La escritora Paulette Jonguitud habló con SinEmbargo sobre su más reciente novela, en la cual la mayoría de sus personajes se mueven desde el miedo. “No operan desde el valor, ni desde la conquista ni siquiera desde el feminismo, ni desde el activismo, operan desde el valor, desde el miedo que eso es lo que más me me interesaba”.
Ciudad de México, 2 de noviembre (SinEmbargo).– “¿Cómo mujeres con miedo pueden cambiar las cosas y no mujeres empoderadas como nos gustaría vernos a todas?”, cuestionó la escritora Paulette Jonguitud. La respuesta la desarrolla a lo largo de su novela El mundo desplazado (Random House), una novela coral sobre cuatro protagonistas de distintas edades que a partir de diferentes representaciones artísticas plásticas buscan reconquistar su entorno, en el sur de la Ciudad de México, del que fueron despojadas.
“Muchas mujeres de mi generación, o más chicas, más grandes, hemos sufrido un despojo del espacio público y entonces yo lo que intenté fue buscar cómo los movimientos feministas, en la Ciudad de México en concreto, habían tratado de apropiarse de estos espacios”, planteó la autora en entrevista con SinEmbargo.
Jonguitud expuso que encontró, en ese sentido, que no había marcadores permanentes que exhibieran una de las violencia que enfrentan las mujeres. “Si hubiera marcadores permanentes de las desapariciones y las diferentes ausencias de mujeres en la ciudad sería mucho más evidente que pudiéramos verlo y sería también una manera de apropiarnos de ese espacio de decir aquí en este hueco que voy a pintar en el piso, nos faltó una y acá en este hueco nos faltó otra y así pues irle perdiendo un poco de de miedo al espacio hostil”.
En ese sentido, compartió cómo la mayoría de sus personajes se mueven desde el miedo. “No operan desde el valor, ni desde la conquista ni siquiera desde el feminismo, ni desde el activismo, operan desde el valor, desde el miedo que eso es lo que más me me interesaba”.
Lo cierto es que en la novela se dan ejemplos de cómo ese medio se transfigura a través de las expresiones artísticas. Sucede por ejemplo con Inés, una niña huérfana que cuida de ella misma y su hermano, pero que en sus tiempos libres crea una red de graffitis en los lugares en los que han desaparecidos otras mujeres para formar una especie de talismanes que protejan su entorno.
“Me gustaba esta idea de Inés que va dejando los grafitis en su espacio y va marcando su territorio como hacen los grafiteros. Me gustaba la idea de que nadie supiera quién INZ (su firma) y que la empoderara, aunque en realidad es una niña chiquita haciendo conjuros para apropiarse de su espacio”, platicó.
Otra de las historias es la de Miranda una artista que desecha cada una de sus creaciones hasta que da vida a una especie de autómata en la que todos los personajes verán reflejado sus silencios mejor guardados.
“La autómata es un espacio donde cada una se puede encontrar algo diferente, cada una de las personajes encuentra algo diferente. Para mí es esta pieza artística, que no nos dice qué pensar, que no nos dice lo que piensa en la artista, que no la ven, que no tiene sus humores, pero en la que nosotros como espectadores o como lectoras o como escuchas podemos reflejarnos, podemos encontrarnos, o sea, es como un acercamiento quizás al arte abstracto”.
En el otro extremo también tendrá lugar la presencia de una diosa, una figura que recorre distintos espacios de la maternidad y de la decisión de no ejercerla de manera biológica, sino como guía artística.