El cometa Halley que fue visto durante 1910, en momentos en que el Porfiriato mostraba al mundo el progreso del país en el primer centenario de su Independencia, fue considerado como un presagio de que el régimen sería eterno. Sin embargo, la profecía fue reinterpretada unos meses después: el cometa con el rostro de Madero –como lo plasmó José Guadalupe Posada- era el anuncio del tiempo nuevo que comenzó con el triunfo revolucionario y la caída de don Porfirio en mayo de 1911.
El 24 de mayo de 1911, ante la creciente manifestación que amenazaba la calle de Cadena, donde se encontraba localizado el domicilio particular del general Porfirio Díaz, el propio presidente ordenó tajantemente que por ningún motivo fuera reprimida pues “no quería ver más sangre derramada por su causa”. A pesar de que hubo disparos intimidatorios, los soldados tuvieron que resistir los improperios y las pedradas de los manifestantes que exigían la renuncia.
Para evitar alguna agresión o atentado en contra de don Porfirio, la familia Díaz dejó su domicilio la noche del 25 de mayo, horas después de haber sido presentada la renuncia. Salieron de la ciudad sigilosamente, casi como delincuentes, acompañados por una pequeña escolta y abordaron un tren que debía llevarlos a Veracruz.
En el camino al puerto de Veracruz, el convoy donde viajaban el ex presidente y su familia fue atacado por una gavilla de bandoleros. El asalto fue repelido por la escolta militar que logró capturar a varios de los atacantes a quienes se les decomisó un cofre con 10 mil pesos en monedas. Cuando fue informado de lo sucedido, ante la sorpresa de todos que esperaban el fusilamiento de los prisioneros, el general Díaz ordenó ponerlos en libertad y además darles algo del dinero incautado. El viaje continuó sin contratiempos.
Una vez en Veracruz, un individuo fue aprehendido por la escolta de don Porfirio, con dos bombas de mano que tenía escondidas en un saco. Al ser interrogado declaró que pretendía burlar la vigilancia de la tropa con el objeto de “hacer volar al general Díaz y a toda su raza” pues pretendía vengar al pueblo Mexicano que había sido vejado y oprimido por la “odiosa dictadura”. Victoriano Huerta que estaba a cargo de la escolta de Díaz ordenó que le aplicaran la ley fuga.
Díaz se despidió de sus hombres un par de días antes de abordar el Ipiranga. “Con palabras firmes, pero sentimentales –escribió el general Roberto F. Cejudo- se despidió de nosotros dándonos las gracias por nuestros servicios, en su nombre y en el de la Patria, indicándonos que llevaría en lo íntimo de su corazón la eterna gratitud que siempre tendría por todos y cada uno de los miembros del Ejército Nacional, sus antiguos compañeros, con quienes había compartido tantos triunfos y derrotas en la azarosa vida militar, cuando con su sangre defendió el sagrado suelo patrio contra el extranjero invasor”.
El 31 de mayo de 1911, por la tarde, Porfirio Díaz salió del chalet donde se había hospedado los últimos días y marchó hacia el malecón para abordar el vapor alemán Ipiranga que debía llevarlo a Europa. En el trayecto la gente lloraba, los solados contenían las lágrimas, de pronto se escuchó un aullido terriblemente conmovedor, era “Calzones”, el perro cuartelero que había acompañado a la escolta del expresidente que, a decir de los testigos, también expresaba su dolor al ver a los soldados invadidos por la tristeza.
Victoriano Huerta fue el encargado de escoltar al presidente depuesto hasta Veracruz, según refieren algunas crónicas que se hicieron vox populi¸ en algún momento, estando en el puerto, don Porfirio Díaz le expresó: “Madero ha soltado al tigre, veremos si puede con él”.
Con la salida de Díaz, la euforia se apoderó de buena parte de la sociedad capitalina que se disponía a rendirle honores a Madero, lo cual provocó no pocos excesos. El 1 de junio de 1911, El Diario publicó una noticia en la que informaba que una mujer había sido apuñalada en repetidas ocasiones por resistirse a gritar “¡Viva Madero!”.
Una vez que el viejo dictador dejó el país, los capitalinos se volcaron con el vencedor. Los dueños del comercio La Maleta Social anunciaron: “Madero. Para recibir a este ilustre caudillo tenemos a disposición del público 100,000 banderas de la Paz, sus precios fluctúan entre ocho y veinticinco centavos. Los buenos mexicanos. Para la recepción a tan ilustre caudillo no deben prescindir de una de estas banderas, su precio es insignificante y bien merece este pequeño esfuerzo”. Y bien valía la pena adquirir una: sobre un fondo blanco, la imagen del jefe de la revolución rodeado de dos laureles y con la leyenda “Paz. Viva el gran libertador de México Don Francisco I. Madero, noviembre 19, 1910 – mayo 25, 1911”.
Publicado por Wikimexico / Especial para SinEmbargo