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Jorge Javier Romero Vadillo

02/01/2020 - 12:04 am

Que veinte años no es nada

México comenzó el siglo con estancamiento económico, pero en relativa paz. Terminará su segunda década igualmente estancado, pero en guerra.

Ni en México ni en el mundo se puede augurar ahora un futuro luminoso. Foto: EFE

Hace dos décadas, cuando comenzaba el último año del siglo XX, aunque muchos lo festejaron como el inicio del nuevo siglo y del milenio, el horizonte mundial parecía prometer una era de prosperidad nunca vista y el reacomodo político, a diez años de la caída del muro de Berlín, auguraba el avance de las democracias liberales, la consolidación de la Unión Europea y el retroceso del autoritarismo. Sin embargo, como suele ocurrir, las fantasías futuristas se enfrentaron a las concreciones de la realidad de una humanidad compleja y conflictiva, atravesada por las desigualdades, las iniquidades y las confrontaciones ideológicas. Cualquier presagio que augure una sociedad reconciliada debe ser tomado con enormes sospechas.

El último año del siglo XX, que comenzó con fastos optimistas en todo el mundo, vio cómo en la supuesta democracia más sólida del mundo la elección presidencial se resolvía con sospechas fundadas de fraude electoral, gracias al cual llegó a la presidencia George W. Bush, safio e ignorante, a pesar de que el candidato demócrata, campeón de la lucha por la preservación del medio ambiente, Al Gore, había logrado más votos ciudadanos. Un anticipo de lo que ocurriría 16 años después con el triunfo de Donald Trump, el triunfo de Bush Jr. acabaría teniendo consecuencias nefasta para la construcción del orden mundial de la posguerra fría, pues acarrearía un legado bélico que imposibilitó la cimentación del nuevo orden presagiado por el optimismo de fin de milenio, como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001, apenas nueve meses después de su toma de posesión, muestra la profundidad de las contradicciones mundiales que marcarían la nueva era en la realidad.

Mientras tanto, en México unos meses antes se celebraba la que Felipe González, ex Presidente del Gobierno de España, calificó de “noche sueca”, por la civilidad con la que el Presidente de la República aceptaba la derrota electoral de su partido, que había gobernado ininterrumpidamente desde 1930. Después de setenta años de dominio monopolístico, el partido surgido de la Revolución Mexicana, que había vivido dos reencarnaciones y que desde 1946 había consolidado un régimen peculiar, arbitrario y corrupto, pero extraordinariamente estable, que había reducido la violencia en el país y había logrado casi cuatro décadas de crecimiento económico sostenido, aunque ya para entonces habían pasado dos décadas de inestabilidad económica, trasfondo del proceso de cambio político que vivió la sociedad mexicana y que llevó al pacto político del que surgiría un nuevo arreglo, inestable e incapaz de consolidarse en el largo plazo.

El mundo de las dos primeras décadas del siglo XXI ha sido muy distinto al de los augurios optimistas del año 2000. En lugar de la consolidación de un nuevo orden mundial basado en el multilateralismo y el avance democrático, lo que ocurrió fue una época de grandes turbulencias guerreras, una crisis económica de proporciones no vividas desde la gran depresión desatada en 1929, el resurgimiento de la política polar, el derrumbe de la promesa neoliberal de libre comercio y la crisis de las democracias, que se enfrentan en casi todo el mundo al avance de la demagogia encarnada en los populismos de diferentes signos ideológicos pero que comparten la base de su éxito: la incapacidad de las democracias para blindarse de quienes usan las propias reglas democráticas para hacerse con el poder y concentrarlo, en nombre de la voluntad general, a costa de los equilibrios de poderes y la rendición de cuentas. Uno de los resultados paradójicos del avance democrático de las dos últimas décadas ha sido el encumbramiento de líderes iliberales iliberales y el avance de sus epígonos en diferentes partes del mundo.

Tampoco la ilusión del multilateralismo en la política global se ha concretado. En su lugar se han desarrollado nuevos polos, con China como el sustituto de la URSS como antagonista de los Estados Unidos y la guerra comercial como nuevo escenario del conflicto, a cambio de la competencia armamentista nuclear de los tiempos de la guerra fría. cuando comienza el último año de la segunda década del siglo XXI, lo que predomina es la incertidumbre.

México no es la excepción en el escenario de inestabilidad y perplejidad de este fin de década. Las promesas de la democracia con las que cerramos el siglo XX se disolvieron en los aires fétidos de la corrupción y la ineficacia estatal. En lugar de impulsar una transformación estatal sustentada en la legitimidad de los votos, los sucesivos gobiernos del siglo XXI usaron la mayor parte de las estructuras clientelistas y corporativas del antiguo régimen para depredar y cuando hicieron algo por desmantelarlas, sobre todo en el ámbito local, donde servían para reducir la violencia con base en la venta de protecciones particulares, no fueron capaces de otra cosa que sustituirla por la militarización del país.

México comenzó el siglo con estancamiento económico, pero en relativa paz. Terminará su segunda década igualmente estancado, pero en guerra. El fracaso de los gobiernos surgidos de las reglas del pacto de 1996 llevó al ascenso de su némesis, contradictoria y confusa, igualmente inepta, pero además preñada de iliberalismo, con propensiones alarmantes de nostalgia del arbitrarismo de los tiempos del PRI. Las promesas incumplidas de la incipiente democracia le abrieron el paso a la demagogia de nuevas promesas que tampoco se cumplirán y engendrarán nuevos monstruos, surgidos del averno de nuestra desigualdad y nuestra violencia. A diferencia del optimismo de hace veinte años, ni en México ni en el mundo se puede augurar ahora un futuro luminoso.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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