El año 2017 arrancó con la entrada en vigor del nuevo salario mínimo, que tuvo un crecimiento de 3.9 por ciento con respecto al de 2016 al pasar de 73.04 a 80.04 pesos diarios. No obstante, los aumentos en insumos como la gasolina, o la depreciación del peso frente al dólar anulan el incremento e incluso generan una pérdida de poder adquisitivo para los mexicanos, que acumula una caída del 80 por ciento desde 1976. Hace un año, un trabajador que ganaba un salario mínimo tenía trabajar siete días para poder llenar un tanque de 41 litros de gasolina Magna, que en enero de 2016 costaba 13.16 pesos por litro. Hoy, para llenar ese mismo tanque con el precio de la Magna a 15.99 pesos, se necesita un día más de trabajo.
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Por Gabriela Jiménez
Ciudad de México, 3 de enero (SinEmbargo/Economíahoy).- El nuevo año arrancó con la entrada en vigor del nuevo salario mínimo, que tuvo un crecimiento de 3.9 por ciento con respecto al de 2016 al pasar de 73.04 a 80.04 pesos diarios. No obstante, los aumentos en insumos como la gasolina, o la depreciación del peso frente al dólar anulan el incremento e incluso generan una pérdida de poder adquisitivo para los mexicanos.
Hace un año, un trabajador que ganaba un salario mínimo tenía trabajar 7 días seguidos para poder llenar un tanque de 41 litros de gasolina Magna, que en enero de 2016 costaba 13.16 pesos por litro. Hoy, para llenar ese mismo tanque con el precio de la Magna a 15.99 pesos, se necesita un día más de trabajo.
En 2017 también son menos los dólares que pueden comprarse con un salario mínimo. Con el billete verde cotizando en 21.05 pesos, alcanza para comprar 3.80 dólares, mientras que en enero del año pasado, aunque el salario era más bajo, alcanzaba para comprar 4.03 dólares.
La caída del poder adquisitivo del salario en México ha sido una constante desde 1976, asegura Miguel López, economista e integrante del Observatorio de Salarios de la Universidad Iberoamericana.
En entrevista para EconomíaHoy.mx, el académico indicó que la pérdida del poder adquisitivo del salario acumula ya un 80 por ciento en cuarenta años, con lo cual no se ha registrado un aumento significativo de los sueldos en cuatro décadas y los trabajadores “han perdido poder de negociación” de sus remuneraciones y prestaciones.
Esto se evidencia en el hecho de que, aun con el aumento de 2017, el salario mínimo no alcanza para cubrir la línea de bienestar establecida por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), de 89.35 pesos diarios.
En México, explica López, la importancia del Salario Mínimo es sustancial, pues se trata de un referente para el resto de los salarios que se pagan en el país, y tiene un “efecto faro” sobre la inflación.
Si bien el Inegi indica que sólo 7 por ciento de la población gana un salario mínimo, las cifras oficiales sólo toman en cuenta a la población formal, en un país en el que 57 por ciento de la gente en edad de trabajar lo hace en el sector informal.
Los salarios generales en México actualmente se encuentran entre los más bajos del mundo. La remuneración promedio de los mexicanos afiliados al IMSS, de 9.521 pesos al mes -según datos del Inegi- se trata de la más baja entre los países emergentes del G20.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ubica a Indonesia, Brasil, Sudáfrica, Rusia y Turquía por encima de México en remuneraciones generales, y aunque desde hace tiempo se han multiplicado las voces que exigen un incremento de los salarios, comenzando por el mínimo, es poco lo que se ha logrado, pues el debate topa siempre con el argumento de que un aumento en los salarios incrementaría la inflación.
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Se trata, según López, de una explicación “maniquea” para descartar un aumento, pues si bien se generaría un alza generalizada de los precios de productos y servicios en el país, “también podría haber resultados positivos, como el impulso al mercado interno, y la reducción de la dependencia de México del sector externo”.
El investigador recuerda que el bajo crecimiento de la economía mexicana de los últimos años, de alrededor de un 1 por ciento, depende casi en su totalidad del comercio exterior, y por ende, del dinamismo de la economía estadounidense, nuestro mayor socio comercial.
“Hace falta una verdadera política salarial”, asegura, pues si bien se ha logrado la desindexación del salario de multas y otros trámites administrativos, “la verdadera desindexación debe ser de la inflación esperada”, es decir, del incremento de los precios que el gobierno federal estima en sus presupuestos anuales.
Se trata entonces de la necesidad de “un cambio de fondo en la estructura productiva que priorice el desarrollo interno y disminuya la brecha salarial que existe entre los grandes corporativos y los pequeños empresarios.
La condición de México como país manufacturero ha generado una gran concentración de la riqueza en manos del sector empresarial. De acuerdo con López, el 80 por ciento del valor de las exportaciones mexicanas se queda en manos de los grandes empresarios, mientras que sólo el 26 por ciento del PIB se queda en manos de los trabajadores.
Ser un país manufacturero no es necesariamente sinónimo de mano de obra barata. “Antes, México era atractivo por su mano de obra barata, pero eso ha cambiado”, dijo Fernando Garrido, Managing Director de la empresa de servicios de contabilidad y recursos humanos TMF Group.
“Hoy la mano de obra calificada no es tan barata comparada con otros países”. De acuerdo con el ejecutivo, la diferencia es amplia: entre un 50 y un 60 por ciento más cara en Estados Unidos o Europa, sin embargo, sectores como el automotriz en México cuentan con profesionistas de alta calidad a un precio competitivo. La prioridad para las empresas extranjeras que se establecen en México, aseguró Garrido no es que sus empleados sean baratos, sino “que sean eficientes”.
IMPACTO DE LA PRODUCTIVIDAD
La narrativa del gobierno federal sobre la imposibilidad de tener un aumento generalizado de salarios recae en los bajos niveles de productividad reportados en el país.
La Secretaria de Hacienda y Crédito Público ha advertido durante la presente administración que en los últimos 15 años, la tasa de productividad de México ha caído 0.6 por ciento.
Cifras de la dependencia indican que el crecimiento promedio de la productividad en México, entre 1980 y 2011, fue negativa. La tasa entre 1981 y 2011 fue menor al 0.7 por ciento.
La dependencia explica que una baja productividad es indicador de que no se crece al ritmo de la acumulación de factores de la producción, es decir, de la acumulación de capital y de la mano de obra que se agrega a la fuerza de trabajo cada año, lo cual tiene una influencia directa en el crecimiento económico y los salarios.
Chile, Irlanda y Corea, por ejemplo, crecieron 4.9, 4.2 y 6.2 por ciento, respectivamente entre 1981 y 2011. La productividad creció en estos tres países. Corea, con un avance de 2.4 por ciento en productividad, fue la economía que logró mayor eficiencia.
Sin embargo, los datos comparados para México arrojan información recopilada dentro de la fuerza laboral formal, que representa sólo el 40 por ciento de los trabajadores en el país. Así, queda en el aire la medición de la fuerza laboral informal, que representa seis de cada 10 empleos.
“Se dice que en México hay niveles bajos de productividad, lo cierto es que ésta ha crecido 8 por ciento en 10 años ¿Qué diferencia hay entre la productividad de México y la de Estados Unidos?, que las medidas redistributivas ayudan a que los trabajadores tengan una remuneración adecuada para tener un nivel de vida decoroso en una sociedad donde se garantiza el derecho de todos por igual”, añade Miguel López.