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Sandra Lorenzano

02/06/2019 - 12:03 am

Antón Pirulero y el placer del juego

¿Quién no ha escuchado en alguna exposición de arte moderno –frente a un Picasso o a un Miró- la frase “pero eso podría hacerlo un niño de cuatro años”, dicha con aire despectivo y sabelotodo?

¿Quién no ha escuchado en alguna exposición de arte moderno –frente a un Picasso o a un Miró- la frase “pero eso podría hacerlo un niño de cuatro años”. Foto: Fundación Juan March.

Para Mariana y para Carmen por las complicidades madrileñas.

“Nos vamos a China”, contestamos mi hermano y yo cuando mamá nos preguntó qué estábamos haciendo. Qué extraños son los adultos; era casi obvio: nos íbamos a China. Tendríamos alrededor de cinco años, estábamos en pijama en el jardín de casa haciendo un agujero en la tierra con la palita de la basura y dispuestos a empezar una nueva vida en Asia. Por la mañana habíamos preguntado que son las antípodas, y nuestros padres nos habían explicado que si hacíamos un pozo largo y recto, recto, que pasara por el centro de la tierra, desde Buenos Aires podíamos llegar a China. Pues ¿qué esperamos?, pensamos Pablo y yo, y nos pusimos a cavar.

¿Cuánto había de juego y cuánto de realidad en esa decisión? O dicho de otro modo: ¿qué es más real que un juego cuando una tiene cinco años?

Suelo acordarme de esa historia cuando me siento a trabajar en una novela o en un poema ahora que transito la sexta década de vida (¿¿cómo llegué tan rápido hasta aquí??). ¿Dije “trabajar”? Lo cierto es que pienso en aquel viaje a Oriente y sé que es eso mismo lo que me guía frente a las palabras: el placer del juego.

Hay épocas en que la frontera entre la creación y el juego se vuelve aún más lábil. Basta ver la sonrisa de Calder frente a los muñecos móviles que ha hecho para un pequeño circo, o el brillo en los ojos de Miró mientras mancha un lienzo, o los bloques de colores de Mondrian, para subrayar quinientas veces el título de la exposición de la Fundación Juan March de Madrid: “El juego del arte”. Una de las muestras más deliciosas que he visto últimamente. Dan ganas de sentarse a pintar, a armar castillos, a meter las manos en la plastilina, a recuperar eso que a veces parece haberse quedado en aquel camino a las antípodas.

¿Quién no ha escuchado en alguna exposición de arte moderno –frente a un Picasso o a un Miró- la frase “pero eso podría hacerlo un niño de cuatro años”, dicha con aire despectivo y sabelotodo?

¿Quién no ha escuchado en alguna exposición de arte moderno –frente a un Picasso o a un Miró- la frase “pero eso podría hacerlo un niño de cuatro años”. Foto: Especial.

Esa frase es el punto de partida de la exposición de la Fundación Juan March de Madrid. Dice la presentación: “…¿y si, efectivamente, ocurriera no sólo que ‘eso’ –el arte moderno y contemporáneo- lo pueden hacer niños de cuatro años, sino que, precisamente, solo pueden hacerlo ellos? ¿Y si cupiera pensar que, figurándonos la historia del arte como una casa construida durante siglos, lo que ha ocurrido en el siglo XX es, sencillamente, que el arte se ha trasladado de las estancias principales y nobles de esa casa al cuarto de juegos?” Y es allí donde se instalan los artistas de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX herederas –y ésta es la hipótesis principal de la muestra- de las pedagogías del siglo XIX con su vocación por el juego como modo de desarrollar al mismo tiempo la capacidad creativa, el pensamiento lógico y la libertad, con raíces en  el Emilio de Rousseau, y su “destilado más conocido: el sistema del Kindergarten de Friedrich Froebel”.[1]

Finalmente ¿qué es el arte sino un juego permanente? Se juega con palabras, con pinturas, con volúmenes, con sonidos, con el propio cuerpo. El juego permite experimentar, probar, gozar, disfrutar, reír, imaginar, transgredir, compartir, enfrentar angustias y enojos, deseos y miedos.

Y mientras pensaba en estos temas se me cruzó la obra de Cristina De Middel (Alicante, 1975), genial fotógrafa que ha creado una obra sumamente atractiva e inquietante, irreverente y crítica. La ficción dentro de la ficción es el eje de “Jan Mayen”, uno de sus proyectos más interesantes. La idea es fascinante: a partir de archivos fotográficos “recrea” una de las primeras expediciones al Polo Norte, en la misma época en que las vanguardias comenzaban a experimentar con los lenguajes artísticos.

Abandonarse a las reglas de un mundo en que con una palita y muchas ganas es posible hacer un pozo largo que pase por el centro de la tierra y nos permita llegar a China. Foto: Cristina de Middel.

“En 1911 el Polo Norte ya había sido descubierto y estos primeros valientes exploradores habían abierto un camino para héroes secundarios que quisieran demostrar su coraje y llevarse a casa algunos recuerdos inolvidables y únicos. (…) En este contexto, un grupo de supuestos científicos adinerados alemanes y británicos decidieron ‘redescubrir’ Jan Mayen, una isla situada entre Groenlandia e Islandia que los balleneros habían usado durante años, pero que la ciencia nunca había estudiado”, explica la artista.[2]

Finalmente ¿qué es el arte sino un juego permanente? Se juega con palabras, con pinturas, con volúmenes, con sonidos, con el propio cuerpo. Foto: Cristina de Middel.

Pero el barco en el que iban era demasiado grande y no pudieron atracar. El camarógrafo del equipo convenció entonces a sus compañeros que simularan en una playa de Islandia la supuesta llegada a Jan Mayen. Todo esto quedó registrado en maravillosas imágenes en blanco y negro que De Middel rescata del archivo y recrea con apenas unas notas de color. ¿Qué De Middel rescata del archivo, dije? ¿Será verdad ese rescate o se trata de un juego de espejos y simulacros? Como los bibliotecarios que mandaban pedir el famoso Quijote escrito por “Pierre Menard”, esta suerte de juego borgeano nos invita confiar en el discurso de la creadora y en los relatos de los expedicionarios. Porque el juego llama al juego y da placer abandonarse a las reglas de un mundo otro.

La ficción dentro de la ficción es el eje de “Jan Mayen”. Foto: Cristina de Middel.

Abandonarse a las reglas de un mundo en que con una palita y muchas ganas es posible hacer un pozo largo que pase por el centro de la tierra y nos permita llegar a China.

[1] https://www.march.es/arte/madrid/exposiciones/pedagogias-arte-diseno/

[2] https://www.esmadrid.com/agenda/cristina-middel-preparados-listos-archivo-tabacalera-promocion-arte?utm_referrer=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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