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Maruan Soto Antaki

02/01/2015 - 12:00 am

De religión y política

¿En qué momento nos daremos cuenta que nuestra relación con la política, es absolutamente religiosa? Proclamamos nuestra independencia hace rato pero al separarnos de España, dos grandes aspectos pasaron la aduana y se hicieron en la permanencia de nuestras convicciones. Como los ibéricos, saltamos en grandes pataletas al menor suspiro y en la estructura eclesiástica, […]

¿En qué momento nos daremos cuenta que nuestra relación con la política, es absolutamente religiosa? Proclamamos nuestra independencia hace rato pero al separarnos de España, dos grandes aspectos pasaron la aduana y se hicieron en la permanencia de nuestras convicciones. Como los ibéricos, saltamos en grandes pataletas al menor suspiro y en la estructura eclesiástica, construimos nuestras relaciones sociales, nuestro entendimiento del poder, de la culpa, de la vergüenza; el bien y el mal.

Sé que me estoy metiendo en eso que abiertamente aceptamos es injuria sacar a colación en una cena y ahora, que han pasado las más grandes comilonas de la temporada, soy consciente que posiblemente fue inevitable mencionar en ellas, al menos uno de estos dos temas durante las entradas o los abrazos de bienvenida, dentro de las casas que hospedaron alguna opípara bacanal. Ya para el pavo o los romeros, acaso el bacalao, todo el mundo evitaba hablar de lo que requería autocrítica, una buena confrontación y un tanto de humildad. Aprovecho después de los postres, cuando la vida de verdad volverá a hacerse presente en los siguientes días y con ánimo de provocar, para caer un poco mal. Tristemente, en México lo que de política hemos aprendido, es lo que la religión nos dejó.

Hablamos de mesianismos, refiriéndonos a lo doctrinal sin darnos cuenta que absolutamente toda religión es política. La creencia que me pongan en frente, por principio, busca una regulación social. Sus notables podrían ser profetas que toman versión laica en los caudillos: unos traerán cananas, otros darán buenos discursos antes de entrar a su camionetas blindadas y unos más, manejarán un pequeño Volkswagen u otro automóvil, de lujo éste último, que la carroza parece bien importar al regidor. Las ideologías o sus espectros, cumplen con cada elemento formador de las creencias. Esos caudillos no se hacen por sí mismos, dependen de la religiosidad con la que los ciudadanos ven en ellos las posibilidades salvadoras.

En México, los ciudadanos esperamos de la política lo que los religiosos de sus santos. Cambiamos esto o el año que arranca, será parecido al anterior.

Toda causa religiosa o ideológica, encuentra su valor en la ingenuidad de la fe y así, sin importar el sujeto de devoción, las justificaciones serán las mismas en nombre de quien ocupe la anda a cuestas en la marcha o procesión. Los feligreses de un lado encontrarán perfectamente válidos los actos de los suyos sin la menor capacidad de revisión, que sólo podría tenerse si se salieran de sus propias acepciones. Será pues imposible que yo analice mis propios defectos, si no soy consciente de que lo son y tampoco podré serlo, si lo importante es defender la postura que busco sostener, en lugar del objeto de dicha postura.

Los últimos meses vimos mucho de esto en cada plana de noticias, en todas las pantallas que buscaban informar y desgraciadamente, no siempre lo hicieron, vale reclamar. Hace tiempo que no veía al país tan dividido en opiniones, que ya he dicho son creencias y no fundamentos. Hemos sido moros contra cristianos, protestantes ante las barbas de ortodoxos. En mi costumbre saco el galicismo y esto, cest pas mal. Llevábamos demasiado tiempo jugando al tibio pero, el ridículo al que llegaron lo podrido de las cosas, reavivó de cierta forma la capacidad del reclamo. Todos arrancamos en enojo pero en él nos quedamos. Ahora tenemos que aprender a discutir sin asumir que aquello es malo. Discutir es una virtud, permite sacar de la confrontación una voz que se aleja de las doctrinas, donde unos dicen hacer lo correcto y los de junto también. No será la primera vez que lo digo, el mexicano rehúye a la confrontación. Como pollos que quieren ser gallos, suponemos que sacar el pecho o atinar el insulto, toma el lugar de la dialéctica. Como si fueran asuntos de santos, tratamos de probar quién tiene razón como quién hace más milagros o si estos existieron. En este punto nos quedamos en gritos, manotazos e indignación. Es momento de pensar y más allá del exabrupto necesario que le viene a la exigencia justa, obligarnos a un intercambio de ideas que lleve a algo. Para lograrlo hay que escuchar, pelearnos con cabeza y dialogar. Cuando el diálogo es ausente, aparece la violencia.

Todos sabemos que el nuestro es un país guadalupano y no escribiré de la señora que ella no me preocupa. Como cuando en las plazas públicas hay quienes ven en manchas de humedad, imágenes con su figura, hemos llevado ese modo de interpretación a cada declaración de ciudadanos, periodistas, expertos de no sé cuanta cosa y políticos de todos los niveles. Nada es lo que es, sino lo que quiero que sea. Así no haremos mucha cosa ni tendremos grandes ideas.

En cada época de crisis en la historia, los hombres –ya saben ustedes, lectores, que aquí no hablo de género– nos hemos hecho de figuras que intentan explicar lo inaudito, ya sea bueno o malo. En el espíritu que en estas fechas espero y tengo, por el optimismo absurdo que les acompaña, ojalá descubramos que al llegar al punto más tonto y criminal que ha provocado la corrupción y la violencia, lo único que nos queda es la reflexión.

Un año de parabienes a todos ustedes.

Maruan Soto Antaki
Nació en la Ciudad de México en 1976. Colabora con distintos medios tratando temas relacionados con cultura, política internacional y medio oriente, zona del mundo con la que mantiene un estrecha relación. Autor de Casa Damasco (Alfaguara, 2013). Su novela más reciente es La carta del verdugo (Alfaguara).

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