honores, hombres de edad avanzada y jóvenes, se palmeaban espaldas saludando efusivos, acordaban reuniones, discutían trivialidades y se aproximaban a los lugares que la Presidencia de la República les asignó.

Entre esos muros, se respiró cierta atemporalidad: lo mismo pudo verse a la vieja familia feliz, como se les conocía en la época, a Francisco Rojas, Genaro Borrego, Emilio Gamboa; muy cerca de Jordy Herrera, Alejandro Poiré, José Ángel Córdova Villalobos o Heriberto Félix.

También se pudo ver a Humberto Lugo Gil y Jesús Silva Herzog; a María de los Ángeles Moreno y al líder priista, Pedro Joaquín Coldwell, quien no se ha separado desde esta mañana cuando llegó a la velación en Coyoacán, donde vivía el exmandatario. Por allá, donde se ubicó al secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván.

Todos se parecen, años más o menos. Visten igual, saludan con la misma efusión, caminan con la misma seguridad por esos pasillos del poder a donde fueron convocados para despedir al expresidente exjefe político, amigo o examigo, y todos habrán de coincidir, con Felipe Calderón: “gran mexicano”.

En medio, justo atrás de la familia De la Madrid Cordero, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, capta miradas, se levanta a saludar, se le prodigan consideraciones. La concurrencia está ahí, ajena a la familia, el dolor que se supondría ante el deceso del padre, abuelo, esposo… son tiempos políticos, electorales.

El féretro llegó como a las 6:30 de la tarde. Ya lo esperaba una enorme guardia de honor de cadetes del Heroico Colegio Militar. Media hora después, a tiempo, llegó el presidente Calderón.

La grandilocuencia del maestro de ceremonias cobró nueva dimensión, con una entonación lacónica, encomió a De la Madrid y dio la palabra a Enrique, uno de sus hijos, a quien Calderón emitió sus condolencias con especial énfasis a través de Twitter ayer, porque fue colaborador de la presente administración.

Sea por ese mensaje o por los exabruptos del hoy difunto en un programa con Carmen Aristegui, sobre los hermanos Salinas de Gortari y sus ligas con el narco, pero Enrique lo dejó claro: recordó que ahí, en Palacio Nacional, fue el “destape” de su padre en 1982; y luego mencionó los principios partidistas de su padre, a quien eligieron candidato los sectores y organizaciones de su partido en 1982.

Como sea, fue él, Enrique, quien estableció que se trataba de un funeral de Estado.

“Rendimos homenaje de estado a un hombre de Estado”.

Además, mencionó que su padre fue producto de la cultura del esfuerzo, que venció adversidades, con el apoyo de su madre y su hermana.

Ahí estaba también, como en su casa en Coyoacán, durante la velación, Alfredo del Mazo, el mexiquense al que De la Madrid considerara “el hermano que nunca tuvo”. Y, naturalmente, los mexiquenses, de ayer y de hoy, los mismos de siempre, estaban también ahí, pues además de los mencionados, estaba Eruviel Ávila.

Las exequias de Miguel de la Madrid se convirtieron en una pasarela de personalidades políticas que desde el domingo atestaron las inmediaciones de avenida Universidad y Parras 46, el domicilio del exmandatario.

Carlos Salinas, Beatriz Paredes, y por supuesto, el candidato del PRI a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto.

Esta tarde, alrededor de la 1:00, los guardias de Peña Nieto atiborraron las inmediaciones y montaron un dispositivo de seguridad, ante la patente molestia de vecinos y conductores que atravesaban el cruce de las mencionadas calles.

Quién pensaría que el propio De la Madrid fuera un ciudadano en protesta. En una de las ventanas de su propiedad, un letrero colocado por dentro del cristal, dice: “No a las oficinas de La Casa de las Niñas Infractoras” y en él, se hace un llamado a los vecinos a tomar en cuenta que las tales oficinas provocarán que se afecte la plusvalía de las propiedades, algo un tanto imposible en el barrio de Santa Catarina, pero en fin, esa es la protesta familiar.

Afuera, en el portón de madera, el líder de la CNOP Emilio Gamboa Patrón y el dirigente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, esperaban el arribo de Peña Nieto. Charlaban de trivialidades: que si el temblor fue de 5.8 grados o de 6.2; que si va a llover o que si no. En eso llegó Alfredo del Mazo y los acompañó en su guardia, a la que se sumaron Enrique y Miguel de la Madrid, los hijos del difunto.

Inusualmente puntual, Peña Nieto arribó a las 2:00 de la tarde. Acompañado de Luis Videgaray, Cristina Díaz y una largo séquito, se enfiló sin pronunciar palabra y abrazó largamente a Enrique. Ingresó. Montó una guardia de honor y 15 minutos después, salió sin declarar nada más que había sido un gran presidente.

Para entonces ya era oficial: luego de incertidumbres y escarceos, el homenaje al expresidente sería organizado por la Presidencia de la República, y quedaba cancelado el acto que le preparaba el PRI.

Poco a poco, entre ancianos apoyados en bastones, el lugar se fue quedando desierto.

Redoble de tambor, un redoble de honor, se toca para el expresidente en Palacio Nacional. La bandera doblada fue entregada a la familia De la Madrid Cordero, de manos de Felipe Calderón, que con un tono cansado ha preconizado el legado del expresidente al que su partido tanto cuestionó.

No duró más de 40 minutos el acto de honor. Apenas apareció el ataúd y jóvenes mujeres se apresuraron a sacar sus cámaras digitales. Tal vez alguna la subirá a Facebook, pero por lo pronto, entre si empieza o no el acto, alguna dama elegante discutía con el Estado Mayor: no es posible que la hayan colocado tan atrás.

Poco a poco fueron saliendo con sus vehículos, con sus escoltas, saliendo veloces, desde moneda, perfecto el operativo vial, imposible que algún paisano se atraviese o un taxista les dé un “cerrón”. Aun así, suenan los claxons de los coches.

En eso pasó la carroza con los restos del expresidente. Fue directo a la cremación, según adelantó la familia desde esta mañana. Unas 500 personas estuvieron apostadas en las vallas, en espera de la pasarela, parecía que iba a saludar, a decir adiós, pero no.

“Ojalá te vayas al infierno”, empezaron a gritar cuando la carroza se alejaba y el contingente de los políticos que desde entonces, en el sexenio de Miguel de la Madrid, y aun ahora siguen siendo influyentes, poderosos:

“Pinches rateros, por eso el país está como está”, se escuchó una voz.

De repente, se dieron cuenta de que un enjambre de reporteros rodea a un ser menudo, bajito que se abría paso como podía luego de reconocer que Felipe Calderón realizó el evento para De la Madrid. Era Carlos Salinas de Gortari, a quien lo esperaba en la puerta un vehículo blindado. No hay alcance para un tiro de piedra, envase o proyectil, pero la turba no se amilanó y para despedir a ese otro expresidente, vivo, soltaron una fuerte y prolongada rechifla.

La nomenclatura seguía saliendo, frente a los insultos, gritos y rechiflas, pero ni siquiera volteaba, como si no vieran a la turba; como si no escucharan. Se alejaban de las ceremonia fúnebre que terminó siendo un mitin de priistas y panistas.

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