Arnoldo Cuellar
02/03/2017 - 12:00 am
Trump entre nosotros
En México nunca hemos entendido el fenómeno migratorio. Los que nos quedamos de este lado, incluso si tenemos familiares que han buscado suerte en otras naciones, tendemos a pensar en los que se fueron como una especie de extraños que fracasaron en el país. Quizá el origen de una conceptualización racista y clasista de la […]
En México nunca hemos entendido el fenómeno migratorio. Los que nos quedamos de este lado, incluso si tenemos familiares que han buscado suerte en otras naciones, tendemos a pensar en los que se fueron como una especie de extraños que fracasaron en el país.
Quizá el origen de una conceptualización racista y clasista de la migración tiene su origen en la situación histórica de los primeros “braceros”, los que se fueron a los Estados Unidos a solicitud del propio gobierno norteamericano durante los años de la Segunda Guerra Mundial para trabajar en las zonas agrícolas despobladas por la movilización de los norteamericanos en edad militar.
Con los años esa situación cambió, pero no la forma de pensar de muchos mexicanos de clase media, que seguían viendo a los paisanos como una expresión que no terminaba de ser norteamericana, peor había dejado de ser mexicana.
El hecho de que en las últimas décadas migraran profesionistas y posgraduados, o de que los transterrados pudieran contar historias de éxito empresarial del otro lado de la frontera, literalmente en territorio comanche, no parece haber sido suficiente para que desde México se le concediera dignidad a la migración.
Y después llegaron los políticos, sobre todo los que no eran priistas, con su parafernalia de oportunismo y condescendencia, para exaltar a los migrantes pero por razones electorales, bien pensando en dinero, bien en votos.
Por eso, hoy que las cosas se complican con un giro que al endurecimiento de las políticas antiinmigrantes, le suma un lenguaje racista y ultranacionalista, en México nos mostramos muy poco equipados para entender la situación por la que pasan quienes ya solo de palabra son connacionales nuestros.
En realidad, la mayor parte de esos migrantes, legalizados o no, residentes, ciudadanos o sin papeles, no quieren regresar a un país que los expulsó por su falta de oportunidades, su segregación, su violencia y su antidemocracia.
En México no estamos preparados para recibir a unos mexicanos que se exiliaron porque no les quedó de otra, por más que los políticos digan discursos y vayan conpungidos a los aeropuertos donde llegan los charters con deportados.
Pero tampoco esos mexicanos transnacionales desean regresar a calles y barrios que no les permitieron hacer ni una fracción de lo que han podido construir a los Estados Unidos, así sea con las precariedades de una tierra extraña y un altísimo costo de la vida.
Por eso, para nada extrañan los exabruptos como el que ya le escuchamos a Ysmael López, el exitoso zapatero de escaso bagaje político que oficia como Presidente Municipal de San Francisco del Rincón, por obra y gracia de Miguel Márquez, quien unió los discursos de la inseguridad y de la migración, casi silabeando a Donald Trump letra por letra.
Por cierto, para que la inseguridad y la violencia azoten a San Pancho no ha sido necesario que lleguen criminales del lejano norte, pues los propios delincuentes locales tienen intimidada a la población con balaceras y atentados a plena luz del día, lo que ha logrado ya el efecto de ahuyentar a dos jefes de policía en poco más de un año.
Quizá por ello, el Alcalde ya no busca soluciones, sino solo justificaciones. Para eso le han servido las instancias federales, sobre todo la PGR, a la que culpa del auge del tráfico de drogas por no actuar en la localidad.
Hoy previene que el regreso de algunos migrantes pueda impactar en la seguridad y se atreve a decirlo en medio de un discurso político en un evento estatal, sin soporte alguno y solo porque así se lo dicta cierto sentido común plagado de prejuicios.
Sin duda el impacto de deportaciones masivas tiene que ser analizado por todas las instancias de gobierno en un trabajo conjunto, pues el país podría estar enfrentando uno de sus retos más grandes en los terrenos político, económico, social, de salud, educativo y demográfico.
Eso, sin embargo, debería ser abordado en mesas de trabajo en las que no falten los especialistas que aporten el conocimiento del que a veces carecen los políticos tomadores de decisiones .
Los discursos, en cambio, deberían servir para mandar mensajes de solidaridad, de comprensión, de calidez, ante el enorme desafío al que se enfrentan quienes pueden perder su forma de vida, sus esperanzas y el destino que buscaron para sus hijos.
Por eso, no se vale el simplismo, los prejuicios ni el pánico momentáneo. Si los políticos no tienen nada inteligente qué decir sobre ese tema, como sobre otros, lo mejor sería que escucharan más y hablaran menos.
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