Sabes que algo va mal cuando la mujer de migración, después de marcar tu declaración con un símbolo extraño, te manda por un pasillo por el que nadie más está caminando. Ahora sé que el disparador fue la palabra “escritora”, que sacaba la lengua desde el recuadro de Ocupación… Tenía 22 años y estaba llegando a Vancouver para un viaje solitario de 10 días durante el cual pretendía alejarme de todo y terminar mi primera novela. Un hombre joven me recibió en el apartado para sospechosos y volvió a preguntarme a qué me dedicaba. Ah, debí haber escrito “ama de casa” o “estudiante”, y quizá eso me habría ahorrado una de las escenas más humillantes de mi vida. Pero era la primera vez que podía declarar, oficialmente, “escritora”, y el orgullo le ganó al instinto de preservación. Como siempre. ¿Para qué medio escribía? ¿Qué venía a reportar? No, ningún medio, escritora independiente, no venía a reportar nada. Mis respuestas fueron poco convincentes y mis maletas fueron a dar al banquillo de los acusados. La maleta de mano fue la primera en ser interrogada y el tipo se sorprendió (yo también) al encontrarse con un cómic pornográfico (El Sofá del Placer, creo que era) que mi novio del momento había empacado entre mis cosas. Volteó a verme, furioso. “¿Qué es esto?”. En la última página del cómic había una graciosa nota del novio y traté de explicarle la broma al tipo… Para ese momento me seguía pareciendo que todo era un malentendido que se aclararía pronto y sin consecuencias. Sonreí. Pero el tipo agitó el cómic y de entre sus páginas salieron volando 100 dólares. Gracias, novio. Gracias por nada. “¿Quién te dio este dinero… tu alcahuete?”, preguntó. Me quedé muda y la sangre se me bajó a los pies. Con guantes de látex examinó cada prenda de ropa, cada accesorio femenino, buscando quién sabe qué. “No es normal que una niña traiga esta clase de pornografía”, declaró. Le recordé mi edad: legalmente tenía derecho de hacer lo que me diera la gana. ¿Le habrían armado tanto relajo a un hombre por traer una revista Hustler? Y recordemos que era El Sofá del Placer… ¿no podía reírse y dejarme ir? No. Me preguntó entonces si me dedicaba a la prostitución. Ahí sí me paralicé y supe que estaba en problemas… me había topado con un macho de la peor calaña.
La escena se prolongó por más de una hora e incluyó la presencia de una traductora que abrió uno a uno los archivos de mi lap top buscando pornografía y leyendo mis textos y correos electrónicos. Me advirtieron que si yo había escrito algún relato erótico que contuviera la sugerencia de actos que se consideraran ilegales en Canadá, podían meterme a la cárcel. “Quiero un abogado”, lloriqueé. Por supuesto, no tenía un abogado, pero no se me ocurrió decirle algo más contundente. Su respuesta: que mejor me callara, pues estaba en riesgo de acabar encarcelada por “prostitución internacional” (buena adición a mi currículum).
Esta experiencia, además de eliminar para siempre a Canadá como destino turístico, se ha convertido en mi anécdota estrella en las reuniones: a todo el mundo le causa gracia que cantar a los cuatro vientos mi oficio me marcara con la Letra Escarlata del departamento de migración y bueno, El Sofá del Placer es una delicia, pero hoy, diez años más tarde, más allá del miedo, el enojo y los argumentos feministas que siempre siguen a la narración, se me ocurre una pregunta más práctica para hacerle al tipo aquel: ¿Por qué te agredió tanto que una mujer pudiera tener interés en la pornografía? Ahora entenderán por qué digo que es una pregunta práctica: porque es justamente ese tipo de hombre dominante, agresivo y prejuiciado, el que ha sido educado sexualmente por la pornografía, el que espera mujeres siempre dispuestas, insaciables, bisexuales, contorsionistas, que disfrutan de los jalones de pelo, el semen en la cara y una que otra nalgada… si es así, Hombre Migración, y asumiendo que mi computadora estuviera llena de porno, ¿por qué me aterrorizas, me humillas, me llamas prostituta, si lo único que estoy haciendo es educarme para ser lo que tú quieres que sea? ¿Qué causó tu molestia, exactamente? ¿Fue la idea de que una mujer pudiera tener una vida sexual independiente, viajar sola y traer El Sofá del Placer en su bolsa? ¿Habría sido más aceptable que trajera las infames Cincuenta Sombras de Grey o, mejor, alguna novela de amor platónico? Y si mi novio hubiera venido conmigo, ¿me habrías detenido o se habrían reído juntos de la ocurrencia para luego dejarme ir, asumiendo que la pornografía era de él? ¿Fue eso? ¿Que me interné sin chaperón y sin permiso en un territorio puramente masculino, diciendo así “yo también puedo tener deseos depravados” y cuestioné la gastadísima pero nunca superada dicotomía de La Virgen/La Puta? ¿Qué fue, Hombre Migración? ¿Qué?