A dos de tres caídas sin límite de tiempo

02/06/2024 - 12:01 am

La vigencia de las revistas de Artes de México dedicadas a la Lucha Libre cobra mayor relevancia si entendemos a las luchas como un fenómeno social presa de la gentrificación y la exotización indiscriminada; uno que necesita esfuerzos como los que hacen estas revistas-libro para profundizar en sus entrañas y entender su lenguaje.

Por César Cárdenas

Ciudad de México, 2 de junio (SinEmbargo).- Recuerdo cuando visité la Arena México en la colonia Doctores por primera vez. Tenía seis o siete años. Mamá me compraba con frecuencia monos de plástico de Octagón, El Santo, Blue Demon, Máscara Sagrada, La Parka, Gronda y El Elegido, en un puesto grandísimo del mercado de los viernes que se pone cerca de la casa, allá por los rumbos del Árbol de la Noche Triste. Jamás podré olvidar el contacto con el plástico al sostener las cinturas de los luchadores con mis manos infantiles; sus facciones de una sola expresión, sus colores que se mezclaban en los límites de sus extremidades y la gran resistencia que tenían ante las rudas jornadas de juego en las que se enfrentaban a plásticos superhéroes internacionales y personajes de la cultura popular de principios de la década del dos mil.
Para jugar con ellos, la imaginación tenía que ser potente: a los muñecos nomás se les movían los bracitos de arriba pa’abajo, pero uno se entretenía lanzándolos al centro de un ring de plástico con agujetas que funcionaban como cuerdas en las que se podían replicar los movimientos que veía por Galavisión los domingos a la hora de la comida.

Paso las páginas y recuerdo a las señoras gritando a todo pulmón detrás de las vallas de contención, a los borrachos aventando cerveza y orines sobre la cabeza de los asistentes más próximos, a los niños, como yo, fascinados por el despliegue de colores, sonidos de cornetas, gritos y cuerazos.

Interiores del tomo número 119 con máscara luchada de Mil Máscaras, parte de la colección de Christian Cymet.

Los textos y fotografías de Relatos sin límite de tiempo y Dos al hilo son un recordatorio del carácter importado, extranjero, de estas exhibiciones de fuerza, vuelo y agilidad, de su desarrollo dentro de la mexicanidad y la búsqueda de una identidad cultural sólida. Las plumas de Orlando Jiménez, Adela Santana, Rogelio Flores, entre otros, permiten entender la importancia de los luchadores como héroes, dioses y figuras de culto popular.

Los temas de estos baúles literarios abren preguntas: ¿por qué cubrirse la cara para luchar? La máscara, en el proceso de definición de identidad, la doble vida que tienen aquellos que deciden portarla, los poderes que emergen de figuras anónimas, peatones comunes pero ídolos de multitudes cuando se enmascaran o “se ponen la tapa”, como se refiere el autor (Christian Cymet a las máscaras; un término que nos lleva a pensar que la máscara encierra algo cotidiano que se desea mantener oculto, una personalidad doble, una identidad radicalmente distinta).

Ambas ediciones sugieren que la Lucha Libre en México no es solo una representación de un drama humano universal, sino de las tensiones sociales de un país, del enfrentamiento cotidiano de sus ideologías en las calles, oficinas, escuelas, sitios de charla común o de intrincados análisis de diversa índole. Son, cada una de estas funciones, confrontaciones de personajes antagónicos, de dualidades que se reparten el botín de las reacciones variadas de un público que hoy es heterogéneo y cada vez crece más y más.

Interiores del tomo número 120 con una obra de Miguel Valverde y juguetes de plástico.

La vigencia de Artes de México cobra mayor relevancia si entendemos a las luchas como un fenómeno social presa de la gentrificación y la exotización indiscriminada; uno que necesita esfuerzos como los que hacen estas revistas-libro para profundizar en sus entrañas y entender su lenguaje, su valía como patrimonio cultural de un país complejo, profundo y dramático, a la manera de “una tragedia de Esquilo o un poema de Homero”, en palabras de Carlos Monsiváis, quien también aparece nutre estos tomos con lúcidas descripciones e impresiones sobre las luchas de El Santo.

Hay, en muchos casos dentro de los volúmenes, un deseo testimonial por traspasar la barrera entre el público y los héroes populares, una curiosidad de infante que quiere saber cómo es el ídolo, si hace lo mismo que los adultos que conoce y si acaso le duelen los sillazos en la espalda tanto como demuestran sus gestos. Y es que el público es todo un tema dentro del mundo del pancracio, es una institución de aprobación de nuevos dioses y de reintegración de viejas glorias o rencores horrorosos. Janina Mobius profundiza en este fenómeno de catarsis colectiva para describir lo que pasa durante las funciones, de una representación de la violencia que, simplemente, no es real.

La lucha libre con la fantasía de las luces, las lentejuelas y el spandex de colores: ahí está la magia; no en el qué, sino en el cómo; en cómo se pueden contar las historias, en cuantos recursos, cuántas herramientas son necesarias para que la pantomima se convierta en realidad.

Interiores de Relatos Sin Límite de Tiempo con frase de Botellita de Jeréz y una obra de Francisco Toledo.

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