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Alma Delia Murillo

02/03/2013 - 12:00 am

La Maestra Medusa sin Perseo

Ella: la horrible, la perturbadora y desafiante Elba Esther ha sido detenida. Ella: la corrupta, la poderosa, la traidora, ese remedo de ser humano, ese fenómeno más cercano al concepto de monstruo mitológico que de persona, está en la cárcel. No voy a proponer un nuevo análisis de las razones. Quienes a eso se dedican, […]

Imagen tomada de la red.

Ella: la horrible, la perturbadora y desafiante Elba Esther ha sido detenida.

Ella: la corrupta, la poderosa, la traidora, ese remedo de ser humano, ese fenómeno más cercano al concepto de monstruo mitológico que de persona, está en la cárcel.

No voy a proponer un nuevo análisis de las razones. Quienes a eso se dedican, lo han hecho brillantemente y mucho mejor de lo que yo lo haría, asómense en este mismo espacio a las últimas publicaciones de Jorge Zepeda o Ricardo Raphael, por citar algunos.

A mí, como me ocurre siempre que se presentan estos sucesos, me ha dado por pensar en esa cosa fascinante llamada condición humana. Entre seres humanos todo es posible, lo maravilloso, lo miserable, lo absurdo, todo: hasta la consolidación de un sistema político como el nuestro. Y creo que se originó en un dolor o una pasión individual que se encontró con otras. Trataré de explicarme.

Elba, me parece, es sólo una muñeca matrioska dentro de una serie infinita de matrioskas siniestras que se gestan en el útero de la red política y la colectividad mexicana carentes de legalidad.

La corrupción institucional de México es un caldo de cultivo para “bichos raros” como la misma Elba Esther se autodenominó alguna vez. Y la inseguridad hace fértil ese caldo, más aun la que viene de la marca de la orfandad. La puta orfandad de Padre que tiene a este país tan necesitado de tanto, tan avergonzado de sí, tan apocado unas veces y otras tan bravucón, tan retador, tan indisciplinado. No tenemos Padre y lo digo así con mayúsculas, a modo de arquetipo universal.

A ella, como a millones de mexicanos, le duele el abandono. Ella, la niñita que se quedó huérfana de padre a los dos años, dejó que su herida creciera y la invadiera tanto que nunca pudo apaciguarse, tanto que un día empezó a querer lo imposible, a desear compulsivamente el infinito. Esa herida se convirtió en la boca que todo lo traga, la que nunca se llena: ni ostentando el título de la única mujer que dirigía el sindicato más grande de América Latina, ni con incontables cirugías ¿estéticas?, ni con aviones, ni con bolsos y muebles que le darían casa a una comunidad entera, ni bebiendo sangre de león. Ni con nada. Se convirtió en el monstruo que se devora a sí mismo. Y en ese proceso dañó profundamente a un país entero. Y por eso es culpable, por eso es victimaria y no sólo víctima.

Eso sí, a La Maestra le sobran madres. Y aquí vuelve a desplegarse la sucesión de matrioskas oscuras: la carencia, las inseguridades, la muerte, la mexicanidad, el PRI y nosotros. Porque a ella la parió el PRI y al PRI lo parimos entre todos. No aprendemos, la historia que se repite y a la que se han referido tanto (el Quinazo, Jonguitud, y muchos dolorosos etcéteras) es una maldición de la que parece que no podremos escapar nunca porque está visto que en México el camino legal ha sido tomado por la ilegalidad vestida de traje y  corbata y porque la indignación rabiosa que decimos sentir no es suficiente para movernos a actuar, no sé si habrá causa que nos una y nos empuje a desbaratar este sistema en el que ya nadie cree. Somos desesperantes, por más que nos embarren en la cara pruebas “legales” de resultados electorales, auditorías, procesos judiciales y cuanto fraude institucional desfila frente a nuestras narices, somos incapaces de romper la fórmula y nos seguimos sumando al laberinto perverso, tramposo y perpetuo de las instituciones que cierran todos los casos poniéndoles el sello de “legal”.

Perdonen la perorata pero es que de veras me pregunto por qué somos así, me pregunto cómo se forma el carácter colectivo de un pueblo. Y no hallo ni cómo ni por dónde, es un misterio complejísimo pero así, a pelo y de pura intuición, vuelvo a mi teoría: nos hace falta Padre. Ya pueden mentarme la madre por mi conclusión, me lo merezco. Pero lo sostengo.

Y ya que estamos en esto de ganarme su desprecio, no puedo terminar sin agregar otra reflexión. Tengo que decir que lo de Elba es un recordatorio de que las mujeres no somos perfectas ni somos buenas ni somos mejores que los hombres por el solo hecho de ser mujeres. No, no y no. Aprovecharé cada oportunidad que sea propicia para decirlo.

A los partidarios y partidarias de la utopía femenina que les da por afirmar que la política sería fantástica si fuera territorio exclusivo de mujeres, permítanme que les responda con una carcajada: ja ja já.

Ejemplos hay muchos. Al que nos ocupa podemos sumar los nombres de Rosario Robles, Beatriz Paredes, Dolores Padierna: corrupción, traición, cambios de bandera, debilidad de espíritu para anteponer los intereses y calenturas personales a los intereses de la República, (hasta me siento ridícula hablando de Repúblicas, visto el panorama). Entre mujeres podemos despedazarnos, hacernos daño y hacerle daño a un país entero.

Se necesita un perfil para meterse a la política. Uno muy complejo y medio roto, deseoso de poder. Es así en hombres y mujeres. Es algo que va más allá del género. Habrá honrosas excepciones, no lo niego, pero son tan pocas.

Con su odio a mis espaldas por las barbaridades que escribo, me retiro. Aunque en algo sí voy a ceder: casi podría decir que estoy contenta.

Y la haigan detenido como la haigan detenido y venga lo que venga (que seguramente no será bueno), y aunque es una pena saber que no fueron motivaciones heroicas como las de Perseo las que cosecharon la cabeza del monstruo, me entregaré al impulso de mi ordinario espíritu vengativo y diré que encuentro reconfortante la imagen de Medusa tras las rejas: calladita, nerviosa, mal vestida, mal peinada, esforzándose por ver algo a través de las barras de metal.

@AlmitaDelia

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