Entre los nahuas de la sierra norte de Puebla, existen personas, por ejemplo, sin un género completamente definido. Aunque biológicamente sean considerados hombres, su identidad sexo-genérica es más bien fluida. Estos personajes son, además, y por lo regular, chamanes.
Por Iván Pérez Téllez
ENAH-INAH
Ciudad de México, 2 de octubre (SinEmbargo).- En distintas sociedades indígenas, la distinción biológica de los sexos entre mujeres y hombres, y que la identidad de género problematiza, no opera del mismo modo. Entre los nahuas de la sierra norte de Puebla, existen personas, por ejemplo, sin un género completamente definido. Aunque biológicamente sean considerados hombres, su identidad sexo-genérica es más bien fluida. Estos personajes son, además, y por lo regular, chamanes. El término que mejor los describe en su propia lengua es el de mopatlani (también se utiliza mokuepani): el que se cambia a sí mismo. Por lo general, se considera que estas personas son veinte días varones y otros veinte, mujeres. Esta cualidad especial que poseen los coloca en un umbral entre lo humano y lo no-humano; una suerte de divinidades anticipadas.
El hecho de que una persona sea mopatlani no es sólo un asunto de elección. El destino juega aquí un papel determinante. La persona que nace mopatlani fue elegida por las divinidades, es su destino, está inscrito en su tonali o alma. Sobre este aspecto nada se puede hacer, es algo dado. Así, los pueblos nahuas -y junto con ellos muchos otros- no dejan de contemplar un flujo hacia un tercer sexo: los mopatlani. La distinción tajante entre varón y mujer -tlakatl y siwatl- es, quizás, un producto de la cultura judeocristiana, más que de la indígena.
La fluidez sexual de los tlamatkame se expresa, por cierto, con mayor elocuencia en el mundo del chamanismo nahua. En Cuacuila, por ejemplo, la iniciación chamánica de estos seres mopatlani incluso se asemeja a un ritual de boda. Podríamos decir que es análogo, en la medida en que se le llevan ofrendas al espíritu de un cerro -como se le lleva tlapalole, u obsequios, a una novia- y, llegado el día, a ese espíritu-cerro se le llevará de su cueva-casa al hogar del chamán iniciado para dejarlo “asentado” en su nueva morada: el altar del curandero. El chamán adquiere así un consorte no-humano, un espíritu que le demanda atención y, en múltiples ocasiones, una vida erótica onírica.
La abstinencia que guarda el chamán en el mundo humano nada tiene que ver con un asunto de pureza -como se piensa en la cultura judeocristiana-. El chamán se reserva para sostener relaciones lúbricas con su pareja-espíritu. Esto es posible debido a que la distinción vigilia-sueño no opera del mismo modo entre los nahuas. La vida onírica, sobre todo de los chamanes, es “real”; de ahí es factible que, en sueños, y en espíritu, sostengan este tipo de encuentros amatorios. De esta manera podemos subrayar que la fluidez sexual de los chamanes se expresa con mayor fuerza en este desdoblamiento de su sexualidad. En sueños, el chamán es mayormente heterosexual -por eso se comprometió con una esposa-espíritu- mientras que en el mudo humano su vida es homosexual, aunque paradójicamente esté casado. La complejidad de género adquiere aspectos tanto performativos como relacionales porque la sexualidad fluida del chamán se expresa en el mundo onírico y en el mundo humano.
Los tlamatkame deben de casarse con una mujer, pues toda persona debe ser dos. Es decir, hasta que un hombre se casa es considerado una persona cabal, completa. Incluso los chamanes, aunque saben que no sostendrán relaciones sexuales con su esposa, deben de unirse en matrimonio. Es más, los curanderos tendrán al menos un hijo, que por lo general es un hijo no biológico, en razón de que a su mujer la fecunda otro hombre, con el consentimiento del propio chamán. Este hijo, por cierto, será criado con todos derechos y prerrogativas de un hijo consanguíneo.
En algunos pueblos de la sierra norte de Puebla, es común que haya personas que asumen el rol de mujer, que se visten como tal y dejan crecer su cabello. Son mujeres, socialmente hablando, aún sin ser chamanes. En el pueblo en el que trabajo, sin embargo, los chamanes no se travisten en la vida cotidiana, aunque es bien conocido que cuando acuden a bares, o en el ámbito doméstico, sí lo hacen.
Finalmente, el espacio reservado para estos sujetos duales es, en todo caso, la vida ritual. De ahí que sea común que las personas allegadas a la iglesia suelan ser igualmente mopatlani sin que desempeñen una labor chamánica. El hecho de que los nahuas contemplen esta fluidez de género, lo performativo del género, del modo en que lo empiezan a hacer las teorías Queer parece demostrar, nuevamente, que nunca fuimos modernos. Así pues, en el caso de los chamanes nahuas, como decía Octavio Paz: “Lo mismo al soñar que en el acoplamiento, abrazamos fantasmas”.