¿Qué debe vivir un escritor para desarrollar los escenarios de una novela policiaca, partiendo del hecho de la existencia de un crimen? El libro La pista de hielo, publicado por primera vez en 1993, nos da algunos indicios para responder a esta pregunta a través de básicamente tres vivencias.
Por Daniel Berdejo Migrana
“Todos estamos acostumbrados a morirnos cada cierto tiempo y tan poco a poco que la verdad es que cada día estamos más vivos. Infinitamente viejos e infinitamente vivos.”
Roberto Bolaño
Ciudad de México, 2 de mayo (LangostaLiteraria).- ¿Qué debe vivir un escritor para desarrollar los escenarios de una novela policiaca, partiendo del hecho de la existencia de un crimen? El libro La pista de hielo, de Roberto Bolaño, publicado por primera vez en 1993, nos da algunos indicios para responder a esta pregunta a través de básicamente tres vivencias:
La primera de ellas son sus referentes literarios. Él mismo reconoció que tiene guiños de Mientras agonizo de William Faulkner y el cuento de “Rashōmon” del escritor Ryūnosuke Akutagawa. Es la propia literatura la que muchas veces permite reflexionar sobre la complejidad de un asesinato, sin el riesgo de experimentarlo en carne propia.
El segundo indicio es su migración a México (por aproximadamente ocho años de manera interrumpida) y sus veintiséis años en Cataluña. Esto lo inspiró para crear tres personajes: Remo, un mexicano aspirante a poeta, Enric, político que por su nombre se sabe que es catalán y finalmente Gaspar, un joven chileno con pretensiones de escritor.
Haber vivido en estos países hispanohablantes le permitió a Bolaño aprender algo de la jerga local. Sin embargo, el lector mexicano o catalán sabrá notar su acento chileno o las imprecisiones en su escribir. Y no se trata de la incapacidad de apropiarse de otras formas de hablar del español, sino de la fuerza del idioma materno.
Por último, el tercer referente es su vida laboral. El autor trabajó como portero en una pista de hielo. Estos trabajos son muy solitarios y orillan a una prolongada observación sobre lo que se tiene en frente. Sin duda, esto influyó para que Bolaño imaginara los conflictos que envuelven a sus asiduos asistentes.
Podemos inferir que durante su jornada laboral les hacía preguntas, los reconocía a su llegada, sabía quién patinaba por ocio y quién por profesión. Y quizá, especulando con un criterio literario, vio algo al margen de la ley (o de lo moral). Uno nunca sabe.
Pues a esas especulaciones nos orilla la historia. En forma intercalada, cada tres capítulos, uno de los personajes va contando su versión de los hechos sobre un asesinato en una pista de hielo en un lugar inexistente de Cataluña. Lo interesante es que las narraciones van ocurriendo en tiempo real, y el lector poco a poco se va enterando de las implicaciones del crimen.