Francisco Javier Pizarro
02/10/2020 - 12:02 am
La masacre de Tlatelolco; 2 de octubre no se olvida
Uno de los sucesos más nefasto y cruel es, sin duda, la masacre del 2 de octubre de 1968 perpetrada por el Batallón Olimpia en la Plaza de Tlatelolco, que puso al desnudo a nivel nacional e internacional el autoritarismo y represión del Estado mexicano, que como es del conocimiento, se impuso a partir de la fatídica “institucionalización” de la Revolución Mexicana, que tiró al bote de la basura la democracia y la justicia social.
Sin pasado no hay presente; sin presente no hay futuro. Sin esa interrelación del tiempo y el espacio, la humanidad no se reconocería así misma. Vivir y morir es el camino sinuoso de todo ser humano y de todas las sociedades de las que formamos parte.
Es fundamental, por tanto, conocer la historia de los acontecimientos que las anteriores generaciones nos han heredado para bien y el Estado para mal.
Uno de los sucesos más nefasto y cruel es, sin duda, la masacre del 2 de octubre de 1968 perpetrada por el Batallón Olimpia en la Plaza de Tlatelolco, que puso al desnudo a nivel nacional e internacional el autoritarismo y represión del Estado mexicano, que como es del conocimiento, se impuso a partir de la fatídica “institucionalización” de la Revolución Mexicana, que tiró al bote de la basura la democracia y la justicia social.
La democracia no existía. Era un sofisma. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), como partido de Estado, poseía en lo absoluto la hegemonía política y social en todos los ámbitos: el electoral, el sindical, el campesino y por supuesto, el de las instituciones de Educación Superior, que el movimiento estudiantil de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) en conjunto repelieron y apoyaron las seis demandas del pliego petitorio propuesto por el Consejo Nacional de Huelga, los cuales fueron desdeñados por el entonces Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, que nunca aceptó dialogar con los líderes estudiantiles, maestros e incluso el rector de la UNAM.
Lo que más le preocupaba al Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz del pliego petitorio eran tres demandas estudiantiles:
1. La derogación del artículo 145 del Código Penal Federal que sancionaba los delitos de disolución social, en los cuales se incluía “la difusión de ideas que perturbaran el orden público y/o afectaran la soberanía nacional”.
Aceptarlo era para el Estado violentar el sagrado “principio de autoridad” plasmado y, con ello, dar cause a la libertad de expresión, manifestaciones y ejercicios de las garantías individuales establecidas en la Constitución, que los estudiantes demandaban.
2. Deslinde de responsabilidades de los funcionarios involucrados en actos de violencia contra los estudiantes y establecer un diálogo entre autoridades, incluyen al Presidente de la República y el Consejo Nacional de Huelga para negociar peticiones, lo que para Díaz Ordaz era literalmente inaceptable.
3. Libertad de todos los presos políticos, no sólo de los activistas estudiantiles, sino también de los presos políticos sindicales, entre ellos los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo y Valentín Campa, el líder magisterial Othón Salazar y varios más.
La respuesta a las demandas estudiantiles fue en principio la violencia artera y posteriormente criminal. Les comparto de manera sintética los acontecimientos referidos.
A escasos cuatro días de la manifestación conmemorativa del triunfo de la Revolución cubana el 26 de julio de 1953, repelida por policías y granaderos con el pretexto de que se había generado un zafarrancho entre los estudiantes del Politécnico y la UNAM, el Ejército incursionó a la Preparatoria No. 1 derribando de un bazucazo la puerta, lo que dejó un saldo de cuatro estudiantes muertos y 200 heridos.
La brutal agresión causó indignación no solo entre los estudiantes preparatorianos, sino también entre maestros y directivos de la escuela e instituciones de educación superior, lo que dio origen al Consejo Nacional de Huelga y robusteció el movimiento estudiantil en ciernes.
Tan fue así que el 27 de agosto se realizó en el Zócalo una manifestación con alrededor de 100 mil participantes, incluyendo a miles de ciudadanos que se solidarizaron con los estudiantes.
Temeroso de que esa manifestación tumultuaria se replicara el 1 de septiembre, día de su Informe de Gobierno, el Presidente de inmediato mandó infiltrar a un grupo de provocadores para boicotear y denigrar el mitin que horas más tarde se realizó ese mismo día en el Zócalo. Entre ellos estaba el estudiante Sócrates Campus Lemus, quien al hacer uso de la palabra en el templete radicalizó con su discurso a los asistentes del mitin, lo que utilizó Díaz Ordaz en su IV Informe de Gobierno el día siguiente, en el cual asoció el creciente descontento social con el fin de “sabotear los juegos olímpicos” con sede en México.
Textualmente dijo: “Los desordenes juveniles que ha habido en el mundo han coincidido con frecuencia con la celebración de un acto de importancia en la ciudad donde ocurren”. A partir de entonces, el Gobierno de la República desplegó un operativo radical, con acciones ya no de los granaderos, sino del Ejército de “disolución del movimiento estudiantil” en boga.
No obstante, el 13 de septiembre, el Consejo Nacional de Huelga convocó a una manifestación silenciosa multitudinaria. En respuesta, el 18 de septiembre la UNAM fue tomada y cercada por el Ejército y días después (24 de septiembre) tomó también posesión del Casco de Santo Tomás y Zacatenco en el Distrito Federal. La escuela vocacional 7 del IPN ubicada en la Plaza de las Tres Culturas también fue posicionada por los militares.
Como colofón de esa cada vez mas brutal represión, el 2 de octubre se realizó la terrible masacre de la Plaza de las Tres Culturas con la participación de elementos de tropas especiales del Batallón Olimpia, quienes portaban un moño rojo en un brazo y abrieron fuego contra estudiantes, vecinos de la plaza y soldados, lo que dejó una estela de cientos de muertos, miles de heridos y mil 500 detenidos.
¡¡2 de octubre no se olvida¡¡
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