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Melvin Cantarell Gamboa

01/11/2022 - 12:05 am

Del inconveniente de la paz

Horas después de que Rishi Sunak tomara posesión como Primer Ministro de Gran Bretaña mantuvo una conversación telefónica con el Presidente Biden, acordaron trabajar y avanzar juntos en la seguridad global y prosperidad respaldando a Ucrania, responsabilizando a Rusia y hacer frente a China.

Soldados ucranianos disparan un mortero en el frente cerca de Bakhmut, en la región de Donetsk, Ucrania, el 27 de octubre de 2022.
“Estados Unidos no salvará a Ucrania, y de paso a Europa, sin dominarlos”. Foto: Efrem Lukatsky, AP

¿Son posibles los acuerdos de paz cuando una superpotencia pretende el dominio sobre el resto del mundo? ¿Por qué no hay iniciativas de negociación para Ucrania? ¿Por qué se ha dejado de lado la diplomacia? ¿Será porque el sufrimiento de los ucranianos es secundario y no importa cuánto se profundice su miseria? ¿Cuál de los contendientes esta urgido de reconstruir y acrecentar su dominación? ¿Las fuerzas rusas son tan poderosas que pueden apoderarse de Europa? ¿Por qué hacer creer a Ucrania que está ganando la guerra y puede obtener la victoria cuando una sola bomba nuclear puede destruir toda su resistencia? ¿A quién conviene mantener la ilusión de un triunfo en el campo de batalla? ¿Por qué los débiles debemos ser los mártires de los poderosos? ¿Quiénes pagan el precio en miseria, hambre y vidas? ¿Porqué es inconveniente la paz y qué lo impide?

Lo que sigue es resultado de mi búsqueda de respuestas a esas interrogantes; en mi colaboración anterior señalé algunos de los negocios que la industria bélica y las multinacionales estadounidense están haciendo en Ucrania y en Europa. Algo normal si consideramos que el modelo competitivo del neoliberalismo norteamericano responde al categórico imperativo de ser cada vez más poderoso; vocación que lo impele a dejar de lado cualquier reclamo moral que no se identifique con sus cerrados esquemas ideológicos inspirados en el trascendentalismo y no en tendencias históricas concretas. A fin de cuentas, siempre será el coeficiente de poder que le favorece y su capacidad bélica lo que definirá la medida de sus ambiciones, lo que implica que jamás aceptará un arreglo distributivo de poder con ninguna potencia emergente, a no ser que se someta a su proyecto absolutamente egoísta, como la Unión Europea.

Analicemos esta tesis. Si observamos las cosas desde lo alto, veríamos que el estado futuro de la humanidad, por donde se le mire, corrobora el fracaso y el incumplimiento de las previsiones que hombres de buena fe han hecho acerca de unificar los intereses humanos sin distingo de razas, creencias y condición; en los hechos no existen objetivos comunes, ni solidaridad ni cooperación; nuestra inexorable realidad es que estamos destinados a sufrir las ambiciones y la fantasía de los dominadores. Históricamente naciones e imperios se han regodeado en sus propias inequidades; el único juego de su política se centra en la voluntad de someter a los otros y hacernos creer que suscriben una filosofía tranquilizadora. ¿Qué muestran los hechos? 

Horas después de que Rishi Sunak tomara posesión como Primer Ministro de Gran Bretaña mantuvo una conversación telefónica con el Presidente Biden, acordaron trabajar y avanzar juntos en la seguridad global y prosperidad respaldando a Ucrania, responsabilizando a Rusia y hacer frente a China. Arreglo que patentiza su visión y misión ante los asuntos mundiales.

Antes, el pasado 12 de octubre, la Casa Blanca dio a conocer un documento que describe la Estrategia de Seguridad Nacional del Presidente de los Estados Unidos Joe Biden; en él se describen formas y objetivos mediante los cuales su Gobierno se propone promover los intereses fundamentales de la nación y contribuir a un mundo libre, abierto y próspero. El proyecto incluye las siguientes medidas: Norteamérica insistirá en mantener su lugar como líder mundial; identifica a China como su principal retador en el concurso geopolítico global, insiste en la intención de mantener a Rusia bajo control por representar un peligro, considera a América Latina la región más importante en este momento para los Estados Unidos por ser pieza clave de su seguridad nacional y, por último, plantea la necesidad de eliminar la amenaza interna que pende sobre el sistema democrático estadounidense.

La buena intención de estos objetivos se ve frustrada si consideramos que fines de esta naturaleza sólo aumentan el riesgo de una conflagración mayor. Ahora bien, sí, como lo manifiesta el documento, el designio de Norteamérica es mantener su hegemonía en lo económico, político y militar; entonces, como lo exponen los hechos, su destino imperial lo impulsa a entrometerse más en problemas ajenos que en la resolución de los propios. Lo que no es raro, pero sí poco conocido, es que en el fondo de esta tesis subyacen teorías apocalípticas que normalmente, pese a su carácter agorero y contradictorio, son útiles en este caso; veamos por qué: crea alarma, miedos y temores de los que hay que culpar al enemigo, además de encasillarlo como malvados y encarnación del mal; en tanto, el acusador se presenta a sí mismo como el iluminado poseedor de un aura de bondad de prestigio, respeto y autoridad. Este papel es el que se adjudica Biden en el escrito mencionado, en él define el conflicto con Rusia como la contienda decisiva entre el Bien y el Mal; palabras que recuerdan la sentencia bíblica referente a la batalla final entre los buenos y los hostiles malvados. Dicen los versículos bíblicos 12-15 y los artículos de Fe 1:10 sobre este combate (me valgo para esta interpretación de la versión bíblica de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días): “para que el mundo sea seguro y la paz, la felicidad, la abundancia y la prosperidad mundial reinen sobre la tierra, previamente habrá de triunfar la presencia de Jesús entre los hombre por los siglos de los siglos”, es decir, sólo cuando Dios haya salvado a su pueblo y el diablo sea arrojado del cielo se alcanzará la paz.

Esta estrategia cargada de metafísica resume la posición y la actitud de los Estados Unidos; cuando en rigor sólo esta haciendo valer sus intereses mientras disfraza su intervención en Ucrania como misión salvadora que sólo intenta evitar que territorios del Occidente cristiano caigan en manos de los enemigos del Bien.

Lo anterior no es una mera sospecha, lo confirmó Biden el 7 de octubre en Nueva York durante la recaudación de fondos para el Comité de Campaña del Partido Demócrata. En ese acto Biden advirtió al mundo sobre el riesgo de un Apocalipsis nuclear; su voz resonó en todo el planeta; como si se tratase de una sombría apreciación y advertencia que anuncia el fin de los tiempos (Apocalipsis 16, 14-16). El Presidente dio a entender que se trataba de un mensaje que nadie debería subestimar por su extraordinario peligro, debido al despliegue que Rusia estaba haciendo de armas nucleares tácticas en su guerra contra Ucrania. Unas horas después el Departamento de Estado declaró que Estados Unidos no contaba con información alguna que diera a entender que Vladímir Putin, Presidente de Rusia, estaba dispuesto a usar armas nucleares en su conflicto con su vecina Ucrania. El mensaje y su desmentido generan dudas, preguntas y reclaman precisión ¿Por qué el hombre más informado del mundo sobre la marcha de las cosas a escala planetaria cometió este desliz? ¿Por qué de pronto sus representaciones mentales apuntan a imágenes bíblicas y visiones catastrofistas? ¿Por qué esa forma de expresión? ¿Estamos realmente ante un posible sin mañana o se trata nada más de ganar el respaldo de los indecisos?

La gran equivocación de todos los imperios es creer que su modo de vivir es el único bueno y el único concebible y que es su deber hacer a los otros a su imagen y semejanza. Lo único cierto, desde el punto de vista histórico, es que los imperios no se amplían sin el uso de la brutalidad bestial y sin destrucción, pues nadie salva a nadie sin dominarlo. Estados Unidos no salvará a Ucrania, y de paso a Europa, sin dominarlos. Voy a citar las palabras de un pensador que vio diluirse su patria después de siglos de convivencia pacífica, de parentescos y amistades interétnicas (musulmanes, cristianos, serbios, croatas y otras minorías), que fue testigo de cómo factores políticos, religiosos y ambiciones personales de políticos nacionalistas desataban una guerra que provocó la disolución de Yugoeslavia en seis repúblicas soberanas, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia del norte, Serbia y una provincia independiente Kosovo; con el saldo total de 100 mil muertos; que vivió los bombardeos sobre objetivos civiles ordenados por Bill Clinton, Presidente de los Estados Unidos y la OTAN durante la guerra de los Balcanes; me refiero al eslovaco Slavoj Zizek, quien desmiente en su libro El sublime objeto de la ideología (Siglo XXI Ediciones, México 2021, página 54) la idea de que la intervención de los “buenos” para detener el mal es completamente justificada, escribe: “El compromiso con el Bien puede convertirse en el mayor Mal: el Mal en realidad es cualquier clase de dogmatismo fanático, en especial el que se ejerce en nombre del supremo bien… Si llegamos a obsesionarnos demasiado con el Bien y el odio correspondiente por lo secular, nuestra obsesión por el Bien se puede convertir en una fuerza del Mal, una forma de odio destructor por todo aquello que no logra corresponder a nuestra idea del Bien. El verdadero Mal es la mirada supuestamente inocente que no percibe el mundo, sino el Mal.” Efectivamente, una devoción fanática por el bien encubre la experiencia inversa y, lo que es más inquietante, un vínculo obsesivo con el bien, aleja a quien lo ejerce de una posición ética, para situarlo en el campo de los intereses, que pueden ser de codicia o egoísmo.

Lo anterior sitúa a los Estados Unidos en la dimensión del cinismo moderno cuya muestra emblemática, El príncipe de Maquiavelo, es el mayor ejemplo político de amoralismo. Desde su aparición en 1532, ningún Estado dominador es capaz de cumplir siquiera las tareas políticas más elementales para su pueblo, mucho menos hacerlo para otros Estados: dar seguridad, paz, tranquilidad a vidas civiles sin opresión ni violencia sobre quienes dice amparar. Para Maquiavelo cuentan los fines, sin importar los medios; si estamos decididos a alcanzar ciertos fines, hay que echar mano de todos los recursos, incluyendo la mentira, el engaño, la traición y las trampas, para estos casos todos son legítimos. Para quien asume la defensa del bien desde la perspectiva del dogma, no vale la ética kantiana que afirma que no cuentan los resultados, sino las intenciones, no el deber (un idealismo), sino el amoralismo, por lo tanto, el amoralismo del poderoso lo impele a tomar lo que cree que por derecho o sin él le pertenece, sin conceder ni dar explicaciones.

Mal andan las cosas cuando la interpretación de lo que se percibe se desvía hacia representaciones mentales relacionadas con imágenes bíblicas y visiones catastrofistas sin hacer lo que debe hacerse ni reorientar ese hacer hacia lo que está al alcance de las manos.

Demonizar al enemigo, que es la propuesta norteamericana, es inadecuada para solucionar la situación en Ucrania; son las tentaciones hegemónicas de los Estados Unidos las que deben atemperarse y procurar la coexistencia y el equilibrio entre las diferentes potencias; las nuevas condiciones del mundo tienden a la pluralidad y el compromiso, pues la única estabilidad capaz de ser materializada es la firma de acuerdos, respeto de los tratados y la renuncia al uso de la fuerza. El maniqueísmo, que convierte al adversario en encarnación del mal, jamás dará lugar al entendimiento, mucho menos a la comprensión. Quizás el poderoso para movilizarse busca pretextos, pero el odio no debe formar parte de lo humano ni debiera definirnos, lo propio de los seres humanos es la racionalidad instrumental que permite encontrar medios para alcanzar la sensatez que tiene que ver con los fines y no con los medios.

Mi pasión por lo concreto, por el movimiento histórico de la realidad, me dice que ante la emergencia de nuevos poderes económicos y políticos en el mundo es imposible el sostenimiento de una sola nación hegemónica, además, un imperio demasiado grande por su imposibilidad de cuidarse los flancos genera a su interior angustias, sus habitantes viven en el permanente temor a las catástrofes, los gobiernos se hacen más agresivos; resultado, la fugacidad y el fin de su dominio; desafortunadamente antes de caer lleva a la ruina a muchos.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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