Maite Azuela
03/01/2017 - 1:11 am
¿Maldecir o bendecir la pirotecnia?
Cerré el año 2016 desde un balcón en trastienda y la distancia pude ver las esferas de miles de estrellas que iluminaban la noche extendiendo su área en una respiración contenida que parecía incendiar los rascacielos para salvarlos al instante diluyéndose en una exhalación. Cada luz me sorprendía más que la anterior y, aunque puedo […]
Cerré el año 2016 desde un balcón en trastienda y la distancia pude ver las esferas de miles de estrellas que iluminaban la noche extendiendo su área en una respiración contenida que parecía incendiar los rascacielos para salvarlos al instante diluyéndose en una exhalación. Cada luz me sorprendía más que la anterior y, aunque puedo jactarme de haber presenciado múltiples espectáculos de pirotecnia, confieso que no dejaba de ilusionarme el momento en que una nueva bengala volaba para explotar inmensa en soles diminutos. Ni el ruido ensordecedor que me despierta una inevitable irritación consigue exterminar la incontenible emoción que me invade al ver estallar colores de fiesta volando a cielo abierto.
Mi primera reflexión del año comenzó entonces dando más luz a un dilema que ya me había estado ocasionando cierta comezón mental en los últimos insomnios de diciembre. Nada es blanco y negro, siempre hay matices, por minúsculos que resulten no hay que echar por la borda la inteligencia si podemos detenernos a reconocer que hay varias perspectivas para analizar un solo evento. La urgencia de tomar postura y de hacer un pronunciamiento determinante para aminorar un conflicto o empujar alguna solución, puede obligarnos a obviar la reflexión de las luces con la oscuridad que les da sentido.
La explosión del mercado de San Pablito en Tultepec, Estado de México, sucedió la semana previa al festín de fuegos artificiales que me tocó presenciar. Derroché palabras de rabia y desazón contra la empresa de la pólvora y recordé varias anécdotas de conocidos míos que han sido víctimas del atractivo juego de hacer explotar fulgores. Desde las “brujitas” que guardan los niños en los bolsillos de los pantalones, hasta los buscapiés que por arrastrar fuego a su paso pueden ser objetos del demonio traicionero. Al menos tengo en mi lista unas tres anécdotas de infantes que sintieron su piel derretirse entre chispas de calor por pequeños petardos activados en forma equivocada. El referente más cercano que tengo en casa es el de Ángel quien perdió un brazo prender un petardo que estaba mal confeccionado. Nada comparado con la explosión que entre la pólvora encendida dejó olor a muerte en Tultepec y encendió un dolor que no se apaga.
Leía hace un par de meses la primera parte de la saga de Elena Ferrante a la que titula “La amiga estupenda” en la que narra la competencia machista con la que se ostenta virilidad en la medida en la que más pólvora se enciende y se disparan estruendos con fuegos artificiales. No podía describir con mejor nitidez las rivalidades abrasadas por los grupos de muchachos obstinados por mostrar quien tenía más poder en uno de los barrios de Nápoles, en la Italia de la posguerra. Mientras avanzaba en la lectura el ruido de los cuetes atentaba contra los oídos de mis perros, que acostumbran ya a resguardarse en la chimenea mientras tiemblan de pánico.
No es sencillo abstenerse de maldecir. La primera respuesta que aparenta sensatez es proponer que se cancelen todos y cada uno de los espacios de producción de esos objetos de pólvora, acabar para siembre con cualquier expendio de venta, derribar la idea de que es un arte para revelar que su peligro sucumbe cualquier atisbo de belleza.
Sin embargo, las bondades de la pirotecnia no pueden negarse. La artesanía de la pólvora en el Estado de México da sustento a más de 40 mil familias no sólo de Tultepec, sino de 52 municipios mexiquenses como Zumpango, Almoloya de Juárez y Ozumba, generando hasta mil doscientos millones de pesos por año. El mercado de San Pablito, Tultepec daba razón al nombre de “la capital de la pirotécnia” por sus 300 puestos de juguetes explosivos. Era el más grande en su tipo en nuestro país y, pesar de haber sufrido dos fuertes explosiones e incendios en las fiestas patrias del 2005 y 2006, el comercio pirotécnico de la zona no se extingue.
La pirotecnia no es maldita por existir, sino que las condiciones en las que se realiza en nuestro país tienen un retraso tecnológico de por lo menos 50 años. Somos el primer lugar en “castillería” gracias al esfuerzo de artesanos expertos. Pero en México no se cuenta con tecnologías tan avanzadas como las de Brasil, China, España, Italia, Estados Unidos y Argentina.
No se trata entonces de eliminar la pirotecnia del planeta, sino de atender la compleja problemática que enfrenta. Además de la carencia de normatividad en la materia, el hecho de que el mercado esté inundado por competencia desleal con productos de contrabando, pone en riesgo tanto su venta como su manejo.
Las fiestas de fuegos artificiales merecen mantenerse por generaciones y generaciones, garantizando que sea la vida lo que se celebra y no instinto destructivo del clandestinaje y la ilegalidad de su oferta.
Para propósitos de año nuevo me quedo con uno: detenerme a ver con varios lentes lo que brilla y lo que oscurece, porque quizá haya en la luz una oscuridad oculta y en la penumbra algunos destellos de claridad que a simple vista pueden pasarme desapercibidos.
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