Sandra Lorenzano
02/07/2017 - 12:00 am
Postales del fin del mundo
El INDEC (Instituto Nacional de estadísticas y Censos de la República Argentina) dijo en el informe dado a conocer esta misma semana que se ha ampliado la brecha distributiva en el país. Cada vez hay mayor desigualdad en la distribución del ingreso. La estación Retiro ilustra esa realidad, como lo ilustran las familias enteras durmiendo en los cajeros automáticos para no pasar frío en las noches, o las razzias policiales en los barrios de la periferia.
Tomo el colectivo que va por la avenida 9 de julio. Estoy en Buenos Aires. Paso por el espantoso monumento al Quijote donde hace tres días la policía de Mauricio Macri reprimió a un grupo de manifestantes con camiones hidrantes, balas de goma, palos y patadas. Llego a Retiro. En la vereda, al caos usual fuera de las grandes estaciones de trenes, se suman puestos que venden lo mismo plástico chino que quenas bolivianas, hay gritos, chicos que piden limosna, oficinistas –hombres y mujeres- que pasan casi corriendo, adolescentes que se empujan porque les sobra energía, linyeras (“homeless”) tapados con diarios y mantas rotas, desorden, suciedad, apuro, bronca.
El INDEC (Instituto Nacional de estadísticas y Censos de la República Argentina) dijo en el informe dado a conocer esta misma semana que se ha ampliado la brecha distributiva en el país. Cada vez hay mayor desigualdad en la distribución del ingreso. La estación Retiro ilustra esa realidad, como lo ilustran las familias enteras durmiendo en los cajeros automáticos para no pasar frío en las noches, o las razzias policiales en los barrios de la periferia.
Las medidas económicas sumadas a la “mano dura” criminalizan la pobreza: “Los negros tienen hijos porque así cobran la pensión que les da el gobierno”, dice alguien en un restaurante. “Son todos ladrones”. “Les hicieron creer que podían vivir mejor: llegar a fin de mes, comer afuera, comprar un celular ¡hasta salir de vacaciones!…”. Repiten las palabras de los funcionarios del gobierno actual. El clasismo y el racismo a todo lo que dan.
También la migración se criminaliza. “En las villas miseria son todos bolivianos y chorros (ladrones)”, agrega en otro momento un representante cualquiera de nuestra reaccionaria clase media. Bolivianos, o paraguayos, o chilenos, o uruguayos, o peruanos.
La Argentina es hoy el país latinoamericano con mayor número de migrantes de la región, según datos de la CEPAL. La migración pobre incomoda.
Intento escapar de las olas de gente que entra y sale de la estación. Cruzo la calle. “¿El Museo de la Inmigración?”, pregunto. “Vaya por las vías, así corta camino”, me indica el chico que tiene una canasta con chipá calentito. Benditos paraguayos, pienso yo mientras le compro dos. El que me vende la botellita de agua es jujeño; nos ponemos a charlar de Tilcara (ese pueblo al que, aunque no vuelva casi nunca, considero uno de mis “lugares en el mundo”; allí donde Mariana fue chiquita y yo me reconcilié con este país que me volvió exiliada), hablamos de la Quebrada de Humahuaca, de la familia que vive en Villazón, porque allá todos tienen parientes del lado boliviano, claro. La gente de Jujuy podría cantar como Los Tigres del Norte: “Yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó”. Nos despedimos como si nos conociéramos de toda la vida, o casi.
Camino unos minutos y estoy por fin en el viejo Hotel de Inmigrantes, el lugar al que llegaron todos los inmigrantes que se instalaron en la Argentina entre fines del siglo XIX y principios del XX. También ellos huían de la pobreza, o de la violencia. Durante la llamada “gran ola de inmigración ultramarina” entre 1857 y 1920, llegaron más de 4 millones y medio de europeos, siendo los italianos los más numerosos con 2 millones y medio. Miro las viejas fotos que hay en las paredes, los ficheros con los datos de los recién llegados, las maletas, los libros… Ya sabemos que soy de lágrima fácil, pero cómo podría no emocionarme si por aquí pasaron también mis bisabuelos de Génova y de Calabria, mis abuelos de Odesa y de Minsk. Yo que ando por la vida con las raíces al aire dispuesta a plantarlas donde me den un poquito de tierra del corazón, sé que en este espacio en cierto sentido también nací yo. En este espacio también nació la estirpe de orgullosos “laburantes” de la que vengo. Y claro, no podían faltar esas líneas del preámbulo de la Constitución que tengo en fotocopia y que me acompañan desde hace años de país en país, de casa en casa y de vida en vida. Aquí aparecen proyectadas sobre uno de los muros:
Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina (…) con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino…
El 30 de enero pasado Macri firmó un decreto (el 70/2017) que endurece la ley migratoria y que, como plantean los especialistas, “permitirá cualquier tipo de abuso de fuerzas de seguridad contra una población que ya es vulnerable de por sí”.
“Para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Alguna vez fuimos un país generoso. ¿Y ahora?
2.
En lo que fuera el Hotel de los Inmigrantes, hoy Museo de la Inmigración, funciona también el Centro de Arte Contemporáneo de la Universidad de Tres de Febrero. Allí me encuentro con la siguiente pregunta: “¿Qué nos subleva?” Con ella inicia la exposición llamada precisamente “Sublevaciones” y curada por el pensador francés Georges Didi-Huberman. Historiador del arte y especialista en análisis de las imágenes, Didi-Huberman propone un recorrido armado con obra visual que de cierta manera da cuenta de gestos o actos vinculados a las revueltas de la historia de la modernidad.
¿Qué nos subleva? –dice el texto de presentación del propio curador- Una serie de fuerzas: psíquicas, corporales, sociales. Con ellas transformamos lo inmóvil en movimiento, el abatimiento en energía, la sumisión en rebeldía, la renuncia en alegría expansiva. Las insurrecciones ocurren como gestos: los brazos se levantan, los corazones palpitan más fuerte, los cuerpos se despliegan, las bocas se liberan.
La muestra reúne cerca de 300 obras entre pinturas, dibujos y grabados, fotografías, películas y documentos, de centenares de artistas como Marcel Duchamp, Man Ray, Tina Modotti y Henri Cartier-Bresson, entre otros, y va de la Revolución Francesa a las Madres de Plaza de Mayo y el levantamiento zapatista, pasando por Auschwitz y el Mayo francés, por mencionar sólo algunos de los momentos presentes.
Las imágenes son elementos de un montaje disruptivo del relato histórico. No ilustran ni representan: quiebran clichés, cuestionan estereotipos, le pasan a la historia –como decía Walter Benjamin- el cepillo a contrapelo. ¿Acaso no son eso también las sublevaciones: una propuesta de ruptura de las narrativas tranquilizadoras que defiende el statu quo? La dimensión política de las imágenes es aquí la dimensión de la subversión del relato hegemónico.
Ha dicho Didi-Huberman: “…pienso que el gesto de sublevación va siempre hacia el futuro, pero siempre también es una cuestión de memoria. Es el tema más importante, es la relación entre el deseo, que va hacia el futuro, y la memoria” .
¿Qué nos subleva? A mí, las amenazas y crímenes contra periodistas. El asesinato de cuarenta y tres estudiantes. Los miles de migrantes desaparecidos en nuestro país, México. La violencia en contra de las mujeres. La policía de Macri reprimiendo en Buenos Aires. Los desplazados tocando a las puertas de Europa. La contaminación del agua. La prepotencia de Trump. Uf, mi lista es larga, larga…
No basta con desobedecer –escribe el filósofo francés en “Por los deseos (fragmentos sobre lo que nos subleva)”, el ensayo incluido en el catálogo de la exposición-. También es urgente que la desobediencia –el rechazo, la llamada a la insumisión- se transmita a los demás en el espacio público- ¿Sublevarse? De entrada, levantar el miedo, sin duda. Arrojarlo muy lejos. Dicho de otra forma, tirárselo directamente a la cara de aquel o de aquellos que obtienen su poder al controlar nuestros miedos.
Memoria y deseo, pasado y futuro, insumisión y desobediencia en un presente convulso y desgarrado. Frente al horror, allí está el único gesto ético posible, el único que apela a la esperanza. Allí hago yo mi apuesta con todos ustedes.
- Publicados en el estudio “Tendencias y patrones de la migración latinoamericana y caribeña hacia 2010 y desafíos para una agenda regional”, dado a conocer en noviembre de 2014 http://www.cepal.org/es/publicaciones/37218-tendencias-patrones-la-migracion-latinoamericana-caribena-2010-desafios-agenda
- En “Las imágenes no son sólo cosas para representar”, Página 12, 19 de junio de 2017.
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