Maite Azuela
02/08/2016 - 12:01 am
Lords, ladys y el perdón del Presidente
La versatilidad con la que la exposición de comportamientos de prepotencia y abuso de poder se expresa en nuestra sociedad, ha hecho confusa la diferencia entre ilegalidad y falta de ética.
La versatilidad con la que la exposición de comportamientos de prepotencia y abuso de poder se expresa en nuestra sociedad, ha hecho confusa la diferencia entre ilegalidad y falta de ética. La mayoría de los lords y las ladys que han inundado las redes sociales con videos que ilustran su estúpida soberbia, no han cometido necesariamente un delito, sino que han extrapolado su respuesta ante alguna autoridad o han ejercido el orgullo de su nepotismo, con lo que pasan por encima de cualquier convicción de disciplina social.
Al prenombre aristócrata le acompaña por sujeto la marca del auto que detenta el agresor o la exquisita reacción que evidenció su escasa educación. La impunidad bajo la que se protegen domina su inconsciente. Incluso no faltará que entre ellos surja la vanidad de sumar a su prepotencia un poco de de fama, aunque esa fama se infle con el viento de su irresponsabilidad.
LA DESVERGÜENZA LEGAL
Encontramos que hay varios casos de irrupción del orden social en los que estas conductas publicitadas en las redes, no tienen consecuencias punitivas consideradas en la ley. Así que la reprobación social no alcanza para mucho más que el desahogo de quienes vierten comentarios despreciando estas conductas. El LordAudi, por ejemplo, no pudo ser detenido porque la policía bancaria que lo estaba cuestionando carece de atribuciones legales para aprenderlo. La LadyVoiton no puede ser castigada porque no hay un marco legal que permita justificarlo. La LadyChiles mostró en cámaras su avaricia frente a la trabajadora del hogar, y aunque recibió el desprecio de algunos adeptos a Twitter o a Facebook, no fue castigada como una violadora de los derechos laborales, justamente porque la ley no considera lo que hizo como un desacato.
EL CINÍSMO DE LAS DISCULPAS
Cada historia de un lord o de una lady es un espejo de cómo se acomoda la escala de valores en las relaciones entre autoridad y sociedad. La dificultad que tienen estas personas convertidas en personajes para aceptar su falta no sólo se muestra en la tardía disculpa, sino en la permanente justificación de su comportamiento. Su apuesta es improvisada pero no necesariamente equivocada. En el país de los privilegios hay pocas consecuencias para quien viola la ley, ¿por qué habría de haberlas para quien lo que hace es ostentar relaciones y poder?
¿SI PIDIERAN DISCULPAS OLVIDARÍAMOS EN AGRAVIO?
El representante de una nación tiene entre sus múltiples envestiduras, la de posesionarse como un buen referente de ciertas conductas que, de acuerdo con sus consecuencias, resultan más o menos permisibles. Así que durante los primeros años del regreso del PRI a la Presidencia de la República, el lord y la lady casa blanca dejaron un precedente definitorio en el imaginario colectivo: poseer una casa valuada en decenas de millones, tras el uso de relaciones y contratos públicos que revelan un conflicto de interés es legal. Lo es también determinar quién será el “arbitro” que defina si dicha acción merece al menos una penalización en consecuencia a la falta “administrativa”. El desprecio social puede ser alto, sin ninguna consecuencia sobre los responsables.
La “casa blanca” fue posible por el entramado burocrático que le dio sustento y ante la carencia de fundamentos jurídicos para que se aplicara algún castigo a quienes facilitaron su turbia adquisición. Tarde y en un intento de reivindicación frente a la opinión pública, Enrique Peña Nieto pidió perdón por el desagravio que ocasionó la casa blanca de su cónyuge. A su disculpa le precedió la justificación con la que insiste que, aunque nos aturdió su proceder, actuó bajo la ley.
¿Alguien se habrá tomado en serio esa disculpa? ¿Cuántos en cambio, interpretaron el perdón tardío como una señal de que lo legalmente aceptado es naturalmente lo socialmente permitido?
La novedad no es la efervescencia de lords y ladys, sino la facilidad para que millones de nosotros conozcamos su desvergüenza. Poco innovadoras son las disculpas con las que se muerde la lengua quien cometió un acto legal que ante los ojos de cualquiera resulta un importante abuso de poder.
¿Seremos capaces como sociedad de hacer que haya verdaderas consecuencias contra quien viola la dignidad humana y abusa al amparo de la ley? Eso sí sería una primicia.
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