El arte tiene el poder de cambiar percepciones y fomentar el cambio social y es fundamental que esta capacidad se utilice para promover una visión más ética y compasiva del mundo.
En el ámbito de la cultura y el arte, se espera que los intelectuales y artistas actúen como faros de progreso y humanismo, desafiando las normas y estimulando reflexiones profundas sobre nuestra sociedad. Sin embargo, es sumamente decepcionante observar cómo muchos de ellos perpetúan el especismo al usar animales en sus exposiciones, reforzando así una jerarquía moralmente insostenible, además de ignorar las implicaciones éticas y el sufrimiento infligido a los animales que son tratados como meros objetos artísticos.
El reciente debate generado por la exhibición de animales vivos como piezas de arte en el Museo Tamayo nos confronta directamente con una realidad incómoda: el especismo arraigado en nuestra sociedad. El especismo, una forma de discriminación basada en la especie, es tan sutil como omnipresente y su presencia en instituciones culturales, como los museos, merece ser examinada y cuestionada.
El caso del Museo Tamayo es un ejemplo claro de cómo el especismo se manifiesta en la práctica. Al presentar animales vivos como si fueran objetos artísticos se perpetúa la visión errónea de que los animales no humanos son simplemente accesorios para el entretenimiento humano, sin tener en cuenta su capacidad para sentir dolor, placer y una amplia gama de emociones y experiencias.
Esta exhibición no sólo ignora la agencia y autonomía de los animales, sino que también refuerza la idea de que los humanos tenemos el derecho de utilizar a otros animales como nos plazca, sin tener en cuenta el impacto que esto pueda tener en su bienestar físico y psicológico. Al relegar a los animales a un papel de objetos pasivos para el disfrute humano, se perpetúa una jerarquía especista que coloca a los humanos en la cima y a los demás animales en un nivel inferior, sin derechos ni consideración moral.
Este no es un caso aislado. La historia del arte está plagada de ejemplos donde los animales han sido utilizados sin consideración ética. Desde los circos donde leones, elefantes y otros animales son forzados a realizar trucos para el entretenimiento, hasta instalaciones de arte contemporáneo que incluyen animales vivos en espacios inadecuados, el mensaje es el mismo: los animales son vistos como meros objetos a disposición humana.
Un ejemplo reciente y conocido es el de los tiburones y otros animales marinos en acuarios que son parte de la decoración de hoteles y restaurantes de lujo. Estos animales son sacados de su hábitat natural y confinados en espacios reducidos, simplemente para crear un ambiente exótico y lujoso. Este tipo de prácticas no solo es cruel, sino que también subraya la visión especista de que los humanos pueden disponer de otras formas de vida para su propio placer estético.
Es importante reconocer que el arte puede ser provocativo y desafiante, pero también debe ser ético y respetuoso hacia todas las formas de vida. La inclusión de animales vivos en exhibiciones artísticas no sólo es éticamente terrible, sino que también refleja una falta de sensibilidad hacia las preocupaciones de bienestar animal y una perpetuación del especismo en la cultura.
Como defensores de los derechos de los animales, es nuestro deber cuestionar y desafiar estas prácticas especistas en los museos y en todas las áreas de la sociedad. Debemos abogar por una cultura que reconozca y respete la dignidad intrínseca de todos los seres sintientes, independientemente de su especie y que promueva una coexistencia pacífica y equitativa entre humanos y animales.
En última instancia, la lucha contra el especismo no sólo es una cuestión de justicia para los animales, sino también de construcción de un mundo más ético y compasivo para todas las formas de vida en nuestro planeta. Es hora de que los museos y otras instituciones culturales reconozcan y aborden activamente el especismo en sus prácticas y promuevan una cultura de respeto hacia los animales.
El arte debe evolucionar hacia una forma de expresión que no implique sufrimiento ni explotación de animales. Los museos, como templos de la cultura y la historia, tienen la responsabilidad de liderar este cambio, demostrando que la verdadera creatividad y provocación pueden y deben coexistir con el respeto y la ética hacia todos los habitantes de nuestro planeta.
Imaginemos un futuro en el que los museos se conviertan en testigos y narradores de una época en la que los seres humanos infligieron innumerables sufrimientos a los animales. Un tiempo en el que las atrocidades cometidas contra los animales no humanos serán expuestas y recordadas como parte de una historia oscura que, como humanidad, no queremos repetir.