Hace tres años, la dirección del Centro de Control Canino y Felino de Chilpancingo, Guerrero fue tomado por dos animalistas locales. Desde entonces, ha sufrido una transformación a raíz del total descuido del Ayuntamiento y la cooperación de la sociedad civil.
Ciudad de México, 1 de noviembre (SinEmbargo).– La historia de Alejandra Ortiz y Ana Libia Valtierra es curiosa: hace ocho años comenzaron su labor como rescatistas independientes de animales en situación de calle, pero años después se convertirían en encargadas de un antirrábico. Uno de esos lugares a los que las personas suelen llevar a los perros “indeseables”, a los “sucios”, los “sarnosos”, los “problema”, los que, dicen, hay que sacrificar.
Esta historia comenzó tres años atrás: “Mi mamá y yo acudíamos como voluntarias a la perrera a darles de comer y hacer limpieza a los perros que tenían –platica Ana Libia, actual encargada del Centro de Control Canino y Felino de Chilpancingo– Veníamos a ofrecerles un poco de alimento y agua. Un poco de afecto, porque a los poquitos que tenían aquí (a casi todos los mataban en seguida) los tenían en terribles condiciones:
“Eran sacos de huesos. Sucios. A veces, cuando eran vacaciones, los empleados sindicalizados los dejaban a su suerte, y cuando veníamos a la limpieza los animalitos estaban colgados o algunos con el cuello metido entre la jaula; otros muertos y hasta en estado de descomposición. Otros perros, como carroñeros, se los comían… Y por supuesto que nos indignamos”, platica.
La mamá de Libia y actual directora del Centro fue quien acudió al Ayuntamiento aquella vez para hacer el reclamo: “‘¿Ah, sí? ¿Pues entonces qué sugieres?’, le dijo el que era entonces Presidente, [Mario Moreno Arcos], a mi mamá. Ella le dijo que, primero, correr al director del lugar, porque era una persona que jamás se aparecía ahí. Apenas lo conocían”, narra Libia.
Así se fue como el director se fue. Y, poco tiempo después, todos los demás: “Los empleados de esa dependencia estaban ahí desde hace muchos años, y ya era como una mafia. Eran las personas que mataban a los perros, y los mataban horrible: electrocutados, pero no de acuerdo a la norma: les ponían cables y les echaban agua, a otros los mataban a garrotazos. Los perros tardaban de 10 a 15 minutos en morir. Era brutal”.
“Ellos se molestaron porque les quitaron a su cómplice [el director] y se enojaron cuando se les dijo que no se mataría más a los animales, así que todos se fueron (aunque más o menos 25 personas siguen apareciendo en la nómina y cobran como si trabajaran aquí, incluidos veterinarios que no conocemos) –asegura la animalista– Entonces nos quedamos solas”.
El espacio que heredaron, según platica, no solo era uno sin personal: “ahora yo le pago a tres personas para que vengan a ayudarnos y a los veterinarios”, sino también sin drenaje: “sólo hay una fosa séptica que tenemos que limpiar”. Sin luz: “nosotras instalamos unos cuatro o cinco focos”. Sin agua corriente: “compramos una pipa cada cinco días”. Sin seguridad: “terminamos poniendo unos alambres con púas porque entraban a robarse a los perros de raza”. Sin transporte: “había una camioneta que usaban para agarrar a los perros, pero la dejaron descompuesta y nunca vinieron a componerla”.
“Fue horrible –dice Libia– la verdad nadie quería escucharnos. Durante los tres años del Alcalde anterior acudimos a él, con el entonces Secretario de Salud [Alejandro Floylan Leyva] y la Regidora de Salud [Yeni Solis], pero siempre nos dijeron que no había presupuesto. Pedíamos medicamento, material de curación, de limpieza, si quiera que nos prestaran a uno de esos veterinarios que cobran en la nómina y que no conocemos, pero nunca nos hicieron caso.
“Nunca nos dieron para nada ni hicieron una sola campaña de vacunación o educación como se supone que deben de hacer… Así pasa con los funcionarios: dicen que no hay dinero, pero no es así: siempre hubo, lo que pasa es que para los funcionarios no importan los perros porque no son electores, porque no hablan ni votan”.
Con el paso del tiempo, el Centro se convirtió, al estilo de Alejandra y Ana, en un refugio para animales de la calle:
“Y ahora lo que hacemos es rescatar a perros de la calle que están en malas condiciones. Aquí los curamos, los llevamos al veterinario, los rehabilitamos y los damos en adopción. La verdad es que sociedad civil es la que ha logrado que este lugar salga adelante. La mayoría de la gente ve este lugar bien y le gusta lo que hacemos y lo ve con buenos ojos. Cuando estamos muy ‘apretados’ hay quienes nos ayudan con los gastos de veterinarios y alimento.
“Por supuesto que hay quienes piensan diferente y aún vienen a dejar a perros para que los sacrifiquemos, porque no les interesa la protección animal ni mucho menos entender. Pero nosotros somos el único Centro de Control Canina en el país que no mata perros”, dice, orgullosa.
Ahora, cerca de 200 canes esperan en el lugar para ser adoptados. “Los perros son mi felicidad. La verdad esta es una tarea noble. Lamentablemente hay gente que no entiende que los animales son seres vivos que tienen sentimientos, que sufren dolor, maltrato, abandono y el desprecio de nosotros, que ya hemos perdido valores de una forma impresionante.
“Pero creo que esto se trata: de educar a los niños y reeducar a los que ya no lo son. Mientras tanto, estamos aquí de 9 de la mañana a 3 de la tarde en campaña de adopción permanente. Nosotros seguiremos aquí, como hace tres años, hasta que nos corran”, concluye convencida, Ana Libia.