De acuerdo con los resultados, la COVID deja una huella que impacta emocionalmente en los pacientes que no perciben sabores y aromas, sin embargo, los enfermos tendieron a enfocarse en el consumo de alimentos con diferentes tipos de texturas para hacer frente a la pérdida temporal de sus sentidos.
Madrid, 1 de noviembre (Europa Press).- Uno de los efectos secundarios más comunes e inquietantes de la COVID-19 es la pérdida del sentido del olfato. Una nueva investigación de la Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos, ha detectado algunos mecanismos de adaptación comunes que ayudaron a los pacientes de COVID-19 a lidiar con la disminución del sentido del olfato, que afecta gravemente al sentido del gusto, según publican en la revista International Forum of Allergies & Rhinology.
La combinación de la pérdida del olfato y el gusto, que también se conocen como sentidos quimiosensoriales, debida a la COVID-19 ha sido especialmente devastadora, y las investigaciones han demostrado que está asociada a la depresión, la ansiedad y el deterioro de la calidad de vida. Es algo que la doctora Katie Phillips, profesora adjunta del Departamento de Otorrinolaringología, Cirugía de Cabeza y Cuello de la Facultad de Medicina de la UC, ve en muchos pacientes con COVID-19 que acuden a su clínica.
“Una y otra vez escuchaba a la gente hablar de ‘no puedo saborear nada, pero estoy comiendo una tonelada de alimentos crujientes o echo de menos hacer x, y o z’, así que dije que tenemos que registrar lo que la gente está haciendo –recuerda–. Es algo en lo que me centro ahora cuando veo a pacientes que han perdido el sentido del olfato debido a la COVID-19. Les digo que tienen que encontrar una forma de compensar, ya que no tenemos un fármaco mágico que pueda hacer que su sentido del olfato vuelva por completo cuando ha estado fuera durante algún tiempo”.
Chemesthesis compensates for decreased flavor sensation related to chemosensory dysfunction in COVID‐19 @AngelaMCheung https://t.co/ntdjXazonL
— Maryam Makowski,PhD, FACN, NBC-HWC (@MaryamMakowski) October 30, 2021
Phillips continuó escuchando a los pacientes compartir sus experiencias después de COVID-19 de no ser capaces de oler nada, lo que estaba afectando a su sentido del sabor, y posteriormente, a su capacidad para disfrutar de su comida.
Un tema común era que la gente comía más alimentos con texturas distintas, como las fresas, debido a su capacidad de percibir la textura de la fruta. Phillips y sus colegas decidieron llevar a cabo un estudio cualitativo para saber más sobre cómo se enfrentaba la gente a este reto, con el objetivo de publicar los resultados como herramienta para asesorar a los pacientes.
Se entrevistó ampliamente a cinco mujeres sobre sus experiencias con la pérdida de olfato a causa de la COVID-19. “El crujido fue una de las cosas que la gente mencionó junto con la textura, y luego la temperatura y la carbonatación también se mencionaron en múltiples entrevistas”, apunta Phillips.
“Parecía que a los pacientes que entrevistamos les gustaban las cosas frías. Les gustaban las bebidas carbonatadas y también la textura. Y algunas de las texturas eran diferentes –prosigue–. A algunos les gustaban las cosas blandas, a otros les gustaban las cosas crujientes en ese sentido. Parecía que la textura era un componente realmente importante”.
Phillips y su equipo documentaron las respuestas de los pacientes en el estudio. Muchos expresaban cosas como: “puedo obligarme a comerlo, pero no es agradable como antes”; “es muy, muy, muy incómodo, molesto, ya no puedo realmente disfrutar o decir que amo la comida” o “tengo cinco hijos y dos nietos y cocino mucho pero ahora es como si no quisiera cocinar. Mi forma de cocinar ha cambiado porque no puedo oler ni saborear la comida”.
Phillips dice que algunas de las respuestas destacaron el impacto emocional en las personas que perdieron el sentido del olfato a causa del COVID-19.
“Creo que el otro componente importante para todo este tema es el impacto real en la salud mental que tiene en los pacientes cuando no pueden saborear ni oler -señala–. Creo que sólo hay que hacer saber a la gente que hay un impacto en la salud mental y reconocerlo, de modo que tengan que buscar ayuda y tratamiento si tienen dificultades y que estén en la norma de las personas que se enfrentan a eso”.
Phillips afirma que la gente se enfrentó a la pérdida del sentido del olfato empleando diversas estrategias. Algunos fueron a una tienda de velas o a una cafetería para experimentar los olores fuertes. Ella lo describe como un montón de ensayo y error.
“Creo que sacar el conocimiento es la clave –apunta–. Esto es algo que repito a mis pacientes. Se trata más bien de cómo la gente en esa situación puede compensar. No creo que sea un mecanismo de tratamiento para la pérdida del gusto y el olfato. Se trata más bien de cómo afrontar esta pérdida”, apostilla.