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María Rivera

02/03/2022 - 12:03 am

Las guerras

“No, no basta con señalar el origen de la descomposición social en gobiernos pasados. El actual Gobierno está obligado a darle solución al problema, no puede seguir permitiendo que la violencia criminal someta a poblaciones enteras, y disponga de la vida de las personas como si no hubiese Estado”.

“Cumpla, señor Presidente: no más sangre”. Foto: Juan Cedillo, EFE.

La invasión de Ucrania por el Gobierno ruso ha puesto al mundo en una crisis que pensábamos superada, un regreso fastrack a la Guerra Fría del siglo pasado. De pronto, la amenaza nuclear vuelve a emerger para revivir nuestros peores temores. Como si fuera poco estar en medio de una pandemia inédita, que ha dejado millones de muertos en el mundo y aún no termina, ahora enfrentamos una guerra que bien podría escalar y dejar consecuencias imprevisibles, tanto económicas como políticas que afectarán al mundo entero. Eso, por no hablar de la brutalidad, el fracaso mismo que significa la guerra, la pérdida de vidas y el sufrimiento de personas que ahora mismo están falleciendo en las principales ciudades de Ucrania.

La guerra, que definió el siglo XX con sus dos episodios mundiales, y dejó millones de muertos, de devastación y causó los peores crímenes que la humanidad ha cometido, siempre será una forma de la derrota. Naturalmente, eso no significa que ante ciertos escenarios haya otra posibilidad para quienes ven en peligro su soberanía o independencia, como es el caso de Ucrania, quien tiene derecho a la libre determinación, a ser una nación independiente y asociarse con quien determine, a pesar de su posición geopolítica, su vecindad con Rusia. El “nuevo” imperialismo ruso, es a todas luces, una reminiscencia de la Guerra Fría y uno esperaría que fuera inaceptable en el siglo XXI. Sin embargo, si algo estamos viendo es que hay órdenes que se resisten a morir, porque la historia no es lineal, sino sinuosa; causa y consecuencia. Los gobiernos autoritarios y de corte fascista, no han dejado de surgir en el mundo o de permanecer allí, incluso en democracias liberales como la de Estados Unidos.

Es evidente que nuestro país, debido a su vecindad con Estados Unidos, está ya comprometido en su posición y bien hará en respetarla, porque cualquier ambigüedad podría salirnos muy cara. Hasta ahora, México se ha conducido de manera correcta, condenando la invasión rusa. No hacerlo hubiese sido una locura y una violación a los principios que defendemos.

Es notable, sin embargo, cómo una parte de la opinión de la izquierda sigue anquilosada en discursos de los años sesenta, sosteniendo posiciones “antimperialistas yanquis” que no solo están fuera de lugar, sino que suenan tan viejas, como irrisorias. No es, sin embargo, un detalle menor porque señala la doble moral y la deshonestidad intelectual de quienes se indignan ante el imperialismo norteamericano, pero son incapaces de indignarse ante el imperialismo ruso y la destrucción que ahora mismo está causando en Ucrania. No es sorpresa que tampoco les indignen las violaciones constantes a los derechos humanos de los cubanos o los venezolanos. Es como si, en efecto, el tiempo no hubiese pasado para ellos, que viven anclados en sus viejas convicciones ideológicas, resistentes a todo tipo de evidencia de su monstruosidad. Es obvio que el siglo XX sigue vivo entre nosotros, con sus viejas pugnas políticas e ideológicas, aunque el orden ya no sea el mismo. Los slogans sobreviven como formas de identidad, no cabe duda.

Mientras esta guerra se libra en Europa Oriental, en México se libra otro tipo de guerra continua desde hace varias décadas, que lejos de haberse solucionado, continúa produciendo miles de muertos y horrores indecibles. Así se llame la “guerra contra el narcotráfico” o se le desaparezca como tal, las atrocidades cometidas por el crimen organizado en connivencia con autoridades estatales, sigue sucediendo todos los días, en los territorios donde claramente co-gobiernan. Es imposible pensar en que el fenómeno de asesinatos, masacres y desapariciones pueda darse sin la complicidad de quienes están encargados de la seguridad pública o de los políticos mismos. Como lo atestiguamos durante el sexenio de Calderón o de Peña Nieto, las distintas autoridades tanto municipales, como estatales y federales, jugaron un papel sustantivo en la comisión de los delitos que han arrojado miles de víctimas directas e indirectas y convirtió a México en un país asolado por criminales, capaces de secuestrar a personas, explotarlas, desaparecerlas, asesinarlas masivamente, de manera impune.

La descomposición del país continúa, en estado crónico, a pesar del nuevo Gobierno y de haberse formado una fuerza militar como lo es la Guardia Nacional que, como el Ejército en el pasado, no se entera de las atrocidades que criminales cometen a pocos kilómetros o metros de sus retenes y cuarteles. O no quiere enterarse o está enterada, pero no es su política intervenir. Y es que no está clara la función de esa fuerza nacional, tras tres años del Gobierno de López Obrador. En realidad, no está claro qué es exactamente lo que el Gobierno federal está haciendo para evitar que nuestro país siga enfermo de un cáncer que está tan activo como antes y que es capaz de producir las mismas atrocidades, una, y otra vez, sin que nadie, ningún Gobierno, sea capaz de detenerlo. Ya sea que se extorsionen a comerciantes y productores de limón, o se asesinen y exhiban cuerpos en puentes peatonales, o fusilen a personas en plena vía pública.

No, no basta con señalar el origen de la descomposición social en gobiernos pasados. El actual Gobierno está obligado a darle solución al problema, no puede seguir permitiendo que la violencia criminal someta a poblaciones enteras, y disponga de la vida de las personas como si no hubiese Estado.

López Obrador debe revisar la estrategia que ha seguido y corregir, o su sexenio habrá sido completamente inútil para resolver el principal y más lacerante problema del país, y que prometió resolver. Muchos de quienes votamos por él, lo hicimos para detener el horror y la tragedia. Cumpla, señor Presidente: no más sangre.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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