Julieta Cardona
02/04/2016 - 12:00 am
Empezar por la otra cara de la moneda
Kundera escribió: “Estoy bajo el agua y los latidos de mi corazón producen círculos en la superficie”. Allan Poe delató al personaje de su cuento más famoso con los latidos de un cadáver. Yo no nací con esa profundidad creativa ni semejante destreza literaria, pero me alegra haber sentido el corazón, igual que ellos, a punto de desprenderse.
Kundera escribió: “Estoy bajo el agua y los latidos de mi corazón producen círculos en la superficie”. Allan Poe delató al personaje de su cuento más famoso con los latidos de un cadáver. Yo no nací con esa profundidad creativa ni semejante destreza literaria, pero me alegra haber sentido el corazón, igual que ellos, a punto de desprenderse.
Las aproximaciones que tenemos a nuestros latidos no se miden distinto a como cuando eres niño y te tocas el pecho con la palma de la mano. Como mi hermanita Valentina que tiene nueve años y cada que voy a su casa a visitarla corre por todo el jardín y, con una sonrisa revoloteándole los hermosos chinos de la cabeza, llega a mí, diciéndome: “mira mira, siente”, y me coloca la mano en su pechito. Maravillándose. Entendiéndolo todo.
Y también despertándome. Yo ya grandecita y so full of shit, creyendo que separo mi parte más ennegrecida, le pregunto que qué siente: –Que se me sale. –Como cuando te enamoras. –Pues no sé. –Es similar. –¿Duele? –A veces. Y luego luego guardo silencio porque las personas nos hemos encargado de caer en clichés, culpando a la prosa y a la poesía de nuestros lugares comunes. Jodiéndolo todo. Hasta las metáforas. Y la niña qué culpa.
Ahora que estoy con el corazón despierto y tomándome un té en mi balcón, veo desde aquí a una señora tendiendo la ropa en la azotea de una vecindad muy cerca del World Trade Center y alrededor de ella un montón de niños corriendo, entonces, recuerdo la pregunta de Valentina: ¿Duele? Y me quedo pensando, triste, en las referencias sobre el amor que ha tenido desde pequeña para que su pregunta fuera encaminada en iniciarse, ella solita, a un viaje en el que se aprende sufriendo. La próxima vez que la vea le diré: “ven ven, siéntate conmigo y quédate en silencio, siente el corazón”. Para que vea que no tiene que correr a toda velocidad para sentir que se le desprende, ni tiene que enamorarse, ni tiene que sentir dolor. Quiero que, con los ojos bien abiertos y con la garganta ya alcanzada por los ecos de los latidos, decida que de algo que puede lastimarla un chingo siempre tendrá la posibilidad de elegir el camino que no la rompa.
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