Una vez que lo tienes, puedes hacer muchas cosas con él. Kate Carraway comparte algunos consejos que aprendió como guiarte por tus propios cuadrantes de valor, identificar los gastos malos y qué hacer ante una cita.
Por Kate Carraway; traducido por Laura Castro
Ciudad de México, 2 de junio (Vice Média/SinEmbargo).- Todo el mundo tiene una relación preexistente con el dinero, la cual desarrolló en el algún punto en el pasado, incluso antes de que su inocencia se hiciera pedazos como un coco, dejando la tierna pulpa expuesta. (La ciencia me ha dicho que esto sucede más o menos a los 11 años para las niñas, y las citas me han dicho que esto literalmente no sucede nunca para muchos hombres, que incluso al cumplir 45 años aún no han demostrado curiosidad emocional alguna por otro ser humano).
Esto se denomina, y es en serio, la “historia del dinero” o la sabiduría que recibes en tu vida por medio de la familia, la comunidad y cualquier rama del espectro socioeconómico, y es tan verdadera y tan ficticia como la historia que contamos sobre nosotros mismos (incluidos todas esos lamentos como “soy malo”, “no valgo nada”, “soy ridículo” y “soy raro de una manera tal que nunca quedará sin castigo”), y eventualmente esa historia se confronta con los valores o los cuadrantes que desarrollas en la edad adulta, con tu poética, y cualquier cosa definible por la que te guíes, y eso ni siquiera incluye las métricas de Instagram.
TENER DINERO
Tener mi propio dinero a través de mi primer y único trabajo asalariado fue probablemente el sentimiento más embriagador que alguna vez haya experimentado y eso que convertí en una de mis metas experimentar todos los sentimientos. Después de la universidad y una breve pasantía (mi manera de decir que “viví en el sótano de mi hermana durante tres meses y todos los días me sentía absolutamente emocionada de ir a la reunión editorial matutina”) que implicaba un tiempo de traslado de tres horas diarias, pero a quién le importaba, conseguí un trabajo, y cuando me llamaron con una oferta de alrededor de los 30 dólares, pensé para mí misma: soy tan rica. ¡Más que rica, mucho más!
La pregunta de qué hacer con todo ese dinero (¡¡¡no iba a pagar ninguna deuda, obvio!!!) se resolvió de la siguiente manera: pagaba el 11 por ciento de mi ingreso por lo que no era más que un cuartucho por el que alguien me cobraba alquiler, también gastaba en cómics, zapatos altos, whisky y la única y enorme comida que hacía en el día, siempre afuera, porque incluso entrar a la cocina de ese departamento era una imposibilidad. El hecho de que esta escena sea ahora básicamente una pieza de época, un escenario improbable o imposible para cualquier persona que no goce de una vida llena de privilegios es un hecho del que sé todo y con el cual no sé qué hacer. Luego, un año después, renuncié para vibrar con ansiedad cada noche en lugar de dormir, sumando lo que ganaba de forma independiente tenía los mismos cuarenta dólares, asignados a una multitud de gastos diferentes. (Conseguí un trabajo un año después de eso y gasté cada dólar disponible en pagar la deuda que creé mientras hacía malabares tratando de llevar a cabo la insostenible idea que me había plateado).
GASTOS
Aquí hay una cosa que descubrí y de la que escribí en mi boletín por correo electrónico de noviembre, la cual formaba parte de una pequeña lista de todas las cosas que hago bien: “No compro algo solo para tenerlo, completar algo o experimentar la idea de algo. Tengo un criterio muy exigente de compras, para PAGAR por algo, porque gran parte del provecho que obtenemos de comprar y poseer se consigue con la misma facilidad en la tienda que pidiéndolo prestado, u olvidándonos de ello. O, evidentemente, “fantaseando” y también “me di cuenta, como Tyler Durden pero con un mono de terciopelo y un moño de satén en el cabello, que esto era el resto de mi vida y no lo pasaría buscando llenar sus manifestaciones físicas con cualquier cosa que no fuera tan hermosa que hiciera que mis palmas sudaran cocaína y mis ojos sangraran rosas, y a lo que es muy útil, le daré un rápido y firme gesto de aprobación”. Sí, dejé atrás los moños y pasé a usar prendedores de cabello, y ahora uso elaboradas ligas y lazos para hacerme colas de caballo, pero por lo demás mantengo la misma política. También escribí: “El interés en una tarjeta de crédito se acumula como el trauma en el cuerpo”.
He observado, y tal vez sea una observación obvia, que para muchas mujeres, quienes somos natural o demográficamente susceptibles a las expectativas culturales, con lo cual me refiero a que somos susceptibles a que nuestros cuerpos, elecciones, comportamientos y labores sean juzgados por todos, es muy difícil hacerse a la idea de que el dinero es para guardarlo, siempre que sea posible, o para gastarlo, pero solo en ellas y sus propios propósitos y prioridades, y no en satisfacer las expectativas de otras personas, ni las ideas que tengan la otras personas sobre ellas y su vida. Cada bolso Chanel clásico (es un buen ejemplo, pues no deseo tener uno. Sin embargo, muero por un bolso Givenchy.) pareciera ser la aceptación voluntaria de un ideal impuesto por alguien más, por alguien a quien lo interesas, y que desdeña tu felicidad. Es decir, una vez dicho lo anterior, un bolso Chanel con una increíble camiseta blanca, unos jeans y tus zapatos favoritos, es una elección exquisita y atemporal.
CONSEJOS BÁSICOS
Esto es lo que debes hacer: guiarte por tus propios cuadrantes de valor, y solo por los tuyos, cuando se trata de dinero que no tienes que gastar de manera obligada. No soy un “ejemplo” de nada, peeeero lo más importante en lo que yo me gastaría una cantidad de dinero opcional es en “salud”, lo cual incluye comida orgánica de alta calidad, o ver a mi masajista porque mis hombros están absolutamente tensos, y elijo este tipo de cosas en lugar de gastar en alcohol, cine, ropa, calzado, maquillaje, muebles y vacaciones, y casi el 85 por ciento de las cosas divertidas que suele comprar el grupo demográfico al que pertenezco. Luego, lo siguiente más importante en mi lista de gastos opcionales es la “funcionalidad”, por lo tanto, debo tener todo lo que necesito esencialmente en mi día, semana y mes sin excepción (mi mejor ejemplo es un montón de bolígrafos de buena calidad); luego está la categoría “lista para imprevistos”, que es mi manera de reformular la idea de ahorrar, porque cuando lo llamé “ahorro”, en realidad no ahorré y se me presentaron emergencias que no podía costear; luego sigue “grandes deseos” (viajes; enganches; lo que a ti te interese) y al último está “pequeños deseos” (productos cosméticos costosos en lugar de los baratos; golosinas y curiosidades que puedes comprar en la tienda; en mi caso es la ropa, porque me encanta aunque nunca la compre, porque toda la ropa, incluida la barata, es muy cara. Como sea, el punto es que son gastos que a propósito pongo en el último lugar y en los que no invierto de manera regular).
Mi otro pequeño consejo personal es tener la clasificación que yo cursimente llamo “fugaz o eterno”. Las cosas del “ahora” y el “siempre” tienden a ser pocas e importantes. Si algo cae justo en el medio, te arruinará. Tal como me pasa ahora, que deseo fervientemente tener muebles de exterior nuevos, porque los que tengo ahora se arruinaron por haberlos dejado afuera durante el invierno, pues no tenía dónde almacenarlos. Los muebles no son algo efímero, como una manzana, ni algo eterno, como mi billetera, la cual planeo limpiar y reparar hasta la eternidad, aunque esté decorada con pequeñas estrellas, sea el motivo de mi adolescencia tardía, y fuera de mi gusto hace una década, cuando la compré. Así que probablemente no compraré ningún mueble de exterior nuevo y me sentaré sobre una toalla en el suelo, lo cual está bien. Mi trasero y mi alma saben que está bien, incluso si mi cabeza ha estado considerando hedónicamente hacer compras al estilo de vida de mis amigos y vecinos, y convertirme en la persona en que Instagram ansia que me convierta.
CITAS
Un efecto/afectación agradable y simple de que estemos terminando con los roles de género es que el manejo del dinero en cuestión de citas y relaciones tiene que cambiar, y probablemente (¿¿¿???¡¡¡!!!) se convertirá en algo más equitativo. Sin embargo, es importante tener en cuenta las formas en que se maneja el dinero para las parejas heteronormativas: se espera que los hombres paguen, estén limpios o empapados de feromonas y sucios, dependiendo de su vibración particular; y se espera que las mujeres (en su mayoría) sean una especie de heroínas, que le dan un mantenimiento perfecto a su piel, cabello, cuerpo , maquillaje, perfume y estilo. Eso es mucho más caro de lo que se podría pensar. (Si no me crees sólo pregúntame cuánto cuesta hacerme mis luces rubias en el cabello con mi estilista especial en Los Ángeles).
Las mujeres también tendemos a producir los frutos del trabajo emocional, comprar la parafernalia sexual y todo lo que tiene que ver con las fechas y experiencias más interesantes, a tener los más lindos departamentos, dormitorios, sábanas y escenarios de lavandería, y a pagar más para poder ir y venir de forma segura por las noches, y también cuando hay consecuencias sexuales no planificadas. Esto no se trata de que los chicos sean repugnantes, honestamente. Esto se trata de comprender racionalmente quién es socioculturalmente responsable de qué, y cómo los hombres que no quieren pagar las primeras citas debido a la igualdad, simplemente, se están engañando a sí mismos.
GASTOS BUENOS
No lo sé, ¿cuáles son tus cuadrantes de valor?
GASTOS MALOS
Comida para llevar, restaurantes mediocres, bebidas, muebles (a menos que seas rico, porque entonces los muebles se vuelve algo así como sexualmente perversos, las texturas y formas son un viaje agonizante y placentero), la versión más reciente de un teléfono, pagos forzosos pero inútiles (cargos de intereses por un pago atrasado; un servicio de autos), dos paquetes de arándanos solo porque están en oferta (¡solo compra uno, el otro se pudrirá!), novedades de cualquier tipo, autos, cortes de cabello.